Bonito mensaje de Navidad

Estas fiestas van dedicadas a todos aquellos que han sido golpeados por la vida, para las personas que luchan cada día por cumplir sus sueños y por los que, de una forma discreta, cumplen a diario con sus obligaciones

22 dic 2019 / 10:07 H.

La Navidad es una de mis épocas favoritas del año y la de mucha otra gente. En Navidad no solo se iluminan las calles, sino también las miradas de los niños ante los innumerables regalos y celebraciones en casa de unos abuelos u otros, o incluso de los bisabuelos. Es tiempo de disfrutar de la familia, el tiempo libre y de jugar y soñar. No obstante, no se me escapa que estas fechas pueden ser foco también de conflictos familiares, recordatorio de viejos rencores sin sanar, momento que ciertas personas aprovechan para descargar su ira y sus frustraciones sobre los demás... Este mundo nuestro va tan rápido que nos cuesta ver a Jesús, al Dios que nace para devolvernos la esperanza.

Juan 3:16; Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en El, no se pierda, más tenga vida eterna.

Esta Navidad no me fijaré en los políticos arrogantes o en los que ostentan el poder en el mundo, tampoco en aquellos que han triunfado en la vida y todo les viene a pedir de boca. Sino en los que hemos sido golpeados varias veces por la vida e intentamos levantarnos, en los que desde una identidad anónima luchan con denuedo para alcanzar sus metas y en todas esas personas laboriosas que de forma callada únicamente cumplen con sus obligaciones. Pero especialmente en aquellos que viven una profunda crisis existencial que puede suponer una transformación y una oportunidad de crecimiento única en sus vidas.

Pienso en Roberto, de 36 años, de Guayaquil, Ecuador, con un hijo de 17 años al que saca adelante él solo con los trabajillos que le van saliendo, porque la madre de su hijo decidió volver a su país. Lo conocí por casualidad en la tienda de autolavado de ropa del bulevar haciendo la colada. A los dos se nos había estropeado la lavadora y ante mi torpeza a la hora de seleccionar los programas se ofreció gentilmente a ayudarme. Entonces le pregunté sobre su vida en Jaén. Me confirmó mi sospecha, existe racismo hacia las personas de color del otro lado del Atlántico. “Cuando me dicen indio a mí me da igual, porque pienso: tú me llamas indio o negro, pero cuando tengas algún problema o necesites socorro allí estará un indio o negro que te ayude”.

Le digo que es absurdo que le llamen indio o amerindio cuando es posible que sea más español que cualquier nacido aquí, dada la mezcla que hubo en el continente americano con la llegada de españoles, posiblemente ascendientes suyos. Me enseña de su cartera una foto de su abuelo con unas orejas grandes y me dice que tenía la piel blanca como los españoles. Le respondo que él me parece más atractivo que su abuelo independientemente de que su piel sea más oscura y sonríe con cierto pudor.

La vida no había sido fácil para él, reconoció que durante la mili en su país había sufrido maltrato físico y psicológico. A pesar de su juventud se le notaba como una carga demasiado onerosa y un velo de tristeza en sus ojos. Tenemos la lengua y la cultura en común, ¿por qué esos prejuicios o esa actitud altiva?, Le doy las gracias por su amabilidad y nos despedimos, él se marcha y yo me quedo esperando a que la secadora termine su función. Al día siguiente viajo en autobús a Granada por una cita médica y, antes de llegar a la plaza Einstein, me aborda un chico de unos 23 años, con cara de niño y ojos enormes y con el logotipo de Médicos sin fronteras.

Le hace gracia una flor de Pascua de tamaño muy pequeño. Tras el protocolario saludo y posterior información acerca de la organización que publicitaba, me explica que él ha hecho el grado de criminología y que mientras busca algo de los suyo está colaborando con esta entidad. Le deseo que encuentre un trabajo que no sea de lo suyo, porque no es apropiado querer que se cometan delitos. Se ríe y nos separamos. Y allí estaba yo en Granada, donde nací hará ya mismo 40 Navidades, donde volví hace más de 20 para enfrentarme sola a un mundo entonces lleno de posibilidades y de misterios, sin conocer el amor, sin sospechar qué acabaría siendo de mí, sin reconocer lo frágil e inocente que era entonces. Contemplando los jardines del triunfo comprendí todo lo que había cambiado la vida y, sin embargo, cómo seguía todo casi igual. Por qué aunque todo cambie y la vida de mil vueltas, a pesar de todo, siempre habrá un niño Dios al que adorar por Navidad.

fiestas con pros y contras
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La Navidad no solo es momento para que se iluminen las calles, sino también para las miradas de los niños ante los innumerables regalos y celebraciones en casa de unos abuelos u otros, o incluso de los bisabuelos. Es tiempo de disfrutar de la familia, el tiempo libre y de jugar y soñar. A veces, pueden ser foco también de conflictos familiares, recordatorio de viejos rencores sin sanar, momento que ciertas personas aprovechan para descargar su ira y sus frustraciones sobre los demás. Sin embargo, deberíamos dejarnos invadir por el espíritu de la bondad.