Un crimen brutal e impune
Este mes se cumple un cuarto de siglo del doble asesinato de los novios
Hay hechos que marcan la memoria colectiva de un pueblo y más a menudo de lo que sería deseable, por desgracia, suelen estar ligados a alguna tragedia. Los atentados del 11-S, en Nueva York, o los del 11-M, en Madrid, están grabados a fuego en la historia reciente de la civilización occidental. A escala local, el conocido como “crimen de los novios” todavía estremece, y eso que ha pasado un cuarto de siglo. La brutalidad con la que acabaron con las vidas de los jóvenes Ana María Torres y Óscar Arroyo, un mes de junio de 1992, y, finalmente, la prescripción del delito, hace un lustro, erizan la piel e indignan a partes iguales.
Son muchos los interrogantes que quedaron conectados al doble asesinato de esta pareja de novios, en el paraje del camino de las Cuevas, tras una operación policial y su consiguiente instrucción que siguen cuestionándose, hoy día, como consecuencia del rosario de errores y de circunstancias adversas que las marcó. La investigación del caso nació “torcida”. Como ejemplo, cabe destacar que las fotografías que se tomaron al cadáver de Óscar no se pudieron revelar porque el carrete de la cámara no estaba bien colocado. Y solo fue el principio.
Un pastor encontró el cuerpo sin vida del joven en el interior de su coche. Estaba desnudo y presentaba dos tiros de escopeta. Casi dos días después, localizaron el cadáver de Ana María a unos 200 metros de distancia. Le habían disparado por la espalda. A diferencia de Óscar, la hallaron vestida, pero, antes de asesinarla, la habían violado.
La investigación del caso había entrado en un callejón sin salida cuando, a finales de 1994, un suceso evitó que el juez instructor decretara el sobreseimiento provisional de la causa. Dos hombres armados con una escopeta de cañones recortados rodearon a una pareja de novios en el interior de un vehículo aparcado en las inmediaciones del barrio de Las Fuentezuelas. Pero la pericia de su propietario, que saltó al asiento delantero y consiguió arrancar el coche y huir a toda velocidad, salvó a la pareja. La Policía detuvo a los autores, dos delincuentes habituales, que se alojaban en La Casimira, un cortijo abandonado próximo a la Estación de Renfe, frecuentado por delincuentes, drogadictos y vagabundos. Durante las pesquisas, un mendigo apuntó a Juan Domingo León Mesa (fallecido en 2005) y a su sobrino, Jorge Miguel Núñez. Explicó que la noche del crimen llegaron a La Casimira con una mujer a la que identificó como Ana María. Su testimonio fue trascendental para encarcelar, de forma preventiva, a los dos hombres. Pero la falta de pruebas los absolvió en un primer juicio en 1997. a pesar de ello, el Tribunal Supremo ordenó que se repitiera la vista para que se oyeran 60 horas de cintas con conversaciones de los dos sospechosos grabadas en prisión. De nuevo, resultó infructuoso. Las grabaciones eran prácticamente inaudibles y, en 1998, fueron absueltos nuevamente. El Supremo ratificó el fallo en 2001. En 2012, los delitos por el doble asesinato de Ana María Torres y Óscar Arroyo prescribieron dejando una sociedad local sin respuestas.