Adagio en las rutas del cielo

El Condado, con Adagio de Albinoni

02 mar 2025 / 12:30 H.

Se va el invierno. Todavía podremos ver nubes bajas, oscuras como el plomo viejo y cargadas de agua, pero el cielo, tozudo, quiere ya cirrus casi étereos con sus delicados filamentos blancos y cirrocumulus elegantes dispuestos en ondas o glóbulos, sin sombra. Hasta que el astro rey, todopoderoso, acabe también con ellos fundiendo sus cristales microscópicos. Calentará más, mucho más.

Esa fue la perdición de Ícaro, y sus ansias de volar más alto, más y más. El arquitecto Dédalo, su padre, constructor del laberinto de Creta, se lo había advertido cuando le puso las alas para escapar de la isla del terrible Minos. Alas con plumas de pájaros cosidas por el centro con hilos y pegadas con cera en los extremos. No asciendas que el sol las puede derretir, le conminó. Ícaro, temerario, subió y subió. Y el sol fue inmisericorde. Cayó al mar el joven y Dédalo le lloró amargamente.

Siempre quisimos volar. El desafío descomunal ha dejado una estela de Ícaros caídos en el empeño. Primero fue una ensoñación; después una posibilidad aliada con primitivas tecnologías emulando al pájaro con alas postizas, de todo tipo. No bastó con las alas, así que hubo que hacer un pájaro: cabeza, alas, cola timón y corazón de fuego.

Esos pájaros, forjados con materiales de última generación y sofisticada tecnología de navegación y guerra, surcaron el cielo de El Condado como estrellas fugaces diurnas. Dejaban el rastro inconfudible, nítido, fugaz y veloz de sus estelas de condensación del queroseno que les impulsa. Son aviones de caza.

Observamos el cielo en la comarca jiennense durante tres horas y media. Lo condensamos en poco más de tres minutos y el timelapse es un adagio de nubes altas que se mueven en torno al Sol, le rodean como un velo y se dejan querer para que el disco brillante busque acomodo entre ellas. La firma de la partitura es singular: estelas de destreza que trazan los Ícaros de los pájaros que no tienen plumas.