Conductores en la noche

Invitación para compartir una jornada de trabajo con un empleado del sector del transporte en una ruta nocturna de 600 kilómetros y que provoca, en el autor, la reflexión sobre el sacrificio que conllevan algunas profesiones

25 ago 2019 / 12:20 H.

Cuando el territorio empieza a envolverse con el velo de la noche, a eso de las 21:00 horas, hay un Jaén que se levanta, que comienza una frenética andadura bajo el manto de estrellas, como es el caso de hoy, o bajo nubes, lluvia y niebla otras. Para conocer una realidad nada mejor que vivirla en primera persona. Así, pedí a un trabajador del transporte ser fiel acompañante durante una de sus jornadas de trabajo nocturno. Se presta encantado a que sea fiel escudero con una sola condición, que no nombre ninguna de las empresas que veré durante la jornada a su lado, ni la del centro de distribución, ni las de transporte.

Quedamos en un punto indeterminado de la geografía provincial a las 20:30 horas. Tras el saludo de rigor, digo de tomar algo. Llama mi atención que mientras a mí me apetece una cerveza fresquita, él prefiere un café bien cargado, más tarde seré yo quien eche de menos ese café.

Llegamos a una nave enorme en un polígono dónde hay varias dedicadas a lo mismo. Un gran trasiego de paquetería, enormes camiones aculados en los muelles, cargados hasta los topes; en otra zona del edificio una cola interminable de furgones. La actividad es frenética, son las diez de la noche. Cintas que no paran, carretillas que van y vienen, empleados que van llenado enormes jaulas de paquetes de distinto tamaño y peso. Leo en cada jaula una provincia de las muchas que hay en España, de Málaga a La Coruña, de Gerona a Cádiz. En un continuo ir y venir entre un caos aparente, pero perfectamente organizado y sincronizado, los conductores de los furgones cargan ellos mismos sus vehículos. El sudor se apodera de los cuerpos, camisetas empapadas, manos ennegrecidas. Hay que acabar cuanto antes, la verdadera jornada, esa por la que les pagan, empieza cuando las cargas están hechas, la documentación impresa. Aún no hemos iniciado la ruta y mi acompañante ya ha sufrido en sus carnes el stress de casi dos horas de trabajo intenso. Son las 23:00 horas, por delante una ruta de 300 km, cuando acabe la jornada de hoy serán el doble. Siempre llamó mi atención cuando viajo de noche la cantidad y a la velocidad que transitan los furgones por la noche. Ahora lo entiendo, los tiempos de entrega están tasados, un margen de apenas 15 minutos en la entrega es la única alegría que se pueden permitir estos trabajadores de la noche. Surcamos la A4 a velocidad de crucero. La primera incidencia de la jornada, nos para una patrulla de la Guardia Civil. Tras los saludos de rigor pasan el vehículo con una báscula móvil. Va usted en límite permitido de carga, le dice el agente al conductor.

Reiniciada la marcha, gesto serio al volante, el imprevisto nos hace perder un cuarto de hora que es vital. Miro hacia el panel, aumenta la velocidad de los 115 km/h que traíamos a los 120, hay que ganar el tiempo perdido. Una nevera de polispán llena de hielo para refrescar cuatro botellas de agua, las mismas que a nuestro retorno ya vendrán vacías, junto al asiento del conductor. La radio puesta como acompañante invisible, un gps que le marca no solo la ruta, también el tiempo que queda para finalizarla, se trata de adecuar las velocidades de manera que se cumpla con lo establecido.

Pasamos Manzanares y nos dirigimos hacia la A-3, cerca de Valencia, nuestro destino final es un área de servicio. De manera casi simultánea aparece en la rotonda de entrada un furgón rotulado con el mismo logo que el que nos trae. Es mi compañero, me dice. Aquí se produce el cambio de vehículo: “Él cogerá este furgón y yo el que trae”. Ambos retornaremos al origen de nuestra jornada. Recogemos todo y en apenas un minuto nos instalamos en el que nos traerá de vuelta a las tierras del Santo Reino. No hay tiempo siquiera para tomar un café, si acaso orinar y ya está. Un cruce breve de palabras con el compañero, buenas noches y buen viaje de vuelta. No hay tiempo para más. Camino de vuelta le pregunto si no es duro. Mucho, me contesta, pero es lo que hay. Para que la gente reciba mañana sus paquetes estamos miles surcando las carreteras todas las noches.

¿Económicamente le compensa? No, en esta ruta no se llega a los 900. Para pasar de los mil habría que hacer travesías muchas más largas, jornadas inacabables. Pero en Jaén no hay demasiadas opciones laborales, se trata de aprovechar lo que va cayendo. Tras un, quizá calculado silencio, me dice que no solo el sueldo es escaso, si para cumplir el horario preestablecido se ha de acelerar y te pilla un radar, el importe de la multa sale de mi bolsillo

¿Alguna vez le ha pasado? Sí, contesta con un gesto difícil de describir. La autovía que une la A-3 con la A-4 es monótona, grandes rectas surcan tierras manchegas. Es el momento que se aprovecha para beber sin distraerse, estirar un poco las piernas bajo los pedales del vehículo.

Entrada de nuevo a la misma nave de la que partimos. Son exactamente las 3 horas y 59 minutos de la madrugada. “Hoy también he cumplido”, me dice. Una pequeña mueca de alegría brota en su rostro. Una cola de furgones indica que aquellos que se desearon buen viaje hace apenas unas horas, están de vuelta. Misma mecánica, ahora a la inversa. Descargar un furgón a mano, paquete a paquete sobre jaulas y cintas. Sigue la rueda, solo que ahora el reparto siguiente, les tocará a otros. Recogida la documentación y aparcar. Son las cinco de la mañana. Atrás han quedado 600 kilómetros en cinco horas más el tiempo añadido de cargar y descargar. Es un trabajo duro en lo físico y dónde se acumula mucha tensión psicológica, no olvidemos que se trata de la carretera y ello implica muchas cosas que hacen ir en tensión permanente. Ahora sí, la persona que me ha permitido ser escudero por una noche se muestra algo más relajado, se deja invitar a desayunar. Hasta eso, desayunar a deshoras, se me hace raro. En la barra del establecimiento coinciden una docena de trabajadores del sector, cruce de saludos, alguna anécdota y un hasta dentro de un rato como despedida. Vuelvo a casa con la convicción de que hay muchos sectores, desconocidos por el gran público, que merecerían un mayor reconocimiento y desde luego un mejor sueldo. En Jaén hay casi mil furgonetas cada noche que transitan cargadas de paquetes para que nada falle en nuestras ansias como consumidores, la mayor de todas, la rapidez, la inmediatez.