Sudor negro en el olivar

Cientos de africanos trabajan en la recogida de la aceituna en Jaén. Su compromiso, entrega y pasión en el campo hacen que los agricultores les guarden, cada año, su puesto en las cuadrillas, pese a la demanda de jornales en los pueblos. Después sobreviven como vendedores ambulantes

17 ene 2016 / 10:43 H.

Son currantes, como casi todos los que están en los tajos olivareros. Para estar en la aceituna hay que ser duro, porque ahí no se sabe cuándo se descansa. Los temporeros dicen que depende del cielo o, más bien, de las nubes. Solo hay tregua cuando llueve. Si no, los fardos esperan para que se tiren de ellos, al igual que las aceitunas que, cada mañana, lucen brillantes después de que el frío y la escarcha les toque la piel. Las almazaras están en marcha para que los agricultores les lleven el fruto de todo un año de trabajo. Y en el mar de olivos, existe mucho sudor negro. Es el de varios miles de africanos que se buscan, cada año, los jornales en los pueblos jiennenses.

Mientras, los olivareros, sin saberlo, contribuyen a que miles de familias de Senegal, Sierra Leona, Gambia o Mauritania, entre otros países, tengan sustento diario, mejores sus casas, instalen electricidad, dispongan de medicamentos para sus mayores y, también, proyecten, con el sudor negro de sus familiares, un futuro mejor. Y destrozan el mito de que vienen aquí para trabajar y traerse a su familia. Todos los africanos consultados durante la elaboración de este reportaje lo tienen muy claro y prometen, más pronto que tarde, volver a su tierra. Dicen que la echan mucho de menos. Sin embargo, ahora sus familias los necesitan en España. Y aquí están.

Entender por qué están aquí resulta bien sencillo. “En Senegal, por un día de trabajo en el campo te pagan 8 euros y hasta menos. Aquí ganamos 51. Estoy lejos de mi casa, pero mi familia se encuentra muy bien. Mi mujer, mi hija y mi madre viven con los 300 euros que les mando cada mes”, explica Elhadjidiery Sow, un africano que trabaja en un tajo de aceituna. La mayoría vive en los cortijos o en pisos y casas que les facilitan los agricultores. Precisamente, los olivareros encuentran un serio problema ahora porque, cada otoño, reciben un aluvión de peticiones de trabajo de amigos, familiares y vecinos. “Decirles que no a los africanos sería muy fácil, pero injusto. Ellos estuvieron cuando nadie quería recoger la aceituna, por lo que sería ingrato dejarlos tirados para que vinieran otros y, más aún, si se tiene presente que son muy buenos trabajadores”, afirma el agricultor Antonio Calatrava, que tiene empleados a seis senegaleses dentro de una cuadrilla formada por una docena de aceituneros.

Todos los que trabajan de manera regular son los que consiguieron una cuadrilla en los tiempos de bonanza. Ahora, resulta muy complicado encontrar un tajo aceitunero y mucho más para un africano porque con él no median lazos de afinidad con el agricultor. Por eso, su relación es meramente laboral. Sin embargo, también han sido hábiles a la hora de mantener su puesto de trabajo en las campañas que existe poca recolección. “Hay años en los que no tenía aceituna para todos. Me han dicho: jefe, no te preocupes. Nosotros vamos y repartimos como buenos hermanos. Se quedaban todos en el cortijo, ya que, para ellos, tener alojamiento resulta muy importante. Y un día venían unos y el otro el resto. Así compartían los jornales”, afirma un olivarero jiennense que prefiere permanecer en el anonimato.

Algunos desembarcan en Jaén en octubre y no se marchan hasta marzo o abril, una vez que han concluido las labores de poda. De hecho, existen agricultores que, incluso, inscriben a sus jornaleros africanos en los cursos que tienen en marcha las organizaciones agrarias para darles una mejor formación. Y esto se muestra como una prueba inequívoca de que quieren continuar contratándolos. “Desde Asaja-Jaén consideramos que un trabajador bien formado es un trabajador mucho más válido que cualquier otro. De ahí que sigamos insistiendo en la organización de cursos con las que los agricultores aprendan o se especialicen en tareas como la poda, la maquinaria o el manejo de fitosanitarios. Cada año celebramos decenas de cursos en diferentes municipios de la provincia en las que participan empresarios y trabajadores por igual, sin discriminar por raza, sexo o credo. Vienen algunos africanos”, confirma el gerente de Asaja en Jaén, Luis Carlos Valero.

Musulmanes. La mayoría de los temporeros negros que están en el olivar sigue los preceptos del Corán. “Aquí ellos no dicen nada de religión. Vienen a trabajar y, luego, en su casa que hagan lo que quieran. No obstante, yo sé que mis trabajadores son musulmanes porque, en ocasiones, me piden que les lleve un cordero al cortijo. Y ellos lo cuelgan de un árbol y lo matan según un ritual”, afirma el agricultor Antonio Calatrava. “Son muy listos y vivos y miran mucho por el dinero. Saben que tienen que tener para vivir, para guardar en las épocas que no hay trabajo y para enviarle a sus familias”, continúa. “Hacen muchos platos con arroz, que lo hacen como una bola y se lo comen con las manos. Sin duda, una manera muy diferente a la que nosotros estamos acostumbrados”, concluye. Si se mira el listado de beneficiarios del subsidio agrario, existen sorpresas. Pese a que casi todos los africanos que trabajan en la campaña agrícola superan los 35 y hasta los 50 jornales, por lo que perfectamente podrían acogerse a una paga de unos 500 euros durante 6 meses, la mayoría no lo hace.

Para recibirlo, se ha de pagar la cotización durante los doce meses anteriores sin fallar ni una sola vez, pero casi ninguno lo hace. Son personas que vienen a trabajar y que no tienen claro el tiempo que permanecerán en España, por lo que pocos abonan cerca de cien euros mensuales para, el año siguiente, cobrar una prestación. A cambio, echan un vistazo a la calle y ven lo que la gente compra. Luego, acuden a mayoristas, los meten en una manta y se convierten en “manteros”. Además, ofrecen piezas de artesanía que consiguen en sus países de origen —a precios muy bajos— que venden aquí como codiciados objetos de decoración: jirafas, elefantes o rinocerontes, entre otros.

Albergues. El dispositivo de acogida ya se da por finalizado. Cuenta con 24 albergues y casi 800 camas en toda la provincia. Ahí pueden comer, cenar, dormir y asearse todas las personas que lo deseen. También reciben billetes gratis para viajar a otro municipio o provincia. En realidad, las personas que vienen a probar suerte, generalmente, se marchan con las “manos vacías”. Y si cogen algo, es miseria. No va más allá de reforzar a alguna cuadrilla en épocas de actividad. No obstante, en ocasiones, la red se utiliza para acompañar o esperar a algunos compatriotas que sí han encontrado un trabajo. Pero cada vez vienen menos.

La red de albergues municipales para temporeros de la provincia de Jaén registró una media de ocupación durante la pasada campaña olivarera de un 22,4%, la cifra más baja desde el primer registro de este dispositivo de acogida, que comenzó en 2002. Se atendió a 2.248 personas. Este dato supone con respecto a la atención realizada el año pasado (7.392 personas), un descenso de 5.144 personas, el 70%. Se contabilizaron 6.474 estancias, mientras que la media de apertura fue de 35 noches y la de estancia por persona entre 1 y 4,21 días. Por su parte, el municipio con mayor porcentaje de ocupación durante su apertura fue Alcalá la Real, con un 64%.

No hay duda que la ocupación de los albergues cae, pese a que este año —en el que todavía no existe balance de datos oficiales— había una mayor expectativa de campaña. Pero el tremendo paro que hay que Jaén devora cualquier ilusión de un puesto de trabajo. Pronto, muchos de los negros aceituneros se irán a la playa para vender artesanía, pareos y gafas de sol. No obstante, pese a que allí el clima resulta envidiable, afirman que el olivar de Jaén y el trato de su gente no lo cambian por nada.

“Cuando nadie quería, se entregaron a la aceituna”
Antonio Calatrava |

Antonio Calatrava tiene a seis senegaleses empleados, que constituyen la mitad de su cuadrilla. “Cuando nadie quería venir, ellos estuvieron dispuestos y se entregaron a la aceituna. Busqué a jornaleros en Mancha Real. Unos me decían que estaban en la carpintería. Otros en la obra y los que estaban dispuestos te pedían mucho más de lo que marcaba el convenio”, recuerda. Antonio Calatrava conoció a un senegalés en el Puerto de la Duquesa en Manilva (Málaga). Estaba de vacaciones, le compró una jirafa de madera y comenzaron a charlar. Al final, el vendedor ambulante tenía a un paisano aquí, con el que luego se encontró. “Son muy listos y buscavidas. Me vio y me localizó. Luego, con la aceituna, fue a buscarme y me pidieron trabajo. Yo lo tenía. ¿Por qué no se lo iba a dar”, argumenta. Asimismo, continúa: “Son buenos trabajadores y personas muy honradas. A veces, se me olvidan los vales de los pagos que les hago y te dicen hasta el último céntimo. Luego, lo repaso en casa y es así. Tengo mucha confianza en ellos. Llevan conmigo más de diez años y estarán hasta que quieran. Incluso, a veces, me han llamado porque necesitaban dinero. Les he dado algo. A lo mejor, mil euros. Cuando han vuelto al año siguiente, me los han pagado”. Asimismo, concluye: “Me llama mucha gente que busca un tajo, pero les digo que la cuadrilla está completa. Ellos siempre vuelven y son parte del equipo. Están antes que el resto”.

“Aquí la gente es buena y nos trata muy bien”
Elhadji Sow |

Elhadji Sow habla perfectamente el español con un marcado acento andaluz. Llego a Jaén en 2000 y lleva 15 campañas de recogida de la aceituna. “Aquí la gente es muy buena. Nos tratan muy bien. Luego voy a Almería para recoger tomates y berenjenas y también he estado en Lérida dentro de la campaña de la manzana. He tenido muchos jefes, pero como Antonio (Calatrava) no hay ninguno”, afirma. Ahora vive en un cortijo hasta que acabe la recolección y la poda. Luego, buscará una campaña agrícola antes de marcharse a la playa. “Voy a Matalascañas también para buscarme la vida. Primero veo lo que compra la gente y busco gafas, pulseras o jirafas de madera para venderlas en la orilla o por las calles”, cuenta Elhadji Sow. Está muy contento porque ha podido colocar en la campaña a algunos de sus familiares, a los que siempre les dice que hay que ser muy serios en el trabajo. No obstante, afirma que echa mucho de menos su tierra: “Si tengo dinero, voy una vez al año para ver cómo está todo. Allí tengo a mi mujer y a dos hijos”. Además, explica que nunca ha sentido en esta tierra racismo: “No creo que exista. Simplemente, son comentarios de personas que tienen poca cultura a los que yo siempre les digo que viajen un poco por el mundo para cambiar su manera de pensar”. Asimismo, concluye: “Aquí se gana mucho más, pero también se gasta más. Pronto me gustaría volver a mi tierra”.

“Les mando 300 euros al mes a mi mujer y mi hija”
Elhadjidiery Sow |

Elhadjidiery Sow tiene 32 años. Lleva 9 en la campaña de recolección de la aceituna. Cuenta que echa de menos su tierra y que su sueño no pasa por vivir en España y traer aquí a su familia, sino por regresar pronto a Senegal. Cada mes, coge 300 euros y se los manda a su mujer, a su hija y a su madre. “Cuando voy a Touba, mi pueblo, la gente me dice que si gano mucho dinero. Aquí se cobra más, pero no te puedes hacer rico. Tienes que ahorrar y vivir con poco para poder mantener a tu familia y salir adelante”, afirma Elhadjidiery Sow. Cuando termine en el campo, volverá a Sevilla. Allí vive habitualmente. De hecho, se le puede encontrar en el barrio de La Macarena, donde trabaja como vendedor ambulante para ganarse unos euros. “Me dijeron que viniera aquí para trabajar y me encuentro muy feliz. El jefe se porta bien con nosotros, nos facilita el cortijo en el que vivir e, incluso, nos permite quedarnos un tiempo más hasta que conseguimos encontrar un piso o marcharnos a otra campaña agrícola. Aquí, en Jaén, la gente se porta muy bien”, manifiesta. Elhadjidiery Sow aprovecha los descansos de las campañas agrícolas para ahorrar y, al menos, viajar hasta su pueblo una vez al año. Allí cuenta cómo le va en España, ya que muchos creen que se trata de un camino de rosas, pero también les avisa de las espinas que pasan por las dificultades que tienen para salir adelante cada día.

“Son vivos, trabajadores y buenos compañeros”
José Castro |

José Castro García tiene 52 años. Lleva 32 campañas en la aceituna de Jaén. Viene desde Guadahortuna (Granada) junto a su mujer. Allí dejan a sus dos hijos —de 21 y 13 años— y a su hija —de 28— mientras que se buscan el pan para casi todo el año. Viven en un piso alquilado en Mancha Real, aunque José Castro cuenta que ha pasado mucho tiempo en los cortijos temporeros. “Los africanos son buenos trabajadores y compañeros. Aprenden muy pronto y nunca se esconden cuando hay faena dura. Se está muy bien con ellos en el tajo porque son vivos y ponen mucho de su parte”, explica José Castro García. Llevo 32 años aquí y, desde hace unos 15, están con nosotros. Somos ya casi de la familia”, manifiesta. Este granadino compaginaba la labor en el campo con el trabajo en la obra. “Antes sí que había faena en la albañilería, pero se acabó. Estos años tenemos el campo como único modo de supervivencia para pasar todo el año. En vacaciones y los fines de semana también viene uno de nuestros hijos para sacar unos jornales”, argumenta. “Lo que conocemos es el olivar. Aquí está nuestro presente y el futuro porque fuera del campo ha quedado bastante poco”, concluye. José Castro García destaca el buen equipo que forman los trabajadores senegaleses y los españoles. “Aquí se trabaja muy bien. Existe compañerismo y, además, contamos con un buen jefe”.