Reformas interiores en la Iglesia para el futuro

Congreso internacional en Madrid, con profesores de varios países de Europa, para abordar los nuevos retos de la Iglesia Católica, coincidiendo con el 44 aniversario del fallecimiento de San Josemaría,

30 jun 2019 / 12:42 H.

Ocurrió hace tres semanas en Madrid, en un congreso internacional con profesores de varios países de Europa, América y África. Tomó la palabra un teólogo, fraile inteligente, vestido con hábito, y dijo que le preocupaba el futuro de la Iglesia. Temía por su continuidad con el avance de la civilización y la riqueza: ¿qué espacio le quedará en las zonas del mundo donde los Estados y tantas instituciones civiles aseguren el bienestar social?, ¿no está la Iglesia abocada a ir desapareciendo a medida que avanza el desarrollo material?

Una preocupación afín sobre la tarea de la Iglesia rondaba la cabeza de otro teólogo en Munich, Joseph Ratzinger, en 1970, apenas concluido el Vaticano II: “El enfoque actual ha deformado nuestra visión de la Iglesia: ya solo la miramos desde la perspectiva de su viabilidad. Nos preguntamos qué podemos hacer para lograrla. Los esfuerzos intensos dirigidos a acometer reformas en la Iglesia han conseguido hacernos olvidar todo lo demás; hoy ya solo la consideramos un objeto susceptible de reformas. Reflexionamos con idea de saber lo que hay que modificar para hacerla más seductora, más atractiva y más eficaz, para adaptarla más al mundo moderno a fin de satisfacer los objetivos que cada uno le da de forma individual”. Desde aquella conferencia del cardenal hasta el año 2019 que estamos viviendo, ha llovido bastante sobre la vida de los católicos: lluvia benéfica y lluvia ácida; frutos espirituales mezclados con confusión moral y doctrinal, trigo y cizaña, un poco de todo y siempre a favor o en contra del esfuerzo evangelizador de los últimos papas. Sin embargo, el cristiano siempre puede estar feliz confiando en que las heridas que ahora están supurando sirven para purificar el mundo, empezando precisamente por su corazón espiritual, que es la Iglesia.

Es inevitable que los escándalos acentúen la crisis de confianza en la Iglesia. Y que incluso en la mente de quienes conservan fe y amor a Jesucristo, renazca la vieja disyuntiva “Cristo sí; pero la Iglesia no”, olvidando quizás las entrañables palabras de Jesús a Saulo: ¿por qué me persigues? Los escándalos han arrastrado a muchos cristianos a olvidar que Jesucristo prometió estar con los Apóstoles todos los días hasta el final (Mateo 28, 20), lo cual es posible precisamente por la acción del Espíritu Santo en Iglesia, por la Palabra y los sacramentos.

La actitud —comprensible, pero no del todo razonable— de quien observa las conductas nefastas y proyecta la sospecha y la culpa a todos los sacerdotes y a la Iglesia en su conjunto, no facilita la verdadera conversión de nadie, la que necesitamos. “Puede que san Francisco de Asís no se indignara menos que Lutero ante el libertinaje y la simonía de los prelados. [... ] Pero no desafió la iniquidad, no intentó enfrentarse a ella, se lanzó a la pobreza, se sumergió en ella todo lo hondo que pudo, con los suyos, como en la fuente de todo perdón, de toda pureza”. En ese mismo ensayo, Bernanos afirmaba que la Iglesia no necesita reformadores, sino santos.

Pero, ¿dónde encontraremos pan para dar de comer a todos? ¿De qué santidad hablamos, entre tantos pecadores? Precisamente, como le gustaba decir a san Josemaría, cuya fiesta se celebra hoy en la iglesia católica, los santos no son gente impecable, sino personas dispuestas a hacer de hijo pródigo todos los días muchas veces durante toda la vida. Y muchas veces él mismo se retrató con este brochazo: “soy un pecador que ama a Jesucristo”. En mayo de 1969, hace justo cincuenta años, Escrivá miraba a la Iglesia con fe y esperanza. En una homilía sobre el Espíritu Santo, a quien llamaba entonces “el gran desconocido”, dijo: «En muchas ocasiones, desde hace más de un cuarto de siglo, al recitar el Credo y afirmar mi fe en la divinidad de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, añado a pesar de los pesares. Cuando he comentado esa costumbre mía y alguno me pregunta a qué quiero referirme, respondo: a tus pecados y a los míos”.

La pregunta inquietante de ese fraile del congreso de Madrid, su temor por el futuro de la Iglesia, tuvo un eco en la sala... Otro profesor, a modo de respuesta, lanzó su propia pregunta: ¿y qué vio Simón Pedro en Jesús de Nazaret para decidirse a ir tras él dejándolo todo? Cada uno podrá responder personalmente a esta pregunta, pero lo que sí predicó incansablemente San Josemaría fue que en Jesús vemos a su Iglesia y en la Iglesia vemos a Jesús.