Inmensa en un barullo

13 ene 2016 / 09:44 H.

Hace tres años, Jennifer Lawrence mató varios pájaros, aunque no de un solo tiro. Con El lado bueno de las cosas (Silver Linings Playbook, 2012) se metió en el bolsillo a público y crítica, se sacudió el riesgo que acompaña a todo aquel actor o actriz que protagoniza una saga con éxito, como, en su caso, ha sido la adaptación al cine de Los juegos del hambre y, además, se alzó con sus primeros Oscar y Globo de Oro. Ese año empezó a forjarse un mito que, un par de años antes, se había comido la pantalla en Lazos de sangre (Winter’s Bones, 2010. Debra Granik); que volvió a deslumbrar en La gran estafa americana (American Hustle, 2013), también de Russell, y que, ahora, puede repetir la gesta de 2013 con Joy. De entrada, el personaje de esta matriarca asediada por las deudas y con una rara familia a cuestas que se pone el mundo por bandera inventando la fregona más eficaz del planeta ya le reportó, la madrugada del lunes, el segundo reconocimiento de la Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood. Y de eso al Oscar solo queda un mes y medio.

En una historia en la que es muy fácil perderse, con personajes que parecen salidos de Los Tenenbaums, de Wes Anderson (2001), aunque la genialidad está limitada a su protagonista femenina, el “sinsajo” de Suzanne Collins se crece. Su neurosis, su obsesión, su afán de superación cuando el viento azota como un vendaval en contra, el sacrificio diario por su familia y también su fuerza configuran un personaje hecho a la medida de una Lawrence irresistible.

La naturalidad y el descaro interpretativos que rezuma la actriz fetiche de Russell emparentan con los que transmitían Marlon Brando o James Dean. Parece salida del Actors Studio de Robert Lewis, Elia Kazan y Cheryl Crawford. Hace fácil la dura tarea del actor. Es camaleónica, absorbente, y engancha. Ensombrece al mismísimo Robert de Niro y a una Isabella Rossellini de la que es imposible no enamorarse, incluso a sus 62 años. Y es que, más allá de Lawrence y de la fregona mágica, la última cinta de Russell ralla.

Cansa que no encuentre más actores aptos para su filmografía que Bradley Cooper y la también Mística de los X-Men, y, en cuanto al guión, la voz en off de la narradora es prescindible. No aporta nada. Con todo, lo mejor de Joy es una banda sonora en la que Frank y Nancy Sinatra o Ella Fitzgerald alternan con el sonido de Cream. Es sencillamente fantástica.