Allegro non molto en el mar de olivos

La Campiña, con “Invierno”, de “Las Cuatro Estaciones” de Antonio Vivaldi

05 ene 2025 / 12:22 H.

Zalea el viento los olivos. Rápido, pero no muy veloz, este allegro non molto ha tirado las primeras aceitunas al suelo, ya húmedo bajo la bóveda de un cielo casi cubierto de nubes racheadas con cejones negros. Quizá llueva cuando se eche el aire... Hay cosecha. Basta mirar las ramas dobladas por el peso de las aceitunas en este olivar de La Campiña jiennense. Y es invierno. Ellas cuentan, las aceituneras, que se ponían dedales hechos con vainas de bellotas vaciadas para hincar los dedos en el barro y rescatar las aceitunas que el viento desprende de las ramas. Tenían el trabajo más duro: de rodillas toda la jornada recogiendo la cosecha del suelo hasta llenar las esportillas y, después, acarrearlas hasta la limpia.

Allí, otra mujer arrodillada quita la última hojarasca de un esportón rebosante de aceitunas. Todo por unas pesetas de jornal. El manijero, manos a la espalda y gorra calada hasta las cejas, grita: ¡Niñas, a dos manos que con una amarga! Ya estaba todo dicho. A ellas se las llevó de los tajos otro viento conforme se acrecentaba el ruido de las máquinas. Ellos vareaban con las piquetas rodeando el olivo desde el perímetro de los manteos. Firmes los brazos, pero con cuidado, no muy fuerte: de dentro afuera de las ramas. Otro allegro non molto mientras el viento empuja los olivos como si fueran el velamen de una gran flota que navega a todo trapo.

Viene el manijero y me dice: Niño, ¡aquí no se varea con guantes! Ríe Serafín a mi lado con la reprimenda. Antes me había discutido la redondez de la Tierra. Hasta que llegamos a la cuestión. ¿Cómo se sujeta el plano? Y se puso a cavilar. ¡Lo que me quedaba que ver!, exclamó zanjando el asunto. Ni él, ni Florencio, ni Bartolo, ni Antoñito imaginaron entonces que invadirían los tajos, con los años, las sopladoras, las vibradoras y las varas mecánicas. Lo que no ha cambiado es el mar de los olivos. Si acaso, para crecer.