Danza de la pirotecnia

El Amor Brujo, de Manuel de Falla, con un espectáculo pirotécnico en el Área Metropolitana

09 feb 2025 / 14:16 H.

El cohetero buscaba el lugar adecuado junto a la iglesia, en la plaza del pueblo o en la explanada de la ermita; le daba una calada al cigarro, extendía el brazo izquierdo sujetando firme la tablilla y, con la colilla en la mano derecha, encendía la mecha. La carcasa del cohete, apoyada en un cáncamo, salía disparada, recta con su varilla de timón y echando humo.

Alcanzaba las alturas en un suspiro, casi las nubes bajas, y gritábamos con el estampido de la pólvora. Así, uno tras otro, a la luz del día y con el sol en todo lo alto. Comenzaba la feria. Nada más y nada menos.

Con la noche cerrada, el gentío se agolpaba en las inmediaciones del parque. El cordón de seguridad sólo permitía ver los castillos de los fuegos en la penumbra y a los operarios de la pirotécnica bregar entre ellos. Un primer cohetazo anunciaba el espectáculo: danza de estrellas fugaces, cometas efímeros y soles evanescentes. El universo recreado en un big bang pirotécnico que hunde sus raíces en la noche del tiempo. Al día siguiente, los chiquillos buscaban las varillas de los cohetes por el parque como valiosos trofeos. En sus retinas aún danzaba el fuego en el cielo y resplandecían los patronos iluminados con bengalas de colores.

Fueron los alquimistas chinos los que inventaron los fuegos artificiales, usados en rituales y fiestas religiosas, sobre todo para ahuyentar malos espíritus y convocar a la buena suerte. Estamos entre los años 600 y 900 después de Cristo. Mezclaban salitre con carbón, sulfuro y otros ingredientes químicos. Y metales para los colores: cloruro de bario para el verde; de estroncio para el rojo y si quieres amarillo, el sodio. El azul lo proporcionaba el cloruro de cobre y el naranja procedía del sodio. La práctica se extendió por la Ruta de la Seda hasta Occidente y Oriente Medio.

Luz, color y el trueno de los cohetes para festejar al Cristo o a la Virgen; al patrón o la patrona. En el tránsito del año viejo al nuevo, para anunciar la feria, cualquier celebración comunitaria, una efeméride, incluso para santificar el trofeo que acaba de ganar tu equipo, después de recorrer el pueblo atronando el aire con el claxon del coche y agitando bufandas y banderas. La pirotecnia le da otra dimensión como espectáculo de cierre. El fuego, siempre el fuego.