Retiro de uno de los últimos conserjes en El Arrabalejo

Andrés Ruiz Santiago asume que “la profesión” será sustituida por empresas

14 mar 2016 / 09:20 H.

El trabajo que desempeñó durante veinticuatro años ahora lo desarrolla una empresa. De un empleo individual, de perfil humano, a otra manera de entenderlo, más autómata. Andrés Ruiz Santiago, retirado de la vida laboral en 2015, era el hombre que “velaba” por El Arrabalejo, el conserje del residencial las Veredas, ubicado en el número 41 de la calle Millán de Priego.

Entendía un oficio en extinción en toda su amplitud: limpiar, reparar desperfectos, repartir el correo en los buzones de cada miembro de la comunidad y, lo más importante, ser un hombre de confianza. Cuenta un vecino del barrio que Andrés Ruiz vivió escenas de todo tipo, algunas realmente desagradables, más propias de otros trabajos. No obstante, el conserje ya retirado le resta épica a sus casi dos décadas y media de actividad. “Todo era muy tranquilo”, recuerda él. Empezaba cada día a las seis de la mañana, a la vista de los vecinos y los viandantes. No tenía despacho o, quizás, este “oscilaba” entre el exterior y el interior del residencial, donde todavía vive.

naturaleza. Él asegura que hay otros conserjes en la capital, aunque es más que probable que el “recambio” que ha habido en Las Veredas se extienda en los próximos años. Es decir, que la figura de un hombre —o mujer— que gestiona las zonas comunitarias sea sustituida por empresas que se repartan las labores. “Es normal que se pierda. Poco a poco, diferentes compañías asumirán lo que yo hacía”, concede en un tono serio, pero ajeno a la tristeza. ¿Qué hace falta para ser bueno en lo suyo? “Respetar a todo el mundo. Ser una persona que está en su sitio”, resume.

Ocurre que “estar en el sitio” se puede —se debe— entender en el sentido literal: “Si un vecino se quedaba encerrado en el ascensor a la medianoche, ahí tenía que ir yo. Y lo hacía con gusto. Igual ocurría si se fundía la luz de una bombilla en un patio o si saltaba la alarma de un coche. En repartir el correo tardaba media hora”, ejemplifica. Ruiz Santiago no tenía un espacio físico propio, pero sí una suerte de caseta, muy práctica en invierno, cuando bajaban las temperaturas.

El jiennense admite que ahora que solo es un residente más siente nostalgia: “Un poco de pena me da, porque ha sido mucho tiempo. Solo espero que la gente que me reemplaza mire por el residencial igual que yo lo hacía”, señala. En Las Veredas, cuenta, han vivido profesionales de diferentes ámbitos: médicos, abogados y periodistas. “La mayoría de quienes he conocido son buenas personas y gente con educación”, remarca.

Le toca paladear la jubilación, saborear la vida sin empleo. “Me lo he pasado muy bien. Solo tengo un deseo para los jóvenes: que siempre haya trabajo, igual que hay sol para todos”, concluye.