Los lazos que forja el maltrato
Voluntarios rescatan a un mastín y a una podenca malheridos que no querían separarse
Teresa Arroyo tiene 43 años. Lleva “toda la vida” rescatando perros abandonados, y sostiene sin atisbo de duda: “Cuanto más conozco al ser humano, más amo a mis animales”. Para esta certeza, le sobran los motivos. Pero acaba de sumar más razones. Hace un par de semanas, ella y un grupo de amigos a los que el amor a los animales ha convertido en rescatistas voluntarios participaron en uno de los salvamentos “más impactantes”, por la “crueldad” con la que —dice Arroyo— son capaces de actuar las personas. Romeo y Julieta son uno de los paradigmas literarios del amor trágico y los protagonistas de una historia que comenzó, hace unas tres semanas atrás, en el Puente Jontoya, con el seguimiento de una podenca abandonada. Tras unos días vigilándola, hallaron su “refugio” en uno de los túneles que cruzan la carretera, a la altura de la residencia de ancianos, y acudieron a su rescate. Cuál sería su sorpresa cuando se dieron cuenta de que no estaba sola. Dentro, estaba escondido un mastín de “unos 60 o 70 kilos”. Ya habían advertido que la podenca llevaba un cepo en su pata trasera izquierda, pero no podían dejar al otro ejemplar, así que pidieron ayuda. Y no fue fácil.
Tres personas —entre ellas, Antonio Murciano y Manu Felicidad— participaron en el rescate. Solo entonces descubrieron que el mastín estaba “degollado, prácticamente”. Según les explicó más tarde el veterinario que atendió de urgencia a ambos animales, fue encadenado cuando era un cachorro. “Y, conforme fue creciendo —puede tener 5 años—, la cadena le había ido serrando el cuello”. La animalista recuerda que el terror que tenía el can “era atroz”. Tanto, que ni los miraba. Escondía la cabeza. “Pero era noble como él solo. Hubo que sacarlo a rastras del túnel, con un lazo, y jamás, ni él, ni la podenca hicieron el amago de morder”. El veterinario que los trató liberó al mastín de la cadena y a ella del cepo por el que ha habido que amputarle la pata, tras 6 meses apresándola. Pero ella solo estaba pendiente del mastín. “Le lamía las heridas del cuello”, relata Teresa. Y, cuando intentaban separarlos, se ponía “súper nervioso”. Su lazo era tan fuerte que los llamaron Romeo y Julieta. Ante la saturación del refugio de la capital, los llevaron al gallinero de un amigo. Estuvieron allí un fin de semana, mientras les buscaban un destino. Y, en Facebook, respondió “Save Mastín”, que, ante la imposibilidad de separarlos, los ha acogido en Cartagena. “Tuvimos suerte”, valora Arroyo, que alerta del elevado número de abandonos, y subraya: “Si alguien quiere adoptar, que sepa que un animal es una gran responsabilidad, que sienten como nosotros y que, si los abandonas, se mueren de pena”.