Francisco Javier Pérez Valderas nació en tierra serrana, en Valdepeñas, donde regresa siempre que tiene un hueco. Parte de su tiempo lo pasa en el cielo gracias a su profesión, piloto de caza. Actualmente, es instructor y forma parte de la Patrulla Águila, responsable de las exhibiciones que se realizan durante los actos de Estado a lo largo del año y en la cual se encarga de las maniobras de máxima precisión y coordinación entre aviones.

—Para quien no lo sepa, ¿qué es Patrulla Águila?

—Este término se refiere a la patrulla acrobática del Ejército del Aire. Está formada por pilotos de caza y ataque, destinados en la academia general del aire como profesores. Su función es dar a conocer y llevar el nombre del Ejército del Aire y de España fuera de las fronteras y, dentro de ellas, visibilizar la labor, la formación y las características de este organismo, así como los valores que puede llegar a tener un profesional.

—¿Cómo y cuando llega a formar parte de este equipo?

—Cuando salgo de la academia general del aire, me destinan al ala 12 de Torrejón de Ardoz, que es de caza de ataque, en la que permanezco cerca de ocho años realizando más de mil horas de vuelo y todo tipo de misiones y entrenamientos, que me aportaron todas las habilidades necesarias, ya que llevaba un avión muy complejo. Entonces, llegó un momento en el que, para conciliar la vida familiar con la profesional, decidí junto con mi pareja, con la que comparto profesión, trasladarnos hasta San Javier, a la academia general del aire, como instructores de vuelo, que es el primer paso para estar en la Patrulla Águila. Es decir, nosotros somos instructores, pero voluntariamente nos ofrecemos, quien quiere, para formar parte de la patrulla, a la que puedes acceder cuando hay un puesto libre. Esa plaza la toma alguien que estaba en la lista como reserva. En mi caso personal, me ofrecí durante un año, al siguiente se generaron dos plazas y conseguí una de ellas. Esto fue en 2017, cuando comenzó mi primera temporada como Águila 7, la pasada fue mi segunda y espero poder repetir un tercer año para la temporada 2019/2020.

—¿Cuántos sois?

—Somos siete pilotos titulares, los reservas, que varían cada año puesto que nuestra tarea principal es la de instructor, y los siete aviones. Además, actualmente tenemos un jefe, un speaker y un relaciones públicas.

—¿Cómo definiría el trabajo como Águila 7?

—La verdad es que es un poco frustrante porque después de tener todas las capacidades que exige un avión f 18, que es moderno y mucho más potente que el de la patrulla, resulta que de repente tengo que manejar una aeronave más sencilla que parece que no te va a dar problemas y al final resulta que es mucho más complicado de lo que parece. Es algo normal, puesto que las exhibiciones se van perfeccionando con el tiempo, pero los aviones también van cumpliendo años y tienen sus límites. Digamos que formar parte de la patrulla tras tantas horas de vuelo y experiencia es una cura de humildad.

—¿Cuáles son los principales actos en los que participan?

—Nosotros como patrulla no decidimos donde vamos, dependemos del JEMA (Ejército del Aire), y los destinos cambian cada año. Solemos hacer entre tres y cuatro exhibiciones dentro de España, más una o dos en el extranjero. Algunos ejemplos de lugares donde hemos estado son Inglaterra o Austria. También puede ser que, de todas las invitaciones que nos llegan, se elijan unas específicas tras hacer una valoración. En el caso de las de España, nuestra asistencia se combina con las otras dos patrullas existentes en el país, la de helicópteros y la paracaidista. Esta última suele ir a muchas más porque tienen una dedicación exclusiva, los de helicóptero también son instructores y su situación es como la de mi patrulla. De esta forma, nosotros hemos ido este año a Gijón o Motril, pues lo normal es que en la próxima edición les toque a la patrulla de helicópteros.

—¿Cuáles son las funciones que realiza en las exhibiciones?

—Cada año intentamos que los componentes cambien, dentro de los cometidos de la propia patrulla. Tenemos encargados de las cámaras, relaciones públicas, que se van repartiendo en cada lugar al que asistimos. Dentro de la patrulla también llevamos lo que se denomina el escuadrón, en mi caso, llevo la parte de operaciones. Por otro lado, como instructor, doy clases teóricas y prácticas, yo me encargo de Guerra Electrónica.

—¿Qué siente cuando está volando en mitad de una exhibición?

—Se lo digo mucho a mis alumnos, casi no me queda tiempo para pensar. Parece mucho más espectacular desde abajo que lo que realmente nosotros podemos sentir desde el cielo. Sí que es cierto que vamos a 400 kilómetros por hora y a unos dos metros del otro avión, pero por esa misma razón la concentración debe ser tanta que no se piensa en otra cosa. También es mucho el estrés para que todo salga a la perfección.

—¿Qué es lo más complicado?

—Creo que la dificultad la lleva implícita el lugar asignado. Para que se comprenda, aquel que va más cerca del líder lo tiene algo más fácil que el que ostenta la posición más alejada, puesto que acumula los pequeños errores o retrasos que se puedan dar en las distintas maniobras. El primer año lo pasé un poco mal, pero este segundo he disfrutado más.

—¿Tienen entrenamiento específico?

—Sí. En el caso del físico, depende de cada uno, es algo más libre, pero todos nos mantenemos porque al final somos militares y nos suele gustar el deporte. El entrenamiento más importante al final es volar, porque es realmente donde aprendes.

—¿Cuál es el proceso hasta llegar a ser instructor y poder formar parte de la Patrulla Águila?

—En mi época, cuando me presenté, era a través de una oposición abierta, disponible para los tres ejércitos y la Guardia Civil. Para poder acceder a ella había que tener estudios de selectividad. Al realizar la solicitud establecías unas preferencias e ibas pasando fases hasta que conseguías entrar. Ahora es diferente, se entra de manera directa con selectividad, por lo que tenemos alumnos de 18 años. En la Academia General del Aire se realiza toda la formación para poder ser oficial. En primero y segundo hay una mayor carga teórica; en tercero se empieza a volar una avioneta y es ahí cuando se decide si el alumno puede volar o no; en el cuarto curso ya se pilota el mismo tipo de avión que se utiliza en la Patrulla del Águila, es aquí donde se elige a quienes pueden llevar un avión de caza y los que no. El último curso se realiza fuera de Torreón.

—En tu caso, ¿era vocacional?

—Por supuesto, esta profesión debe ser vocacional, de lo contrario, es muy difícil aguantar tanta presión. En mi caso en particular es algo que he vivido siempre en mi casa, puesto que mi abuelo era mecánico de aviones y mi padre es ingeniero técnico de aeronáutica por lo que me críe en ese ambiente y es algo que siempre quise.

—¿Qué le dicen cuando regresa a Valdepeñas?

—Es cierto que es una profesión que despierta interés, pero al final se normaliza, más en el caso de Valdepeñas donde siempre he pasado mis veranos, tengo mi familia y amigos y a la que siempre he estado unido.

—¿Qué les diría a los jóvenes que quieran llegar donde está usted ahora mismo?

—Lo primero que les diría es qué si es una opción que tienen en mente que lo preparen con tiempo, porque la nota de selectividad es bastante alta. Y lo más importante, es una profesión que no se puede comparar a ninguna otra, es muy bonita, a veces dura, pero aporta unas sensaciones que ninguna otra es capaz de hacer. Por tanto, que trabajen mucho.

—¿Cree que están reconocidos, que la gente sabe de su labor?

—Yo creo que sí. Cuando se conoce el ejército normalmente la persona se sorprende de forma positiva, al menos es mi experiencia. También es cierto que sí que nos falta un poco de repercusión entre la sociedad, pues mucha gente no sabe bien cuales son las labores que desarrollamos.