“Fascinado por el rugido del lagarto gigante que juro que llegué a escuchar”

    07 abr 2016 / 20:21 H.

    Jaén, curioso territorio, en las sobras de Andalucía, que linda, al Norte, con la incomprensión, al Sur, con los tópicos, al Este, con la lejanía y al Oeste, con la desidia (al centro quizás también con su viejo ombligo un poco sordo y mudo). Conocida por las legiones de olivares que espolvorean toda su epidermis, es tierra sobria, parca en palabras, que ha vivido tanto que está un poco de vuelta. Puede que por ese carácter retraído, no hay sido, Jaén, capaz de conservar sus alhambras o sus giraldas, pero se la quiere, bastante, como se quiere a la madre vieja o a la novia triste. Yo nací en esta Jaén, hace más de cuarenta años y, desde entonces, apenas me he despegado de su imán telúrico.

    Y en cierto modo sigo siendo el niño que se crió en el barrio de La Magdalena (fascinado por el rugido del lagarto gigante que juro que llegué a escuchar, mezclado con el rumor del agua) que pasaba las largas tardes de la niñez con la nariz pegada a la verja del raudal.

    El lagarto existe, sí. Y sobrevive ignoto entre cauces subterráneos que conectan los puntos cardinales de la vieja villa, con el epicentro en la Catedral, en donde se esconde otro ente sobrenatural: el labrado coro, que es como un precioso y vedado libro con páginas de madera, capaz de imbuir al lector en un tiempo remoto que el místico delirio de las imágenes convierte en presente y eterno.

    (Fragmento de la obra recopilatoria “Escritores en potencia” de Diario JAÉN por Tomás Afán).