“Un gran museo que habrá que dotar de contenido”

Pisó suelo jiennense por primera vez como
Rey en una inauguración en la que, aunque se dejó querer, faltó el tan esperado discurso oficial

12 dic 2017 / 08:50 H.

Tanto se emociona Jaén cuando lo ve pisar sus calles que da la impresión de que el cielo derrama lágrimas a su paso. Es un llanto de los que gustan, ese que llega al corazón y, a la vez, regala sonrisas. Agua a mansalva cayó en aquella inauguración del teatro que lleva el nombre de su primogénita, en 2008, y lluvia a jarrillos regalaron las generosas nubes en un día grande, en 2017, para la capital. Grandiosa, espléndida, única y eterna mañana por dos motivos que la ocasión merece. Primero, porque es la primera visita de Don Felipe de Borbón como Rey de España. Segundo, porque presidió la apertura oficial del Museo Internacional de Arte Íbero. O viceversa. Tanto monta, monta tanto.

Larga fue la espera, aunque, como dice la canción, solo para quien no sabía lo que le esperaba. Quienes tuvimos la suerte de estar apostillados, bajo el manto protector de la enjuta seguridad, éramos conscientes de lo que nos esperaba y, sin desesperar, vivimos una jornada de las que de verdad merecen la pena contar. La oficialidad de una inauguración poco tiene de historia más que la que ofrecen los protagonistas. Y él fue la verdadera estrella de la película. Estuvo acompañado por los actores principales del reparto y, como en botica, por algunos convidados de piedra amantes de la imagen y la fotografía para la posteridad. Más de uno arrojó valentía con formar parte de un guion en el que nunca estuvo escrito su nombre. Pelillos a la mar. Lo que importa es que fue redonda la jornada y, aunque siempre hay coto privado en momentos puntuales en este tipo de visitas, hubo libertad de movimiento, la necesaria para comprobar que el Rey de España es una persona que sabe lo que dice, que estudia el lugar en el que tiene en la agenda estar y que, si le preguntas, contesta.

No fue fácil la tarea. Hubo que esperar hasta el final para escuchar en público unas “palabrillas” de Felipe VI. ¿Qué le parece el museo?, preguntó esta que escribe. “Es un gran Museo, un edificio muy bonito que habrá que dotar de contenido”, respondió. Una frase escueta y, a la vez, directa y repleta del otro contenido, el que de verdad preocupa a quienes tanto lucharon por ver su sueño cumplido. Es una infraestructura extraordinaria, moderna, acorde con las exigencias del siglo XXI, idónea para convertirse en una referencia internacional... Un Museo Internacional de Arte Íbero que aspira a mucho más que a una exposición temporal. Todo a su debido tiempo, pero, ojo, que es palabra de Rey: “Habrá que dotarlo de contenido”. No lo olviden.

Lo que está claro es que lo pasado, pasado está. El 11 de diciembre de 2017 quedará fijado en el calendario de muchos jiennenses con el color más llamativo de los habidos y por haber. La mayor parte de los representantes políticos y ciudadanos de a pie que machaconamente pusieron su grano de arena para la construcción de un centro cultural de tal calibre asistieron a una puesta de largo más larga que su propia leyenda. Hay un dato que confirma tan dilatado recorrido: fue en 1991 cuando los reclusos que gozaban del tercer grado dejaron de dormir en la vieja prisión del Paseo de la Estación, edificio que, por cierto, compró la Diputación Provincial al Ayuntamiento de Jaén en 1927. A lo que iba. “Los abajo firmantes”, un grupo de rebeldes con causa que luchaba por conseguir algo parecido a lo de “Jaén, Merece Más”, rodearon cogidos de la mano, acompañados de antorchas, el ya inutilizado inmueble para exigir al Gobierno central su conversión en un centro cultural. Eran tiempos en los que todavía no se había producido aquel viaje a París que marcó un antes y un después para los Amigos de los Íberos.

Mucho ha llovido desde aquella simbólica reivindicación que ahora sus protagonistas rescatan del baúl de los recuerdos. Ríos de tinta, portadas de periódicos y fotografías tan llamativas como aquella en la que hasta la entonces consejera de Cultura, Carmen Calvo, se enfundó un disfraz de íbera para exigir lo que clamaba un colectivo por el bien de la ciudadanía. Se echó de menos su presencia. Cosas del protocolo.

Eso de viajar a tierras francesas y encontrar los Campos Elíseos plagados de carteles con “El Pajarillo” de Huelma y de toparse en una exposición internacional con casi doscientas piezas íberas con procedencia jiennense despertó entre el grupo de ilustrados viajeros la imperiosa necesidad de barrer para casa y emponderar la riqueza del legado de una cultura milenaria. Veinte años. Dice la canción que no son nada, pero forman parte de toda una vida.

La apertura de un museo con el adjetivo de internacional, además de agrandar la ceñida oferta cultural de la ciudad, supone un homenaje en toda regla a gente, con nombres y apellidos, que da gracias a la vida por permitirle vivir, valga la redundancia, para contar esos veinte años de lucha diaria, desplantes y cierres de puerta. Mereció la pena la espera solo por ver aquellos brillantes ojos de Pilar Palazón, la presidenta de los Amigos de los Íberos de Jaén.