Un país en una provincia

Artículo del novelista y profesor jiennense Emilio Luis Lara López por el 12 de Octubre, en Diario JAÉN

13 oct 2022 / 08:51 H.
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La provincia de Jaén es tan grande que en ella caben el País Vasco y La Rioja, y aún sobra espacio para meter a empellones alguna isla canaria. Tenemos más kilómetros cuadrados de parques naturales que cualquier otra provincia y el paisaje de serranía, olivares y campiña es tan bello que solamente el de Asturias y Cantabria pueden echarle un pulso en cuanto a hermosura. Los casi cien pueblos que la componen son tan heterogéneos como la propia Andalucía, conviviendo municipios de casas encaladas con Úbeda y Baeza, que se me antojan dos ciudades renacentistas de la Toscana varadas entre olivos. Coexisten diferentes modalidades del habla andaluza que aportan una riqueza lingüística singular y poseemos un formidable patrimonio cultural. Disfrutamos de una gastronomía de orígenes humildes transformada hoy en platos de alta cocina por lo saludables y apetecibles que son. Y por último, es palpable un sentimiento común de pertenencia a una tierra, porque ser de Jaén es una forma reposada de sentirse andaluz; y ser andaluz, una forma luminosa de sentirse español.

La relación de Jaén con la geografía nacional ha estado marcada por el síndrome de la lavadora, pues su población no ha parado de centrifugar, dando vueltas de continuo hasta salir despedida hacia fuera buscando un trabajo como consecuencia del ignominioso abandono en que los poderes políticos —señoritos descamisados o encorbatados— han sumido a la provincia, condenándola —por la penuria de inversiones— al socavón económico, a la cola del paro y a un estado anímico depresivo generador de un sopor fruto no de la autocomplaciencia, sino del acomplejamiento. Aunque sea una evidencia, supone un tabú señalar que en lo que llevamos de siglo mucha de la gente joven mejor formada se marcha, y este silencioso éxodo, que nos priva de mentalidades modernas y emprendedoras, alarga el letargo social del que lentamente empezamos a salir gracias, sobre todo, a nuestros propios medios. Y es que, en última instancia, nos tenemos a nosotros mismos, como en una película de tono épico de John Ford o Clint Eastwood.

La callada laboriosidad, la asunción de un fatalismo vital, la llaneza de trato, la creatividad, la ausencia de conflictividad y un orgullo sin estridencias son los componentes de una forma de ser colectiva que, al contrario que otros pueblos, nos hace no creernos más que nadie, pero tampoco menos.

Muchos de mis amigos escritores viven en Madrid y cuando me preguntan por qué no me prodigo más en conferencias, cursos y festejos literarios, les respondo que, más que una España húmeda y otra seca, existe la España con AVE y sin AVE, y vivo en la España en la que, como diría el general Sabino Fernández Campo, ni está ni se lo espera. Mientras que a los extremeños han intentado camelárselos con un AVE de chichinabo que alcanza la velocidad punta de un SEAT 600, nosotros tenemos un tranvía fantasma, unos trenes de saldo y un aeropuerto distante a cien kilómetros que lleva nuestro nombre, algo que parece un chiste mala follá. Las buenas comunicaciones ferroviarias favorecen el turismo, el comercio y el asentamiento de las personas más cualificadas, un cóctel que genera impepinablemente riqueza. Pero poca presión política exigiendo mejores trenes e infraestructuras puede hacer un pueblo trabajador, honesto, cumplidor y no acostumbrado al chalaneo frente a comunidades belicosas que conservan indemnes sus anabolizantes financieros y chantajean promoviendo insurrecciones, amagando con retirar apoyos parlamentarios y amenazando con independizarse. Esas regiones levantiscas se han transformado en unas Sicilias —aunque la mafia autóctona ya no mate—, mientras que nosotros, uncidos al resto de Andalucía, hemos optado por convertirnos en la California del sur de Europa. Y eso, provoca malestar y rechinar de dientes. Pues que arreen.

Un país en una provincia

Tener universidad propia ha sido lo mejor que nos ha pasado en el último medio siglo, sobre todo conforme la institución se ha ido desprendiendo de las servidumbres del viejo Colegio Universitario. Nuestro referente andaluz ha de ser Málaga, cuya simbiosis entre la universidad y la empresa ha creado el parque tecnológico europeo más avanzado, y cuyo concepto de ciudad ha dado un vuelco, convirtiéndose en la urbe más dinámica e interesante del país. Málaga posee un electroimán para atraer a los jóvenes más cualificados y al turismo cultural de calidad, y por si fuera poco, tiene a un inmejorable embajador: Antonio Banderas, reconvertido en exitoso empresario, y que lejos de renegar de su tierra la potencia merced a su prestigiosa imagen personal y a su propio dinero. Bueno, nosotros tenemos a Sabina, cantante que me encanta, pero que en una preciosa canción cambió una estrofa que homenajeaba a su sur natal por esta otra: «Cuando la muerte venga a visitarme/no me despiertes, déjame dormir./ Aquí he vivido, aquí quiero quedarme./ Pongamos que hablo de Madrid».

Entre mis sombras del alma no figura la envidia, pero es curioso, el apego al terruño me la provoca cuando hago turismo enológico, cuando me dedico a visitar bodegas, porque a la vez que me embeleso con los hoteles, restaurantes y rutas turísticas que los viticultores han creado arriesgando su dinero, nosotros no hemos hecho con las almazaras algo parecido ni por asomo. Hay que darles la vuelta como a un calcetín a las mentalidades minerales, rocosas, apegadas a la subvención y al lamento, y emular a la iniciativa privada que ha enriquecido tantas otras provincias. Italia es el país donde más veces he estado y al que siempre añoro volver, pero ojalá desapareciese ese oleoducto que conecta Jaén con Italia, pues en la campaña de aceite anterior, siete de cada diez litros se vendieron a los italianos para que ellos, como es costumbre, lo envasen y comercialicen como algo propio. Aquí no cabe decir ¡porco governo!

No somos conscientes de que una de las mayores virtudes jaeneras consiste en la armónica convivencia del pasado con el presente. Hemos heredado de nuestros mayores unos modos de vida tradicionales que no están momificados, sino vivos, y que no solo permiten insertarlos en la modernidad, sino que constituyen el principal atractivo para atraer al turismo de tronío y a quienes elijan vivir aquí. El patrimonio histórico, la diversidad de paisajes, los ritmos apacibles y el diamante en bruto del oro líquido son la fórmula magistral de nuestra autoestima, al recordarnos lo que fuimos y somos: un país en una provincia.

<i>Emilio Luis Lara López.</i>
Emilio Luis Lara López.

Sobre el autor

Emilio Luis Lara López (Jaén, 1968) es doctor en Antropología, licenciado en Humanidades con premio extraordinario, Premio nacional de Fin de carrera y profesor de Geografía e Historia de Enseñanza Secundaria. Ha publicado libros de historia, artículos en diversas publicaciones universitarias y en centros de investigación españoles y de otros países de Europa, además de novelas. Su trayectoria está reconocida en la concesión de premios de literatura, historia y periodismo. Entre sus publicaciones están Tiempos de esperanza (2019); Historia de las transiciones en España (2006) o Una ciudad de saquito que oía a Bach (1998), entre otras muchas.

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