¿Un pueblo singular? Pegalajar (II)

Zonas recreativas, gastronomía y un poco de la historia de un municipio donde, entre otros parajes, destaca el de “Las Siete Pilillas”, “El Entraícho”, “La Charca” y “Los Poyos del Tabaco”, auténticos espacios de ensueño

19 may 2019 / 11:40 H.

Un municipio que por lo que concierne a zonas recreativas dispone de bares, restaurantes, discotecas, terrazas de verano..., donde degustar las más exquisitas tapas, los más sabrosos aperitivos, las raciones más sugerentes, los menús más deliciosos... ¿Que no es cierto? A alguien se le ocurrió decir: “Pruebe y compare”. Pero no hay que exagerar, porque en nuestra provincia, nuestra comunidad autónoma y nuestro país pueden presumir sin imitar a los pavos reales de una gastronomía “para chuparse los dedos”.

Las personas amantes de los paseos urbanos tienen en el parque ubicado alrededor de “La Charca” un lugar de total relajación. Y quienes prefieren naturaleza pura, el término municipal de Pegalajar tiene amplias zonas verdes a las que, en automóvil o practicando senderismo, puede accederse sin dificultad.

“Las siete pilillas”, “El Entraícho”, “Los poyos del tabaco”, “La senda de la Fuente de la Plata”... son, entre otros, nombres hechos realidad de rincones lejos de la civilización, del bullicio y ajetreo, realidad de pueblos y ciudades, y en esos rincones se puede disfrutar de la naturaleza en toda su plenitud.

“Las siete pilillas” está a unos dos kilómetros de Pegalajar, siguiendo la carretera de Mancha Real, en un puerto de montaña que antiguamente se denominaba “Letraña”. Hay que hacer una observación, entre otras, que dejaremos para cualquier venidera ocasión, y es una rectificación que respetuosamente hace quien esto escribe. Sería “Letrania” porque “Letraña” no existe en latín. “Letrania” es un nombre romano, muy relacionado con Mancha Real y lo explicaremos otro día para que la historia sea lo que es hasta en lo más insignificante.

“Las siete pilillas” es “el balcón de Pegalajar”. A sus pies está el Valle del Guadalquivir, desde donde se contempla toda la campiña hasta Sierra Morena. Y es en el puerto antes nombrado donde se unen “dos mundos distintos”. Uno, el que configuran las cordilleras, sucediéndose unas a otras hasta las cumbres de Sierra Nevada. El otro, desde donde se divisa la campiña del Guadalquivir, salpicado, el bonito paisaje, por pueblos entre olivares.

Hace ya años, la zona se acondicionó con árboles y merenderos, convirtiéndose el lugar en zona de esparcimiento en la que tener la posibilidad de disfrutar. ¿De qué? De un agradable día de campo.

Otra zona recreativa de Pegalajar es “El Entraícho”. Se trata de “el cerrillo de las mentiras o entredichos”. Está a los pies del Almadén, entre los 1.200 y 1.500 metros de altitud y unos 12 kilómetros de distancia por carril de Pegalajar, Mancha Real y Torres. Este cerrillo se encuentra situado en pleno Parque Natural de Sierra Mágina, lugar en el que gran parte se ha podido conservar su vegetación autóctona y en el que predominan las encinas y los quejigos, no faltando especies arbóreas escasas en el parque y, como ejemplo, el tejo. Hay una rica fauna asociada formada por águilas reales, cabras hispánicas, palomas torcaces, bubillas, jinetas, tejones, jabalíes, conejos... Por sus características, “El Entraícho” es lugar ideal para acampadas, pudiendo disfrutar de la naturaleza. Un rincón, ¿cómo definirlo sin exagerar ni quedarnos cortos?

¿Senderismo? En Pegalajar hay lugares privilegiados. A muchos sitios no se puede llegar en automóvil porque son senderos estrechos, como los míticos “Poyos del Tabaco”, situados en la falda del Almadén, sobre “El Entraícho” o la senda de “La Fuente de la Plata”, que lleva al alto valle culminado por el pico de “Los tres mincebos”. Mención para el monte llamado “Bercho”, en gran parte pleno de olivos.

En las últimas líneas de esta colaboración toca volver a la gastronomía, enriquecida en Pegalajar la oferta por la seña de identidad, que es agrícola y serrana, pues sigue conservando el sólido fundamento de la ganadería local junto a los productos de la huerta. Destacan los embutidos y otros productos de las matanzas de cerdos, como son las morcillas, los chorizos, la butifarra, el lomo de orza y, por si esto fuera poco, la tradición afortunadamente se cuida con la pipirrana, el gazpacho, los andrajos, las migas con bacalao o el conejo al ajillo, el relleno en Carnaval, la cazolilla cada Viernes Santo... Y deliciosa es la repostería pegalajareña con los típicos bizcochos de anís, los papajotes, las magdalenas, los pianillos, los roscos, los mantecados, los mostachones, los pestiños, los hornazos, los alfajores... “Se me hace la boca agua”, dice mi buen amigo Serafín Salido Olmo, que a mi lado está cuando estoy escribiendo. ¡Y a cualquiera!

¿Próxima colaboración? “La Plaza”, “La Charca”, “Las Cuevas”, la plaza de toros y... ahora, antes de terminar, unos breves apuntes sobre otros datos y detalles de un pueblo singular.

Situado en la falda de la serrezuela de su nombre, adapta este municipio su urbanismo a la geografía del terreno y a su historia porque el casco antiguo está formado por “El Cerro del Castillo o de las Peñuelas”, donde grandes trozos amurallados, torreones y casas se entrelazan por las serpenteantes calles de esta villa y su arco, en el lugar más elevado, la iglesia de la Santa Cruz, levantada a finales del siglo XVI por el afamado arquitecto Alonso Barba en el patio de armas del castillo antes citado, exactamente sobre las ruinas de una iglesia de la Edad Media anterior de igual nombre.