Un embajador gastronómico

El chef carolinense Miguel Ángel Matiaci creció entre fogones, se formó al lado de los grandes y ha conseguido labrarse un prestigioso presente en
Bruselas y un gran futuro en el mundo, gracias a su reconocida maestría

10 mar 2019 / 16:24 H.

Todo un conquistador —de imperios— como Alejandro Magno, lo tenía claro si se trataba de reconocer a quienes lo educaron parara la vida: “Estoy en deuda con mi padre por vivir, pero con mi maestro por vivir bien”. Que ni pintada le viene la frase célebre a un carolinense que también lleva toda la vida conquistando, pero por el estómago: “Soy el menor de siete hermanos, ellos tuvieron un bar de carretera —El Potro Blanco— durante veintidós años; yo tenía once cuando lo abrieron, y mi vida en la hostelería empezó muy joven”. Y tanto, que no llegaba ni a los fogones cuando ya ideaba platos y soñaba con estrellas y tenedores.

Presume Miguel Ángel Matiaci Molina —que así se llama el protagonista del reportaje de hoy— de haber aprendido al lado de quienes mucho saben, algo que le honra: “Después de terminar el Bachillerato, decidí dedicarme a mi verdadera pasión, que es la cocina; empecé a estudiar en la Escuela de Hostelería La Laguna de Baeza entre 2003 y 2005, y para mí esa formación fue muy importante y difícil, ya que compaginaba la semana de escuela con los fines de semana en el negocio familiar”, recuerda. Pero tuvo allí, en la escuela, a “los mejores”, dos profesionales como Julio Andrés Vázquez y Juan González, que —asegura— despertaron en él “dos cosas, la pasión y la sabiduría”: “Realmente no te das cuenta de hasta dónde llega tu aprendizaje hasta que no llegas a profesional”, sentencia Matiaci.

Ese periodo de formación fue de lo más productivo, y en cuanto tuvo oportunidad hizo las maletas y en Granada, Valencia, Ibiza, Mallorca, Benidorm... se empapó de cómo trabajan los mejores y comenzó a convertirse en el chef de prestigio que ya es: “Mi último destino en España fue Casa Marcial, con dos estrellas Michelin, de Nacho Manzano, en la Salgar (Asturias)”. Allí trabajó como jefe de cocina de su cáterin, acumuló experiencia y abrió la puerta de su carrera: “Recibí una oferta de trabajo en Brusalas para un cáterin que trabaja para el Parlamento, Comisión y Organismos del Estado, yo siempre pensaba en poder trabajar en el extranjero y después de perder a mi padre (Joaquín Matiaci) en 2011, perdí a mi madre (Petra Molina) en 2015”, evoca el chef. Tristes hechos que, dice, desencadenaron sus ganas de seguir sus pasos fuera de España: “Ellos fueron emigrantes trece años en Holanda”, rememora. Y se marchó, como la protagonista de la famosa canción de Perales; eso sí, no “para batirse en duelo con el mar”, sino con un objetivo muy claro, crecer como cocinero. No fue fácil, al principio: “2016 fue un año de adaptación a un país en el cual el idioma es muy importante, y si no lo tienes te cierras muchas puertas”, apostilla el carolinense, y añade: “La suerte en la cocina es que hablamos el idioma internacional que es trabajar y tener pasión por lo que haces”, toda una declaración de principios para un hombre que, además de laboralmente, triunfó, entre receta y receta, como persona al hallar a la mujer con la que compartir no solo los fogones, sino la vida entera: “2017 fue muy importante para mí, encontré al amor de mi vida, Isabel, mi futura esposa, y empecé en un proyecto nuevo que me permitía hacer mi cocina y dar rienda suelta a mis conocimientos”. Tanto, que se proclamó ganador de la Feria Mundial de la Tapa en representación de Andalucía, contra rivales tan duros que, algunos de ellos, contaban con la estrella Michelin en su currículo. De ahí a hoy mismo, segundo mejor cocinero belga, protagonista de importantes “showcookings” y hasta una oferta en Portugal, adonde, si todo sale como espera, habrá que ir a hacerle un nuevo reportaje de “Jiennenses por el mundo”.

gratitud a bélgica

En su línea de mostrar agradecimiento a todos y a todo cuanto considera beneficioso en su biografía, Miguel Ángel Matiaci Molina no escatima a la hora de poner en valor cuanto de bueno tiene su aventura belga: “Tengo que decir que Bélgica me ha aportado mucho profesionalmente y personalmente, he aprendido idiomas (francés e inglés) y hay sitios que siempre recordaré, no solo en Bruselas sino en todos los pueblos y ciudades que he visitado, en especial Brujas”, asegura. No obstante, y aunque tiene claro que su destino se encuentra allá donde ve un reto profesional que lo motive, no se olvida de su tierra natal, hacia la que se deshace en elogios: “Siempre me gustará volver a mi tierra, porque nunca nos olvidamos de nuestras raíces y de nuestra gente... ¡Porque como Andalucía no hay nada!”, sentencia el carolinense.

para no aburrirse

“Si hace buen tiempo, que es dificil, Bruselas ofrece muchos espacios verdes y bosques salvajes dentro de la ciudad en los cuales la gente pasea, lee, da de comer a los patos o se tumba en el césped con una buena cerveza belga porque si los belgas en algo son buenos es en su forma de hacer la cerveza y los chocolates, ¡claro!, asegura Matiaci, que destaca la profusión de bares —“braseries” les llaman allí— con gran variedad de cervezas artesanas. “Bruselas —dice— es el centro de Europa y tienes ciudades europeas cerca (Amsterdam, París, Berlín...) a menos de cuatro horas. Según el carolinense, “cuando empieza la primavera hacen muchos festivales gratis de música de estilos diferentes, en los barrios forman verbenas, que llaman ‘brocante’, y ponen mercadillos artesanos, productos del terreno (salchichones, quesos, cervezas,chocolates...).

horarios muy distintos a los españoles a la hora de salir a comer y cenar
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La vida de Miguel Ángel Matiaci Molina en la capital belga gira en torno al trabajo en el restaurante en cuya cocina da rienda suelta, jornada a jornada, a su talento, como él mismo detalla: “Un día normal en Bruselas transcurre abriendo los ojos a las nueve de la mañana y escuchando mucho tráfico, debido a los grandes atascos que hay en esta ciudad; a las diez empiezo a trabajar controlando los pedidos y comienzo a levantar la cocina”. Asegura el chef nacido en La Carolina que el horario de los establecimientos hosteleros en su nuevo destino es de doce del mediodía a dos y media de la tarde “(a diferencia del horario español, que la gente va a comer a las dos y media)”, y de seis de la tarde hasta las diez y media de la noche. “Los belgas tienen unos horarios muy diferentes a los españoles en lo referente a las comidas, para ellos es muy difícil verlos cenar más tarde de las nueve de la noche, y dos días libres a la semana son obligatorios”, afirma el jiennense, que posa en la foto junto a su novia, Isabel, en uno de los rincones monumentales de la ciudad de Brujas.

inolvidables
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Joaquín Matiaci y Petra Molina, los padres del protagonista de este reportaje, son dos figuras muy importantes para Miguel Ángel Matiaci. De ellos, a los que perdió en 2011 y 2015, respectivamente, asegura el carolinense: “Me han enseñado mucho en la vida, y a ser quien soy”. La memoria de ambos está siempre viva en el chef.

enamorado
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Se confiesa ilusionado en el plano amoroso al lado de Isabel, que el año que viene se convertirá en su esposa y con quien posa en esta foto, tomada en Brujas. “Es de La Carolina e íbamos a la escuela juntos, hablamos en una feria y, al final, vino a verme, fuimos a Brujas y ‘voila”, recuerda Matiaci, y concluye: “Cosillas del destino”.

entre grandes
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Rodeado de compañeros y al lado de dos grandes de la cocina, Nacho Manzano y Andoni Luis Aduriz, el carolinense se inmortalizó en esta imagen tomada en Casa Marcial, un establecimiento hostelero ubicado en la Salgar, cerca de Arriendes, en Asturias. con dos estrellas Michelin. Allí trabajó y aprendió.

“mano a mano”
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En la fotografía, Miguel Ángel Matiaci elabora un plato junto con su “gran amigo y maestro de la cocina japonesa Andre Lechien”. El chef carolinense no ahorra elogios hacia aquellos que considera referentes en el ámbito profesional en el que trabaja, una actitud que evidencia la calidad humana de este profesional de la gastronomía.