Distancia mínima imprescindible

05 abr 2020 / 11:23 H.

El aire está preñado de gotichuelas en la Calle Llana en esta primavera tan propia del Santo Reino. Empezamos a recorrer Fry y yo los primeros metros de la distancia mínima imprescindible a la que, también en la calle, estamos sujetos. A los pocos pasos nos topamos con su vecino congénere, Coco; al otro extremo de la correa lo sujeta, también, su dueño. Nos saludamos con la —tremendo oxímoron— distancia social señalada.

Algo más adelante el neón pinta una, dos, tres, cuatro cruces verdes; la primera trinchera, con sus primeros soldados aguantando la batalla, y sobre él unas nubes se arraciman. Puedo imaginar la estampa que dibujan contra la Mella, como si fuera un cuadro al óleo. Quedan días, sino horas, para que empiece la Semana Santa que este año no podrá verse, ni siquiera, por Ondajaén, que sigue injusta e injustificadamente cerrada, pero pocos parecen tener conciencia de la cronología, que ha quedado, con todo la ironía que ello supone, desfasada en estos días.

Mucho distan estos pasos de los paseos que Fry y yo solemos de disfrutar. Un poso de desconfianza se adivina en el fondo de las miradas de todos aquellos, son pocos, que nos cruzamos. Posiblemente también esté instalado en la mía. Cosas de este tiempo que nos toca, pienso, y trato de sonreír aprovechando que hoy no llevo mascarilla. Los pensamientos se arremolinan, porque siento que debo cavilar lo mismo que siempre, aunque sea en un tiempo comprimido.

Y mi primer pensamiento, por supuesto, es para mi familia. Ordeno a mis manos que se alejen de mi cara y de todo aquello que pueda haber en el camino, no quiero poner en peligro a mi esposa ni al niño que esperamos. Después, obvio, la atención se irá a mis padres. Cada Domingo de Ramos es tradición celebrar el cumpleaños de mi madre, que sopla las velas, muchas ya, unos días antes. Todos los años acudo a la comida familiar con prisas por el poco margen para acompañarlos entre mis tareas profesionales. Este año no será así. No hay comida. Ni trabajo.

Posiblemente por ello pienso en mis compañeros, los que están al pie del cañón asumiendo riesgos porque su deber profesional y su sustento les llama a ello y los que, ERTE o ERE o por “sepadiosqué” mediante, están en sus casa sin poder cumplir con su vocación. En estos días los periodistas, los de a pie, al menos, está haciendo una tremenda labor, sacando periódicos e informativos de televisión y radio dando cifras e informaciones que todo el mundo reclama con avidez, casi al minuto. Y aquí no puedo por más preguntarme cuánta información útil de la ciudad, tal y como hacen los periódicos y las radios, no podría hacer llegar la televisión municipal, en medio del maremágnum de especiales informativos que nos cuentan las cosas que suceden en cualquier punto del globo, con despliegue de corresponsales, nadie sale a contar las cosas de tu calle, de tu barrio, de tu ciudad y eso no lo entienden los jaeneritos de a pie.

Necesidades fisiológicas cumplidas, Fry y yo tomamos el camino de vuelta y, de nuevo, me encuentro su mirada de incredulidad, de “¿Qué pasa? ¿Qué he hecho? ¿Por qué ya?”. En mi cabeza, quizá por el tirón del hilo de lo profesional, me enervo pensando en la conducta humillante a la que somete el Gobierno a la profesión. Que sea un periodista (o que la menos se dice serlo, porque quien dice que sus compañeros “tienen la tendencia enfermiza de preguntar” dudo que se le pueda considerar como tal) el que ejerce de censor previo de las cuestiones del talk show gubernamental que, cada día, nos aporrea a la hora del aperitivo me resulta repugnante. Me preocupa mucho este Capitán a priori y el futuro que comienza a pintarnos.

Estamos llegando al portal, pero puede que me deje caer calle abajo hasta la papelería para comprar un ejemplar de Diario JAÉN. Muchos días lo pienso, solo algunos me atrevo a hacerlo, no por lo que me vaya a encontrar en él, sino porque nunca se sabe dónde se puede encontrar un miembro del Comité de Defensa del Confinamiento. La santa inquisición de barrio, gracias a Dios, parece ser que no se hace presente en el mío. Sale un rayo de sol, esperanza iluminada. Un día menos.