El castillo

    10 nov 2019 / 12:25 H.

    Las primeras nieblas de otoño sobre el castillo eran tan densas que servían para aislar a sus habitantes y hacer imposible la llegada de las gentes que vivían a sus pies. En resumen: tan difícil era bajar del castillo como subir a él. No era un impedimento físico, se trataba más bien de una situación del ánimo que, convertido en pereza, dejaba a cada cual andando por los lugares de siempre. A las nieblas le sucedían las lluvias y después, con poco sol que hubiera, aparecían por sus laderas unos hongos a los que llamaban “laminillas”. La solución culinaria que recibían era la del huevo revuelto. Lo cierto es que el concepto “huevo revuelto” era una forma habitual de hacer frente a los retos que plantea la cocina: ¿cómo hacemos esto?, pues con huevo. Las “laminillas” jamás habían sido estudiadas de otra manera. Melicarpo, biólogo aplicado al área de la docencia en la enseñanza secundaria, observó que cuando llegaba la temporada de las “laminillas” la ciudad se revestía de un dinamismo especial: se prolongaban las veladas nocturnas, aumentaba el tráfico, había más tolerancia, además de otra serie de cosas difíciles de cuantificar como noviazgos y desinhibiciones. Esta perspicacia venía avalada por un hecho ocurrido en su niñez. Fue una mañana de domingo en la época de las “laminillas”. Iba con un tío abuelo por las laderas del monte recolectando este hongo. El olor del musgo y el aburrimiento hizo que le diera un pequeño bocado al sombrero de la seta. A partir de ahí experimentó, lo que con el paso de los años podría describir como una aceleración del pensamiento y de las percepciones sensoriales. Su familia relacionó esta situación con unos sorbos de vino que le había dado a un vaso. Esta cuestión la llevó en secreto durante toda su vida. Fue cuando el Gremio de Empresarios Culinarios (GECU) convocó una beca de investigación y Melicarpo la ganó con un proyecto bajo el lema de: “Valores culinarios del endemismo laminilla”. Lo tenía claro. Recolectó los hongos y procedió al estudio mediante cromatografía, que no era otra cosa que separar y cuantificar los componentes de la seta. Cuando observó la gráfica dibujó con un círculo el elemento que sospechaba. La resultante fue el encontrar un psicótropo. Sentado ante el presidente del GECU le resumió el estudio el cual le respondió: ¿Me quiere decir que después de tantos años comiendo “laminillas” ahora resulta que son venenosas? Melicarpo se apresuró a corregir: No, venenosas no; el estudio dice que contienen una sustancia psicotrópica. El otro se pone en pie y desde la ventana señala la ladera del castillo para decir: En esa ladera es el único lugar del mundo en donde se pueden encontrar las “laminillas” y ahora no las vamos a echar por tierra. Melicarpo intentaba exponer el beneficio farmacológico de aquel hallazgo y el presidente concluyó: Busque una manera distinta de cocinarlas o no se continúa con la beca.