Adiós a seis décadas de historia
Las cenizas que dejó Santana Motor tras su cierre vuelven a airearse en la ciudad
Sesenta y dos años de historia cumpliría este año la que empezara siendo Metalúrgica de Santa Ana, una empresa agrícola que, en 1961, comenzó a fabricar automóviles bajo licencia de los todoterrenos Land Rover Santana. Fue solo un año después cuando se diversificó su negocio realizando cajas de cambio para la fábrica de Citroën en Vigo. La compañía, pronto gozó de una enorme popularidad entre los agricultores y ganaderos españoles, que además fueron exportados a mercados como el sudamericano, norte de África y Oriente Medio, siempre con autorización de la licencia británica, que no era capaz de cubrir la demanda de estos lugares.
La llegada de los japoneses con Suzuki es uno de los acontecimientos que la ciudad nunca podrá olvidar, pues fue en 1993 cuando la compañía, que sostenía gran parte de la economía de Linares dando trabajo a muchas familias del municipio jiennenses, se hizo con el 83,75% del accionariado. En 1995, la Junta de Andalucía compró la firma japonesa, y los cambios no tardaron en afectarles a los trabajadores que, como muchos recuerdan, se dividían en dos grupos, entre los que se encontraban los que vestían un mono, y trabajan en cadenas de montaje, chapa, prensa o utillaje, entre otras áreas, y los que llevaban traje y ejercían desde sus despachos. Los rumores comenzaron a aflorar entonces. El cierre de Santana era un titular que, cada vez, aparecía más en la prensa.
Para calmar las aguas, sindicatos y empresarios se reunieron y acordaron una serie de acuerdos que, en teoría, protegerían los derechos de los trabajadores, a los cuales obligaron a prejubilarse en 2011 para, según indican algunos, “dar la oportunidad a los jóvenes de poder trabajar. Quienes aceptaron, cobraron el 80% de su jubilación, sin embargo, casi un centenar de empleados no pudieron acceder a esta oportunidad por no tener la edad pertinente para hacerlo. Siete años y medio después, las cenizas de Santana vuelven a airearse con su extinción definitiva por liquidación, un trámite administrativo que removió las emociones de quienes formaron parte de la gran familia laboral que la componía.
Llegó a Santana recién cumplida su mayoría de edad y fue uno de los prejubilados que dejó la empresa con 54 años. Juan Pedro Expósito recuerda con tristeza su paso por la compañía linarense: “Me gustaba el trabajo que realizaba. La última etapa la viví con pena. Lo pasamos mal. Todo empezó en el 94. Fue una muerte anunciada, algo que se veía venir. La fábrica aguantó, pero, casi un cuarto de siglo después, se extingue por liquidación”, destacó el linarense, que colabora actualmente en el Banco de Alimentos.
Treinta seis años de su vida dedicó Rafael Quesada a trabajar en Santana. Durante ese tiempo ocupó labores de mecanización para Land Rover, cadena de motores, montador de caja de cambios para Citroën y cursos de chapista, entre otras. “Cuando nos prejubilaron, casi pillé una depresión. Me ocurrió durante dos meses. Me miraba al espejo y no sabía qué me pasaba. Ahora me dedico al Banco de Alimentos y estoy encantado de la vida. Si me dijeran de volver, me iría a la sierra a esconderme”, indicó.
A los 25 años pisó por primera vez Santana Motor, empresa que abandonó en 2011, cuando la empresa obligó a sus trabajadores a prejubilarse. Sin embargo, él no tenía la edad para hacerlo. “Me faltaron dos años para poder prejubilarme. Se llegó a un acuerdo entre Santana y la Junta indicando que la empresa no cerraría hasta que todos los empleados cumplieran 50 años y entraran en el plan de ayuda socioeconómica. En 2011 firmaron, innecesariamente, un acuerdo nuevo, y nos dejaron tirados”, afirmó.
A los 58 años, Manolo Santoro abandonó Santana Motor. Le ofrecieron una prejubilación con la premisa de que los jóvenes ocuparían esos puestos de trabajo. “Fue un sacrificio que hicimos por la juventud. Aceptamos cobrar el 80% de la jubilación. Y luego resultó ser todo un engaño. A la vista está que la empresa nunca más abrió. Sin embargo, paso con la bicicleta por su puerta cada mañana y no pierdo la esperanza de que, algún día, vuelva a retomar su actividad”, manifestó el extrabajador.