Baile en el crepúsculo
Área Metropolitana con “Aleluya (El Mesías)”, de Georg Friedrich Haendel
Aleluya por la luz crepuscular de un otoño lluvioso, frío, de nubes pardas que navegan sobre el cielo del Área Metropolitana. Cada día, a la misma hora, da comienzo el ritual de las palomas. ¿Por qué vuelan en bandadas como escuadrones ligeros, rapidísimos, perfectamente coordinados y sin mando alguno?
Instinto, ritual, genética, aerodinámica natural. En grupo se defienden de posibles depredadores. En grupo se orientan para buscar, sobre todo, alimento y cobijo. Es lo que preparan cuando el sol está a punto de ocultarse. A su ocaso, bailan formando volutas inverosímiles, efímeras. Ninguna igual a otra, milimetradas, sin un roce, a velocidad de vértigo.
El espectáculo es magnífico encuadrado en ese perfil inconfundible de cielo nuboso y crestas de los montes. No hay más palomar que los severos y altos pinos del lugar. Porque las palomas se agrupan a estas horas para buscar dónde dormir, en el mismo lugar que la noche anterior. Y ese rito las acomoda: renuevan su condición de bandada, refuerza sus vínculos y recrean la vista de cualquier curioso que quiera disfrutar con su inimitable danza.