Entre Torres y Canena...

El municipio cuenta con una gran tradición literaria unida al desarrollo de su historia, al igual que su bello escudo

10 nov 2019 / 12:25 H.

Hoy, segundo domingo del mes de noviembre no se nos olvida que “hay en España lo que hay”. Llegamos con otra colaboración a “Diario JAÉN, algo más que un periódico” y lo hacemos nuevamente con el municipio de Torres. En esta ocasión con la dedicatoria destinada, con total satisfacción por quien esto escribe, a Manoli Pulido Baeza y Pedro Diez Paredes quienes, desde hace mucho, son matrimonio. Esperamos que sea para bien y para muchos más años. A ellos y a sus seres queridos, enhorabuena, que la felicidad sea eterna. Y, si les apetece, que cuenten con nuestra amistad, para nosotros sería algo realmente agradable. Pedro y Manoli son, de verdad, dos “primores” en todo. Él es de Almería, ella de Torres y viven en Mancha Real.

Nos adentramos en los dos asuntos de la colaboración en torno a Torres en un nuevo capítulo dividido en dos partes, una sobre el escudo y, la otra, bajo el título “Entre Torres y Canena...”. En el caso del escudo: campo de gules, un castillo de plata almenado, abierto y sazonado, superado por una cruz patriarcal, acompañado a diestra y siniestra por una traversa, la primera en banda y la segunda en barra, todo de oro. Contorno hispano-francés y timbre de corona de infante. Elementos externos a sustituir por el contorno español y la corona real cerrada, según precepto de la Junta de Andalucía. Torres fue un municipio conquistado hacia 1231, quedando integrada, por orden del rey Fernando III, en los dominios de Baeza. Así, el territorio fue el punto más avanzado de los cristianos frente a los moros. Después, fue separado de Baeza, siendo Torres entregado por el monarca a la orden de Calatrava, lo que aconteció en 1285. Finalmente fue comprado por Francisco de los Cobos en 1539 y se integró con sus demás posesiones. Posteriormente, el dueño fue el hijo de Francisco de los Cobos y fue pasando al resto de descendientes hasta la disolución de los señoríos, momento histórico que nos sitúa en 1811. Usaba ya el concejo en 1876 el blasón municipal, según aparece en la colección bibliográfica del Archivo Histórico Nacional y que se identifica con uno de los primeros sellos usados por Baeza.

Y, ahora, la segunda parte de la colaboración dentro de la sección “literatura” bajo el título “Entre Torres y Canena...” Sucede en todos los paraísos que los visitantes ocasionales son los primeros en reconocer esa espléndida belleza que, los demás, al estar más o menos acostumbrados, no le damos demasiada importancia. Torres, no es una excepción puesto que, personas que la han visitado a lo largo de los siglos, han cantado sus bondades deslumbrados por el juego clásico de su difícil equilibrio en las alturas. Por ejemplo, el marqués de Santillana, viajero empedernido, hacía que sus “juguetonas serranillas” disfrutaran del aire privilegiado de la comarca de Sierra Mágina. “Entre Torres y Canena”, donde las mozas eran requeridas por caballeros temperamentales y respetuosos en la época del medievo. Uno de los que ha sabido reflejar la esencia torreña fue el poeta Antonio Enrique, profesor de lengua y literatura y, al igual que Alvar Fáñez, “se extravió por Los Cerros de Úbeda”, llegando a Torres, lugar al que canta con mucho amor en su libro “La ciudad de las cúpulas”, de 1980. “Torres, olvidado corazón entre los montes/ duerme el sueño eterno de los gavilanes/ abierto corazón de lo blanco, Torres/ la vida palpitando entre los ricos...”.

Otro poeta excelente, Juan Ortega, muy sensible del paisaje torreño y la problemática de sus habitantes, ha sabido recoger el testigo con una dignidad de “altos vuelos”. Torres es palpitante tradición en la literatura popular y así lo manifiesta bellamente en sus leyendas Francisco Olivares. Él escribió acerca del patrón de Torres, el Santísimo Cristo de la Columna. Llegaron al pueblo dos forasteros buscando aposento y como nadie les quería dar cobijo, tuvieron que hacerlo en la cámara de una vieja casa y allí se encerraron. Pasó el tiempo y nadie salía de allí, forzaron la puerta y encontraron, en aquella estancia, la talla de un Cristo en su flagelación y ni rastro de los forasteros. Llevaron entonces al Cristo a la iglesia para declararlo patrono.

Muchas veces, la popular alusión a la literatura torreña llegó a través de tradiciones gastronómicas como las coplas de los “celos de San José” quien, según el anónimo autor, “Al que compre este papal/ las pascuas les dará Dios/ deiz cuerdas de longaniza/ veinte duros de jamón/ lomos y asaduras/ morcilla y tocino/ y siete de vinos”. La historia literaria es construida, muchas veces, por gentes que son, a la vez, cultas y sencillas y con el recato que “la serranilla de la zona” contestaba al marqués de Santillana: “Dijome que de un ganedo/ que guardaban en lacena/ e pasiva el olivar/ por coger y varear/ los olivos de Ximena”. Por hoy, punto y final. Saludos plenos de “lo mejor”. Para el próximo domingo, la entrega se titulará “Torres, de asentamiento medieval a encomienda”.