Casa nueva

    05 ene 2020 / 12:01 H.

    Yo pensaba que la locura, cuando dominaba a una persona, era constante en su presencia. Es decir, que, si estaba alguien loco, lo estaba tanto en el cuarto de baño como en el balcón. Esto no era así, la locura de los pasillos era distinta a la del salón comedor y a la del cuarto de baño o la que se hace presente ante el microondas calentando el agua. Pero la peor locura es la del lugar en donde el individuo se encuentra solo porque ahí no pasa por excéntrico o por una personalidad particular. La locura en soledad es asomarse a la boca del pozo más profundo. Hacerse el loco para uno mismo es la interpretación más difícil, por no decir que imposible. A todo esto, y viajando en paralelo a la locura, todos los objetos que habitan y de hecho forman los hogares tienen su olor. Ese olor convive con el tiempo y los habitantes, mezclándose en un todo para formar el alma de la casa. Por tomar un ejemplo: el televisor de tubo de rayos catódicos. Si te acercabas a la rejilla de su parte posterior tenía un olor propio; una esencia para cuando estaba apagado como otra bien distinta si estaba en funcionamiento. Y aún ahora, aunque el tiempo pase y todo se modernice, sucede lo mismo con los televisores con tecnología de Pantalla de Cristal Líquido (LCD), Diodo Emisor de Luz (LED) o los de Diodo Orgánico de Emisión de Luz (OLED). Los alienistas del siglo XIX, aquellos médicos que trataban enfermedades psiquiátricas, se fiaban de su olfato para diagnosticar la locura. En las casas todo permanece, pese a que existan especialistas en limpiar escenarios complejos. Todo permanece porque nuestros movimientos, las simples palabras, son una forma de materia indestructible y los aparatos entre los que nos movemos (TV, microondas, lavadoras, congeladores, móviles, cafeteras etc.) son de tecnología avanzada y por tanto indistinguibles de la magia (Ley de Clarke 1917-2008). En definitiva, que en una casa todo viene a estar un poco más allá de lo que pensamos o vemos sobre ella. Por esta cuestión Elio antes de alquilar el piso pidió que le vendaran los ojos y visitó todas y cada una de las habitaciones. Lo hizo pausadamente siendo consciente de lo que hacía; palpó las puertas, percibió los cambios de temperatura, las huellas olorosas que hubiera dejado la locura, el sonido de los pasos, y pidió educadamente que pusieran en marcha cada uno de los electrodomésticos. Acabada esta larga maniobra se desprendió del antifaz y decidió quedarse a vivir allí. Esa misma tarde compró ropa nueva. Cenó y se acomodó para ver la televisión. Fue al día siguiente, cuando despertó, que a pesar de que la casa era totalmente distinta, todo seguía igual porque la locura del pasillo era distinta a la del salón y a la del cuarto de baño. El televisor olía igual y el microondas no permitía mantener un diálogo con él.