Confinada. Una retórica bélica
La pantalla del móvil se llena de mensajes con mil deseos de planes futuros, casi inmediatos: entre líneas rezan para que acabe el confinamiento cuanto antes. Reconozcamos que el distanciamiento social, única medicina efectiva contra el contagio, se nos da fatal. Quedamos en los descansillos de las escaleras a charlar más tiempo de la cuenta; nos cruzamos en los paseos y nos acercamos un poco más; nos bajamos las mascarillas para hablar; quedamos en que los niños se vean y jueguen a pelota en la hierba, al fin y al cabo estamos todos de cuarentena y no hay peligro, o eso creemos. Hemos dejado de pensar que estamos en medio de una guerra.
La retórica bélica la hemos escuchado en todas partes. Desde presidencia pasando por la oposición y llegando hasta el comité técnico. Nos informan con palabras como enemigo, lucha, batalla, combate, victoria. Estamos en guerra contra el coronavirus y desde Europa son numerosos los dirigentes que nos han hecho evocar en nuestra mente la II Guerra Mundial y sus devastadoras consecuencias; ya sea diezmando la población, como este maldito virus; ya sea asestándonos el último golpe a través del desmoronamiento de nuestra economía al igual que tras los obuses y la destrucción bélica.
Desde luego que vivir una guerra es la principal causa del hundimiento de nuestra salud mental y a la vez debería de ser nuestro motor de fortaleza para resurgir. El problema es que en toda guerra hay un final: armisticio, tregua o paz, o declaración de victoria. Hay un acontecimiento final que da por terminada la contienda. En cambio, en la actualidad, ¿qué pasa con esta retórica belicista que nos acompaña durante la pandemia? Que no hay punto final. Seguimos conviviendo con el virus, seguimos en guerra aunque en una fase menos mortífera. Sentirnos en guerra o pensar que ya estamos en paz, una dicotomía que puede llevarnos a pensamientos y actuaciones erróneas (o quizás no): quedar en los parques con amigos, charlar en el descansillo de las escaleras y hacer mil planes, solo por el hecho de salir, en las terrazas.
Frente a esta realidad, existe otra bien distinta utilizada por otros mandatarios. El negacionismo que en algunos momentos ha utilizado Brasil, México o Estados Unidos para insuflar tranquilidad no solo a la ciudadanía, sino también a los mercados, es otra estrategia de comunicación. Ajenos a las recomendaciones de la OMS (Organización Mundial de la Salud), el tiempo dirá si ha sido una postura equivocada.
Lo que está claro es que el SARS-CoV-2 no entiende de estrategias de comunicación ni liderazgos políticos. De poco sirve la batalla de los grupos parlamentarios o de los gobiernos autonómicos sobre el cambio de fase. Unas contiendas que vuelven a tener consecuencias al enfrentar entre sí a los diferentes técnicos y especialistas. Como si el conocimiento científico-técnico tuviera que decidir si es de derechas o de izquierdas, si defiende más las teorías del neoliberalismo económico o el keynesianismo de principios del siglo XX. Necesitamos un armisticio firmado por todos, porque en esta batalla, la política, el enemigo somos nosotros mismos, por lo que nosotros somos a la vez vencedores y vencidos. Al igual que el coronavirus, esta guerra supera las fronteras. Tal y como se suceden los últimos acontecimientos, la primera víctima es la Unión Europea. Y sinceramente, no sé donde nos deja eso, pero temo que no sea en el bando de los vencedores.