Un brindis por las artes escénicas
El Festival Internacional de Teatro de Cazorla llega a su fin

La cita teatral cazorleña llegó el pasado fin de semana a su fin. Se inicia así una espera que se prolongará a lo largo de diez meses, quedando el teatro de La Merced sumido en la oscuridad escénica hasta nueva cita. De lo pasado en los distintos escenarios, ya en la calle o en la sala, ya con público infantil o adulto, se puede deducir con afinada crítica que esta ha sido una edición extraordinaria de las artes escénicas mostradas en la programación. Circo, danza o teatro puro en coqueteos directos con el drama, la comedia y el lenguaje poético, ilusión, fantasía o realidad mostrada en su crudeza más dura, guiños a la historia y a las posibilidades de la ficción, han sido expresiones de especial relevancia en el flujo teatral de este otoño. Quedan en la memoria los nombres propios que, por no hacer alarde de comparaciones y olvidos, resumiremos en la presencia del premiado en esta edición: Héctor Alterio con sus noventa y cinco años de pasión interpretativa. Quedan grabados en el historial de esta cita con las artes escénicas los títulos de montajes que han acaparado la distinción entre lo mejor del panorama nacional, fijando la cita cazorleña como de las mejores programaciones ofrecidas desde el ámbito local al público amante del teatro sin fronteras.
No tiene base la duda. Basta con retener el broche de oro traído para bajar el telón. Porque, rompiendo con la separación de fechas que oferta un montaje semanal, en el primer fin de semana de diciembre el público ha sido citado para disfrute de dos espectáculos geniales y antagónicos. Akira Yoshida y Lali Ayguade ofrecieron una maravillosa colisión con la danza contemporánea. Together to get there no es un cruce entre dos, como resume su argumento, más bien se convierte en un encuentro a tres bandas. Por un lado, aquellos que dan riqueza y expresión al movimiento de los cuerpos y, por otro, el público, que cede a la hipnosis de la posibilidad casi imposible de negar a la danza la belleza que surge de las fronteras del alma. Fue este un ejercicio poético exquisito que justifica, por sí solo, la necesidad de hacer presente en cualquier programación de altos vuelos el encanto de la danza. Frente a esta delicadeza, antes de que el telón tocase suelo sobre el escenario oscuro de La Merced, El Espejo Negro, compañía malagueña virtuosa en el dominio de la luz y la sombra, regaló al público un final apoteósico. Alejado de delicadezas, huyendo con espanto de los textos memorables y anulando la necesidad de grandes estrellas en sus trabajos, Es-puto Cabaret ofreció el fondo negro de la magia visual a sus rescatadas marionetas. Lo vulgar, soez y lo sexualmente incómodo o grosero, con aliño de cuñas humorísticas que ponen en juicio la más rabiosa actualidad, son ingredientes especiales de un espectáculo que desborda arte, mimo y sobrada condición o capacidad de asombro. El Espejo Negro ha sabido cumplir años de una manera excepcional, alimentando risas arrancadas desde las emociones incómodas que a veces encerramos en los rincones grises de nuestro ser, ha sabido también provocar el despertar de los sentidos adormecidos, apostando por la creencia de que aquello que el escenario admite debe ser resuelto con verdadera apología del arte teatral. Largos se han de hacer los meses en la espera pero ya queda un reclamo en la memoria para mitigar el efecto del reloj sobre el tiempo y su definido silencio teatral.