Adiós, verano

BUENA DIGESTIÓN. Los meses estivales son sinónimo de descanso por lo que no es fácil tener que despedirse de ellos

01 sep 2019 / 13:33 H.

Despedirse del verano es como abdicar de la naturaleza (repudiarla), o sea, una atrocidad. Verano quiere decir descanso y melocotones; baños, conversación larga y holgazanear con las noches estrelladas. Algo que hicieron nuestros antepasados durante decenas de miles de años y que en un determinado momento se nos jodió a la inmensa mayoría de terráqueos, como a Vargas Llosa le sucedió con su Perú.

Nos obstante, el verano caluroso (o tórrido también), fresco e irregular nunca dejó de existir, incluso en eras de grandes glaciaciones sobre la tierra maduraban las uvas. Así que siempre hubo un puñado de poderosos que lo disfrutaron a discreción y con sumo placer. Los anaqueles de arqueologos y paleontologos están repletos de ejemplos de viviendas para disfrutar el verano y utensilios destinados a proporcionar placer bajo el sol o a la sombra del árbol.

Nunca hubo un dios más poderoso que el sol y diosa relevante que no se adornara de oro. El gran astro lo dominó siempre todo aquello que importó a la tierra e interesó a la especie humana que correteaba por ella. Hasta la luna, con sus sueños y tanta poesía, siempre le estuvo subordinada. Así que vetar al hombre su verano fue como amputarle su mayor devoción.

La cortina del tiempo, no obstante, en ocasiones tiene descuidos como el que sucede en el último siglo, que permite a trabajadores y a otros muchos alcanzados por la escasez, viajar unos días hasta las arenas de la carne y las olas; y también en los últimos lustros volar por poco dinero hasta Disneylandia o Roma ¡qué pasada! Y hasta llegar a contemplar la espada invicta del ultimo samurái en un palacio de madera policromada levantado en el corazón de Japón. Lo tremendo, impensado por nadie nunca antes —incluido Julio Verne— nos está sucediendo. Centenares de millones de personas disfrutamos de varios días de asueto en verano (algo es algo) y todavía no ha estallado el relámpago que todo lo destruye. O sí.

Tantos millones de ociosos por esos mundos de dios son demasiados trillones de pisadas, otras tantas toneladas de gases pestosos derramados en la atmosfera e infinitos barcos de desechos. Empezamos a descubrir que disfrutar del verano con su sol y sus aguas hiere a la atierra, la asfixia, la transforma en un estercolero: necesitamos otra forma de disfrutar, descansar y consumir. Así que ahora descubrimos que esta ventana al sol que nos abrió la segunda mitad del siglo XX no obedecía a otra razón que necesidades de negocio; qué nadie se apiadó de la mayoría; se pretendía solo recuperar con el señuelo brillante del sol el dinero que nos daban por trabajar en su fábrica.

La batalla para hacer retroceder a la masa de la emoción del sol y el viaje al Himalaya, ya esta marcha. No sé dónde acabaremos los peripatéticos del verano, quizás en Groenlandia visitando museos de osos polares disecados o corazones de iceberg conservados a menos 200 grados para nuestro disfrute. Lo cierto que nos entregaron un trozo de verano por negocio y ahora el mundo comienza a parecerse un parque temático: todo igual, cartón piedra sin alma.