Cristóbal López Carvajal dibuja el Jaén que discurre entre 1966 y 1968 en “Callejuela sin salida”

El expresidente de la Diputación Provincial alerta de los riesgos del Franquismo en su primera novela de ficción, que presenta este jueves, en la Antigua Escuela de Magisterio

17 dic 2025 / 10:25 H.
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LA ENTREVISTA

No había hecho más que salir del barrio de San Juan, cuando empezó a escribir las historias que entrelazan el relato real de “Callejuela sin salida”, su primera novela de ficción que, este jueves, a las siete de la tarde, presentará en la Antigua Escuela de Magisterio. Tampoco es que haya tardado unas cuantas décadas en dar forma a un libro necesario para conocer más y mejor Jaén... Más bien, decidió someter el proceso creativo a una maduración acertada con la que, unos cuantos lustros después, ve cumplido el sueño de ser escritor. Apartado de la vida pública desde hace catorce años, Cristóbal López Carvajal rebusca entre los sentimientos para dar vida a esos personajes que tienen mucho de su pasado más presente. Valentía demuestra con esta obra alguien que fue concejal socialista en el Ayuntamiento de Jaén, presidente de la Diputación Provincial, parlamentario andaluz y senador.

—Regresa usted a la Transición, en la parte final de Callejuela sin salida. ¿Qué mensaje se dejó sin trasladar en la coralidad de “Los días olvidados”?

—”Los días olvidados” es un libro coral donde participa mucha gente de todos los grupos políticos que tuvieron una presencia significativa en aquella época. Este libro transcurre antes. Como punto de referencia más pronto, los historiadores sitúan la Transición en 1973, con la muerte de Carrero Blanco, pero esta obra está fechada entre los años 1966 y 1968. Tiene una notabilísima diferencia, aquí hablamos de una novela de ficción, mientras que tanto “Los días olvidados” como “Lirios marchitos”, en un caso es un libro de memorias política y en el otro es una novela de no ficción.

—Vuelve a los tres capítulos de su novela de no ficción, Lirios marchitos. ¿Es totalmente intencionada la estructura?

—No, por una razón, por la propia génesis de la novela. Yo intenté escribir por primera vez esta obra cuando tenía veinte años, y ya he pasado de los setenta. Lo que ocurre es que, en aquel momento, no tenía ni ese título, pero adelanté bastante de los protagonistas, de hecho, tendré más de cien folios, que cualquier día los rompo porque son muy malos. Puede haber coincidencias en la estructura, pero no intencionada. Esta historia está estructurada desde la perspectiva de los personajes que hablan o que el narrador cuenta en tercera persona. María Luisa habla en primera persona y los otros dos, en tercera, aunque el tercero, el torero, tiene reflexiones en primera persona, de tal forma que mezcla su evocación del pasado y su angustia en el presente. Es una mera coincidencia que tenga tres capítulos, aunque en este caso se pueden llegar a leer de manera independiente, sólo que hasta que no se llega al final no se tiene una concepción global de la novela que, a mi modo de ver, es inevitable.

—Tiene fuerza el epílogo...

—Sí. El epílogo tiene una fuerza importante, porque, de manera breve, la protagonista, que escribe en primera persona, se encuentra con acontecimientos que son claves en su propia vida y que, al mismo tiempo, descubren movimientos que tienen una gran importancia en el desarrollo de la novela. Sin epílogo, es incompleta, pero hay que advertir a los lectores que nunca hay que empezar por ahí. El epílogo invita a una segunda lectura.

—¿Fue lo primero que escribió?

—En absoluto. Me vino dado por los acontecimientos. Lo complejo de la novela es que el escritor, a diferencia del historiador, tiene la obligación de penetrar en los sentimientos de los personajes. A veces, en esa búsqueda de verosimilitud que tiene que hacer cualquier novelista para que los personajes tengan vida te lleva a cosas inesperadas, incluso para el propio autor.

—¿Dónde están los límites de la ficción en esta segunda novela?

—Es una novela de ficción y, por lo tanto, la clave está en cuáles son los límites de lo verosímil. El libro está salpicado de personajes a los que he conocido, algunos de manera personal e intensa, de los que me ha sido más fácil escribir, mientras que otros tienen una historia compleja y ha exigido un esfuerzo más profundo para penetrar en su psicología.

—¿Conoció usted a María Luisa, Juan Manuel o Jesús o son fruto, todos, de una nueva confidencia de sus antepasados?

—No, no hay ninguna historia, salvo una pequeña, acerca del fallecimiento de un personaje que es secundario en la novela pero que es indiscutiblemente fundamental en la personalidad de uno de los protagonistas, Juan Manuel, que es la muerte de su madre. Está basada en el fallecimiento de una hermana de mi madre, que murió en esas circunstancias, historia que he recuperado, aunque el hijo que nace en ese parto tiene algunas semejanzas con un primo hermano mío, pero tiene otros elementos de ficción.

—¿Conoció a los protagonistas?

—No, el torero es un personaje de ficción. Sí he conocido a amigos míos de la infancia, de mi barrio que, sin ser toreros, sí han tenido el rasgo que une al torero con su madre.

“Está salpicado de personajes a los que he conocido, algunos de manera personal e intensa, de los que me ha sido más fácil escribir, mientras que otros tienen una historia compleja y ha exigido esfuerzo”

—¿Por qué elige usted el barrio de San Juan como espacio urbano de desarrollo de la obra?

—Lo elijo porque yo, al igual que mis dos hermanos, nací en el barrio de San Juan. Mi madre parió en la casa familiar y me he criado allí, lo que significa que la influencia social de la ciudad de Jaén sobre mi personalidad vino sellada por lo que aprendí, viví y las experiencias que tuve hasta los catorce años, pero no porque me mudase, sino porque a partir de esa edad, mis estudios de Bachillerato me indujeron por unos caminos que me separaron de la influencia social para indagar por mí mismo una cierta comprensión del mundo en el que vivía.

—¿Qué sentimientos ha querido trasladar con respecto a este barrio?

—Fundamentalmente que es un barrio, un concepto que ya está olvidado y que es muy significativo, sobre todo por la familiaridad. Eso de que, por ejemplo, en los veranos las familias saliesen a las puertas de las casas para mantener tertulias es un rasgo muy definitorio. Además, en ese, concretamente, los hombres, que eran niños en aquel momento, estábamos muy jerarquizados por la violencia. Todos los compañeros sabíamos perfectamente quién de los dos tenía más fuerza física con respecto al otro, porque ya nos habíamos peleado, de tal forma que cuando eso sellaba una cierta jerarquía se llegaba a un sistema piramidal donde en el vértice existían personas que tenían liderazgo y lo ejercían en el fútbol o en diferentes actividades con una fortaleza indiscutible.

—Retrata otras zonas de Jaén e, incluso, del extrarradio...

—Sí, el barrio es un trozo de la trayectoria de los personajes, que es corta, porque ninguno sobrepasa los 24 años, pero la vida les lleva por otros derroteros que son la base de la novela. El barrio es un espacio común. Cada uno viaja a distintos puntos de España, Madrid, Barcelona... El verdadero viaje es el interior, el que cada uno hace para intentar reconducir su vida.

—El punto de partida es el antiguo sanatorio de Los Prados. ¿Con qué objetivo?

—Con el objetivo de contar una historia, que responde a un hecho real y que denota, claramente, cómo era la asistencia psiquiátrica en aquel momento, que ocurrió en dos mujeres de mi barrio.

—Medicina, Periodismo y Tauromaquia se entrelazan entre las historias de verdadera lucha por una sociedad libre. ¿Cuáles son sus fuentes literarias?

—Las fuentes literarias del autor son muy largas, porque tiene unos pocos de años, pero en el caso específico de la novela yo creo que hay un ejercicio de análisis y compresión de esa juventud de 1966 que nunca puso la mirada en cómo eso pudo repercutir en una ciudad tan provinciana como era Jaén en aquellos momentos. La novela se adentra en un territorio que, en el fondo, es la continuidad del territorio en el que transcurre casi todo lo que yo he podido escribir a lo largo de mi vida: Jaén. Las influencias literarias son múltiples, pero no está ligado al proceso creativo, sino al narrativo. En mi caso concreto, por referirme a autores de Lengua Castellana y que hayan ahondado en el franquismo, el que más admiro es a Juan Marsé.

—¿De quién se siente heredero?

—Todos los escritores son herederos de sus lecturas. Me interesa Mario Vargas Llosa como narrador, y como escritor que se ha enfrentado a la complejidad de la existencia tengo especial predilección por Albert Camí.

—De esa mezcla entre la realidad y la ficción se alza una ciudad que, aparentemente, es real. ¿Qué hay de inventado en ese recorrido que hace por ese Jaén de los sesenta?

—Nada. La novela tiene una parte muy significativa, que es la presión que se ejerce sobre la opinión mayoritaria de personajes que bordean los límites normales en los que transcurre la vida social, de tal forma que cada uno tiene unos perfiles a través de los cuales podemos conocer la ciudad de Jaén bien desde las entrañas del funcionariado, bien de aquellas personas que bordean las normas aceptadas por la sociedad y que son la gran contraposición a esos otros puntos de vista. Por lo tanto, los ambientes que surgen de los bares, de los cines, de las costumbres sociales y de la sexualidad de los personajes reflejan una realidad lo más objetiva posible del Jaén que conocí.

“El barrio de San Juan es un trozo de la trayectoria de los personajes, que es corta, porque ninguno sobrepasa los 24 años, pero la vida les lleva por otros derroteros que son la base de la novela”

—La política, a la que usted se dedicó durante gran parte de su vida, impregna Callejuela sin salida, pero da la impresión de que ha querido camuflarla a través del juego con el lenguaje.

—Lo que he dibujado es un personaje que tiene en su proceso de concienciación política bastantes similitudes conmigo, pero que tiene un compromiso por la libertad y que no es militante, aún cuando colabora con partidos de la oposición de aquel momento, porque su pasión está centrada en la vocación del ejercicio de la Medicina.

—Los límites del compromiso político es uno de los dilemas que dibuja en su novela. ¿Cuál es el mensaje que quiere trasladar?

—El mensaje fundamental es el riesgo que corrían quienes tomaron conciencia política y que quisieron moverse para superar la dictadura. Sin el peligro no puede concebirse el Franquismo, que ahora está dulcificado por la gente joven que no lo ha conocido. El riesgo fue duro. Yo lo he padecido de manera muy tenue, pero conllevaba sufrimiento. Hay otro factor relevante. La novela tiene el efecto, que no es a priori establecido, de mujeres fuertes, todas con una gran personalidad y todas, a su manera, van rompiendo, aunque sea levemente, límites impuestos en una sociedad en ciudades provincianas como Jaén. Querían tener un protagonismo distinto al que les ofrecía el Franquismo.

—Interesa su radiografía sobre el carácter provinciano de Jaén. ¿Cuál es su visión actual?

—Tengo un problema, que soy una persona con una vida social muy reducida, por lo que me falta salir más a la calle y conocer el Jaén de la última década, porque desde que dejé la política en 2011, he llevado una vida muy recluida en la creación literaria, lo que me hace rodearme de amigos que son más jóvenes que yo, pero que han perdido ese impulso de la juventud que determina cómo son las sociedades. No sé cómo se mueve la gente menor de treinta años en la capital, porque mi nieto tiene quince años. Me sorprende cómo le llegan los ecos del pasado. No tengo una respuesta. Voy a poner un ejemplo tópico. Estuve con mi amigo Juan Manuel Molina Damiani en las tascas y me sorprendió ver a tanta gente. Las miradas me atraen cuando son a contracorriente de las costumbres de una sociedad. Me pasa igual con los periodistas. Cuestionarse las ideas y los pilares sobre los que uno ha ido construyendo sus creencias sobre la realidad, cuando es mayor, aquellos que no han revisado sus postulados me parece que han hecho un ejercicio vital insuficiente, como mínimo.

—Habla de sexualidad sin tapujos, la del amor y la del vicio. ¿Le costó tocar este palo a la hora de enfrentarse el folio en blanco?

—Me costó narrarlo, porque soy pudoroso, pero no desde el punto de vista conceptual, porque todo lo que sé de sexualidad lo aprendí con 13 años en San Juan.

—Hable de José Viñals y su influencia en este libro.

—No veo la influencia, que fue un gran amigo, y lamento que no esté vivo, porque habría sido, tal vez, la primera persona a la que yo habría recurrido para que lo leyese y me hiciese las observaciones oportunas. La influencia de José la he tenido más en mis gustos y mis preferencias poéticas, porque fue más poeta que narrador, aunque tiene libros importantes, pero él ha influido más en que yo leyese a poetas que me eran desconocidos, más que descubrirme autores, porque yo he sido un lector precoz, primero de periódicos. Mi casa está llena de artículos que he recortado a lo largo de mi vida, que me han impresionado y los he guardado, por lo que volver a esos párrafos subrayados resulta para mí placentero y, además, importante en la construcción de mis preferencias.

—También está Diario JAÉN en su novela...

—Era importantísimo en el momento en el que se desarrolla la novela. Mi casa era familiar. Nosotros vivíamos en el primer piso y el hermano de mi padre, que estaba suscrito, en el segundo. Nos lo llevaban y lo leía a diario.

“Veo difícil escribir un libro en el que no aparezca la palabra Jaén. Yo no necesito inventar territorios en los que ubicar las cosas que escribo, ese territorio está definido, tiene un nombre y es Jaén”

—¿Será posible un libro de Cristóbal López Carvajal sin que aparezca la palabra Jaén?

—Lo veo difícil. Yo no necesito inventar territorios en los que ubicar las cosas que escribo, ese territorio está definido, tiene un nombre y es Jaén. Además, no me asusta escribir sobre el presente y el pasado, con la mayor fidelidad posible y con aventuras complejas como me ocurrió en Lirios marchitos con la familia Castillo García-Negrete. Borges decía que el arte, por definición, tiene como punto de referencia lo concreto, de tal forma que todas las historias ocurren siempre en un contexto. Hay algo que me queda de mis lecturas marxistoides iniciales, que tantas cosas no me han servido posteriormente porque quedó demostrado que fueron fracasos, como la condición social de las personas, en la que todos estamos envueltos, y eso es una mirada política. Cuando se habla de la libertad y de los valores que dominan en una sociedad hablamos de política en mayúsculas, no de partido, que es secundario. Esa mirada yo no la he perdido ni la quiero perder y quiero ser fiel a ella, aunque a veces las conclusiones que uno saca no están establecidas.

—Dijo usted, en una entrevista, que quería ser escritor de mayor. ¿Ve cumplido su sueño?

—Parcialmente, sí, digamos que por lo menos, cuando muera, habré dejado algún testimonio de mi capacidad como escritor, que por supuesto es limitada, y sobre la mirada que he tenido sobre ese espacio vital llamado Jaén.

—¿A qué se dedica desde que abandonó el Senado?

—Sólo me he dedicado a escribir, pero he tenido aventuras complejas, como Lirios marchitos, que me exigió una larga investigación, pero en este caso he necesitado un esfuerzo enorme de perfección en el lenguaje, porque la obligación fundamental de un novelista es llegar a captar y definir los sentimientos de los personales de la novela. Es más fácil buscar un suceso histórico y enmarcarlo, porque a veces hay testimonios que lo permiten, que adentrarse en el alma de un ser humano. Si hay una persona, en esta novela, que bordea la depresión es enorme. A veces se puede escribir medio folio en un día.

—No le preguntaré por Pedro Sánchez en esta entrevista.

—Eso lo dejamos para otro día.

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