Tiempo

    03 nov 2019 / 16:45 H.

    Sonó el teléfono antes de comer, pero con tiempo suficiente para que no agobiara. La voz era perfectamente reconocible y mi manera de comenzar la conversación fue simple: ¡Hombre! ¿cómo estás? Debí entender mejor su respuesta. Yo estaba bebiendo algo y la luz iluminaba las burbujas que desde el fondo del vaso subían a la superficie. La llamada había sido al teléfono fijo, ese que únicamente suena cuando hay alguien que quiere venderte algo: el último intento había sido una oferta para cambiar todos los colchones de la casa, comprometiéndose ellos, si así me interesaba, a la retirada de los viejos. No me acuerdo de la marca, pero la descripción del producto era sobre algo muy conveniente y relacionado con la espalda, contra el insomnio y el levantarse sin cansancio. La contemplación de las burbujas ascendiendo a la superficie y los colchones mágicos ocupaban una parte de mi cabeza, justo la parcela necesaria para estar distraído suavemente y que no impidiera mantener una conversación. Oía sus palabras: Ya sabes como son estas cosas, cuando te dan el tratamiento pasas unos días regulares, pero bueno, hay que aguantarlo. Yo contesto mecánicamente: ¿Pero es que te duele? No, dolor no es, es algo como entre malestar y cansancio, pero tan puñetero que no te deja dormir ni hacer nada. Alguien pasó por donde estaba hablando y me indicó, con un gesto de la mano sobre su boca, que la comida ya estaba en la mesa. Esto ocurría cuando él me estaba diciendo: Pues te llamo para decirte que me perdones si alguna vez he hecho o dicho algo que te pueda haber perjudicado. Y yo, ante estas palabras, inicié una argumentación de que él nunca había hecho nada mal. Su voz era clara, sin timbres emocionales, como el texto de un reportaje describiendo las orquídeas en una selva. No duró mucho más la conversación y me senté en la mesa. Soy un admirador de los garbanzos y pensaba que podían combinarse con cualquier cosa. Al mismo tiempo me preguntaron: ¿Y cómo está? Bien, pues como va a estar. Fastidiado. Volvió a insistir con la pregunta: ¿Te ha dicho algo en concreto? Se habían acabado los garbanzos y me pude librar de tener que responder. Pasamos a una conversación provocada por una noticia de la televisión. No recuerdo bien, pero era importante. Mi siguiente abstracción mental en la mesa llego cuando me ofrecieron un yogurt con sabor a limón. Pregunté: ¿desde cuando compras estos yogures? y me quedé buscando la reseña de las kilocalorías por 125 gramos. La llamada fue en primavera y para agosto yo escuchaba el ruido que hacían las hojas del Nuevo Testamento al ser desplazada por el sacerdote que oficiaba la misa corpore insepulto de él. Yo no quería que mi pensamiento comenzara a ir de un lado para otro, tal como sucedió cuando quería despedirse de mi y yo no me había dado cuenta.