CUARTA ETAPA

El Cornicabral - Venta de San Andrés en Santisteban del Puerto (25,50 kilómetros)

06 dic 2020 / 11:31 H.

Es de noche aún y nos ponemos en marcha una hora antes de lo acostumbrado, pues hoy nos espera la etapa más larga de la “verea” —¡25,50 kilómetros!— desde la tiná del Buen Pastor a +549 m de altitud, hasta la Venta de San Andrés a +635 m, en Santisteban, a la que llegaremos de noche. Ascendemos +86 metros, salvando tan solo un “serrete”, como dicen los de Bailén, en la carretera JV-6231 de Castellar a Chiclana de Segura, lugar donde sesteamos, y que los pastores le llaman Los Retamales, por la numerosa vegetación que hay de retamas.

Mapa, traza y perfil de la cuarta etapa

El Empedraillo

En la presentación de esta aventura decía: “... A lo largo de nuestro caminar nos encontraremos con Teresa de Jesús por el Empedraillo en su camino a la fundación del convento de San José en Beas, o con Jorge Manrique junto al puente Mocho, en su caminar desde Segura de la Sierra a sus castillos de Chiclana de Segura o Montizón...” pues bien, nada más salir primero nos encontramos en la calzada romana que los lugareños llaman “El Empedradillo”. Esta vía es una bifurcación del llamado “Camino de Aníbal”, camino cartaginés que partiendo de Cástulo pasaba por Navas de San Juan, Santisteban, Montizón y atravesaba por las provincias de Ciudad Real y Albacete para unirse a la de la costa mediterránea por Saetabis (Játiva).

El Puente Mocho

Y un poco más adelante ya en el río Guadalimar, nos topamos con el puente Mocho, para mi es el momento más emocionante en toda la “verea” de invierno. La primera vez que lo pasé se me caían lágrimas como puños. Es impresionante contemplar a 2.500 animales transitar por su calzada, y para que veáis que no exagero nada, os dejo el paso del hato en la “verea” el pasado noviembre ¡8 minutos apasionantes!

Antes de continuar con nuestra marcha, quiero resaltar este hito de ingeniería civil que tenemos en nuestra provincia, por desgracia poco conocido. D. José María Almendral (ICCP) en un artículo publicado en la Revista de Obras Públicas en el 1985 lo describe: “... El puente Mocho se trata de un conjunto de dos puentes unidos. El más antiguo, romano, con desagüe escaso, que funcionó sumergido en las avenidas.

El puente, descrito desde aguas abajo, consta de camino de acceso, un primer tramo recto con cuatro arcos, dos pequeños de aligeramiento y dos grandes de 7,60 y 7,85 m. de luz, bóvedas con boquillas de sillería y tímpanos de mampostería de gruesos mampuestos careados.

El arco más próximo al estribo derecho, término de Chiclana de Segura, es asimétrico; el lado izquierdo es una especie de arco rampante, en cambio el derecho es de medio punto. El otro arco grande no tiene esa anormalidad. El tramo de puente próximo al estribo izquierdo es más bajo; tiene dos arcos de medio punto, sillería clásica romana con tajamar del lado de aguas arriba parcialmente destruido...

El paso del hato por el tablero del puente

Camporredondo, El Campillo, Los Retamales

La posada del “Guardalmenero” en El Campillo

Como hoy vamos más relajados con el hato, os voy a contar una historia de esta aldea que acabamos de pasar. Cuando terminé mi verea del invierno del 2018, escribía: “...La verea después de pasar por Camporredondo llega al Campillo que es otro anejo de Chiclana de Segura. Aquí sobre los años 50 había una posada que le decían de Manuel “El Guardalmenero”, pues su dueño que procedía de la aldea de la Porrosa junto al río Guadalmena, de ahí su apodo, se casó con una mujer del Campillo y fundó la posada.

Me cuenta su hijo Eugenio que ya “peina canas” y amigo mío desde hace muchos años, por cierto sobre los años 60 estuvo de maestro de escuela en Santiago de la Espada, que allí solamente se pernoctaba y que no había comidas. La posada tenía dos grandes cuadras y unos amplios corrales de tal manera que cuando llegaban “los serranos” como ellos les decían a los pastores trashumantes, podían dejar a las caballerías en las cuadras y al hato en los corrales, lo que les suponía poder estar sentados a la lumbre sin preocupaciones después de unas etapas muy duras desde las cumbres de Santiago. “Los Serranos” llevaban sus provisiones para la verea, principalmente algo de matanza y un poco más, además de miel, tabaco verde, alguna manta de “cujón” de los telares de Santiago, y algún que otro choto. Esto le servía de moneda de trueque para pagar la posada, el pan, o la paja que le daba el posadero a las bestias. En cambio ellos dejaban en los corrales estiércol que luego al posadero le servía para abonar el hortal y el olivar.

También me cuenta que dejaban en la posada algún animal que iba enfermo o cojo, o alguna oveja preñada a punto de parir y que suponían que no aguantarían la verea, de tal manera que el posadero se los cuidaba y a la vuelta en primavera los recogían.

La familiaridad con “los serranos” era tal que alguno de ellos, un tal Miguel del Pontón Alto, incluso se sentaba a la mesa con sus padres a compartir la comida.

Al final de la larga conversación mi amigo Eugenio terminaba diciendo: ¡Qué buenas personas eran estos serranos”! Y digo yo: ¡Eran y son!...

Por Castellar caminando junto a los peregrinos íberos hacia la cueva de La Lobera

La Venta de San Andrés

Ya se nos ha echado la noche encima y estamos casi llegando al final de la etapa, estamos muy, pero que muy cansados, pero esta noche es para mí la mejor, pues ponemos las tiendas en el patio de la antigua Venta de San Andrés frente al solar donde estuvo la ermita del mismo nombre en Santisteban del Puerto, lugar donde la Santa Madre, Teresa de Jesús, pernoctó cuando iba a la fundación de Sevilla, desde Beas.

En esta venta, al igual que la de El Campillo que hemos contado, también disponía de amplios corrales para que los pastores pudieran dejar por la noche el hato. En ella era menos familiar el trato, pero en cambio sí se podía comer. Había habitaciones para el hospedaje, pero por lo general los pastores dormían en unos “poyos” que había alrededor de la chimenea que le servían de improvisado camastro. El trueque también funcionaba; los pastores ordeñaban a las cabras que acompañaban a las ovejas y la leche la cambiarían por “cuartillos” de vino o por pan. También cambiarían algún choto o borreguete para pagar la estancia de ellos y los animales.

Ya estoy dentro de la tienda, hace un frío que pela y la noche será de aúpa, pero me pongo a pensar y me lleno de emoción por poder caminar por estas rutas trashumantes pensando que antes lo habían hecho personajes de la altura de Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, Jorge Manrique ..., pero los más importantes: ¡los pastores trashumantes!, que a lo largo de muchos siglos han mantenido viva una tradición y una forma de subsistencia que ha llegado hasta nosotros.

Desde aquí gracias a mis jefes “Los Carlillos” por haberme dejado participar en su trabajo y convivir con ellos a lo largo de la “verea”, aunque sea de manera “virtual”, ya vendrán tiempos mejores. Por cierto se me olvidaba el hato, como la “verea” está mallada a ambos lados, le cerramos con malla cinegética los dos frentes y pasan la noche justo delante de la venta, la próxima noche (D. m.) en la dehesa.

En la Venta de San Andrés a 6 de diciembre de 2020, día de la Constitución Española y de mis 45 años de casado con mi mujer Amalia el mejor regado que Dios nuestro Padre me ha dado.

*Textos, fotos, diapositivas y maquetación: Miguel Mesa Molinos