De Baeza hasta el infinito y más allá”. Con quince años vio la película Apolo 13 y comenzó a soñar con llegar a las estrellas. Lo que nunca se imaginó es que, unos años después, se convertiría en uno de los ingenieros de NASA, premiados con uno del os galardones más importantes de la agencia.

—¿Cuándo descubre su pasión por la ciencia?

—Tenía quince años. Fui a ver con dos amigos la película Apolo 13 en el teatro Montemar, en Baeza, y me sorprendió tanto la capacidad de trabajo en equipo de los profesionales y la propia misión, que me interesó muchísimo. Sin embargo, era un sueño que tenía claro que nunca llegaría a cumplirse porque trabajar en NASA era algo prácticamente imposible.

—¿Cómo recuerda su infancia en la ciudad de Baeza?

—Fui un niño más de la época, recuerdo esos años con mucha felicidad y disfrutando de cada uno de los rincones tan mágicos de mi tierra. Ahora valoro mucho más haberme criado en un lugar tan bello y con tanto que contar, teniendo en cuenta que vivo en Estados Unidos, un lugar con una historia tan reciente.

—¿Cuál es su relación con la ciudad?

—Vuelvo siempre que puedo, pero es difícil, aunque algún día me gustaría regresar. Eso sí, aunque viva en EEUU no me falta aceite de mi tierra.

—¿En qué centros estudió?

—La educación primera la cursé en el colegio público Ángel López Salazar hasta octavo, y la secundaria en el instituto Santísima Trinidad.

—Es un firme defensor de la enseñanza pública.

—Por supuesto, siempre lo recuerdo. Yo fui alumno de un colegio y un instituto público. Más tarde cursé los estudios superiores en una universidad pública e hice el doctorado con una beca. De hecho, llegué a la NASA gracias a otra beca americana, pero en colaboración y por tanto financiada por el Ministerio de Ciencia. Con ello, intento decir que nuestra formación es igual de válida que la de alumnos de las universidades más prestigiosas y la defiendo porque lo he experimentado. Una de las anécdotas que lo reflejan es que cuando llegué a NASA coincidí con un compañero que había sido el número uno de su promoción en Harvard y, tiempo después, me destacó que éramos igual de válidos, aunque allí nadie conociera la universidad en la que me había formado.

—Una vez que termina la educación secundaria. ¿Cuáles son los siguientes pasos hasta llegar a Nasa?

—Estudié ingeniería en Telecomunicaciones en la Universidad Politécnica de Madrid. Al principio dudé entre Telecomunicaciones y Aeronáutica porque me interesaba el espacio y en los primeros años siempre tuve la duda, aunque al final conseguí mi objetivo e incluso más de lo que imaginé en un principio. El último año de carrera conseguí una beca para participar en proyecto financiado por la Agencia Espacial Europea de física de semi-conductores, que por entonces tengo que reconocer que era de lo que menos me atraía. Hice por tanto el proyecto de fin de carrera, pero la iniciativa continuaba y me ofrecieron hacer el doctorado y como me gustaba decidí seguir, porque además tenía opciones de viajar. Durante el doctorado, una de las prácticas que hacíamos eran modelos de circuitos por ordenador porque la agencia trabajaba en una misión para lo que se necesitaba una tecnología que habían creado en NASA. Esto me llevó a una conferencia en 2005 en Suecia en la que participaban profesionales de NASA donde conocí a una chica española del comité organizador y conseguí contactar con un profesor de Francia, colaborador de NASA, que me propuso hacer unas prácticas en el país. Durante mi estancia, hicimos algunos trabajos para la agencia estadounidense y se me presentó la oportunidad de irme, pero la rechacé porque no me veía capaz. Volví a España, terminé el doctorado, regresé al Observatorio de París y me volvió a insistir. Entonces fue cuando pedí la beca y me la concedieron, por lo que llegué NASA en 2010 con la financiación y me contrataron dos años después.

—¿En qué centro trabaja?

—Desde entonces formo parte del laboratorio de propulsión a reacción, es el centro más antiguo de NASA, donde se realizan casi todas las misiones no tripuladas de la agencia. Se encuentra cerca de los Ángeles.

—¿Qué siente la primera vez que atraviesa las puertas del laboratorio de NASA?

—Tengo que reconocer que el primer día que entre al centro no podía dejar de temblar y tardé más de diez minutos en pasar. La verdad es que pensé que no iba a durar más de dos semanas. Después te das cuenta que hay un gran compañerismo y que todo el mundo es tratado por igual, desde los supervisores hasta los estudiantes que acaban de llegar.

—¿Cuáles son sus funciones en la actualidad?

—Actualmente, diseño receptores que son parte de instrumentos científicos para estudiar cómo se forman las estrellas y detectar agua, especialmente su existencia y composición en otras lunas del sistema solar para misiones futuras de NASA. También trabajamos en radares para observar la humedad en las nubes y mejorar los modelos de predicción climáticos. Pero, la misión más relevante de la que formo parte ahora mismo como ingeniero jefe comienza oficialmente en enero. Vamos a enviar un radiotelescopio a la estratosfera desde Antártida en un globo de helio para estudiar las estrellas. Ya estuve trabajando en una misión parecida en las Navidades de 2016. Somos un grupo que, además de compañeros, somos amigos, por lo que me siento muy satisfecho.

—Este mismo año le han concedido el premio Lew Allen Award for Excellence convirtiéndote en el primer español en conseguirlo. ¿Qué significa exactamente el galardón?

—Es un premio que concede Jet Propulsion Laboratory a la excelencia en investigación y liderazgo. Digamos que lo que se valoran los diez primeros años de trayectoria profesional, una vez que acabas el doctorado para el que se tienen en cuenta diferentes aspectos. Cada grupo propone a una o dos personas, a partir de ahí se hacen distintas selecciones hasta conseguir un candidato de cada campo. La verdad es que me siento muy orgulloso porque esta distinción se concede a profesionales de gran categoría y cuesta creer que te comparen con ellos. Especialmente lo valoro porque mi formación viene de la educación pública y es una demostración de que se pueden conseguir muchos propósitos luchando por ellos.

—Acaba de visitar la ciudad de Baeza para ofrecer una conferencia con el nombre “Explorando el universo: de Baeza a las estrellas”. ¿Cómo surge la idea?

—Surgió en el mes de mayo en otra visita que hice a España, concretamente a la Universidad de Málaga para ofrecer una charla. Tengo un amigo que es profesor en un pueblo malagueño que me pidió que visitara su centro a lo que no me pude negar. La charla gustó mucho y surgió la idea de trasladarla a Baeza, donde nos criamos los dos. Meses más tarde, me escribió una profesora de Baeza y me comentó el interés que había en que diera una charla a los alumnos a lo que se sumó otra profesora. Yo tenía muchas ganas y propuse hacerlo en el teatro Montemar, donde surgió mi pasión por el espacio y era una forma de cerrar el círculo.

—¿En qué consistió?

—Estaba dirigida principalmente a los jóvenes, para sembrar el interés por la ciencia a través de un viaje en el tiempo que comienzan contando para qué son las misiones de NASA, su propio origen y el de las estrellas, el papel de profesionales que soñaron con ir a la luna o la propia carrera espacial. Por otro lado, utilizando el ejemplo de Antártida, expliqué en qué consiste una misión y las distintas partes que la componen.

—¿Qué mensaje lanzaría a los estudiantes que sueñan con llegar hasta donde está usted?

—Que aquello que parece imposible se termina por conseguir con trabajo y esfuerzo. Lo primero es creerse que cuentan con una formación excelente y que no tengan miedo a equivocarse, pues ese es el camino hacia el éxito. Los sueños de los jóvenes son nuestro futuro.