La desdicha de Letur, a tan solo 28,6 kilómetros de ser jiennense

Un experto analiza las posibilidades de que la DANA afectase a la Sierra de Segura

09 nov 2024 / 20:03 H.
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Una espantosa riada se llevó por delante, el pasado 29 de octubre, el casco antiguo del pueblo albaceteño de Letur, causando incontables daños y contabilizando, tras la finalización de las búsquedas, seis fallecidos. Una cifra dolorosa para un municipio de tan solo 923 habitantes, según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). Cuando uno desciende desde la Era del Rosal y con paso nervioso atraviesa la Avenida de la Guardia Civil, bordeando ya el cauce del Arroyo de Letur, el paisaje se vuelve desolador. A la altura del puente que conecta con la calle Moreras —el único acceso al casco histórico de Letur—, tan solo se divisa la destrucción en su máxima expresión. Un escenario de guerra se yergue impasible, mostrando no solo los cascotes y las grietas de los edificios que una vez fueron hogares; también la pérdida invaluable de las esperanzas de los vecinos y vecinas que los habitaban.

Este pueblo es orgullosamente serrano, pues no en vano está enclavado en la Sierra del Segura. A cualquier jiennense es probable que le suene esa denominación, pues tanto ésta como la Sierra de Segura son dos caras de una misma moneda. Su canto es muy fino, de apenas unos kilómetros: La distancia que separó a Jaén de la desgracia. Cabe preguntarse entonces, ¿cómo de cerca estuvo? Para ello, Diario JAÉN cuenta con el asesoramiento de Antonio Lope, hidrogeólogo de la Universidad de Jaén (UJA) especializado en la Sierra de Segura, y que estudia en su tesis la ciclogénesis explosiva, el fenómeno experimentado a través de la DANA que azotó el sureste peninsular. Primero, cabe recordar que se caracteriza por una precipitación muy abundante en un punto muy concreto de terreno, lo que provoca que la tierra no pueda absorber el agua y se produzca una intensa escorrentía.

En el caso de Letur las precipitaciones no fueron excesivas, pero sí que lo fueron en la frontera entre Castilla-La Mancha y Murcia, donde cayeron 150 litros por metro cuadrado. Allí se sitúan riachuelos como la Rambla de Lorca o el Barranco de los Ramaleros, entre otros, los cuáles llevaron con fuerza este caudal hasta el Arroyo de Letur, donde confluyen, y que atraviesa el municipio. El resultado es palpable en las fotografías que acompañan a este reportaje. Esta inmensa precipitación en pocos minutos también fue registrada a tan solo 18,8 kilómetros de la frontera con la provincia jiennense; concretamente en el Embalse de la Fuensanta, en Yeste, donde se registraron 149,8 litros por metro cuadrado. Según explica Antonio Lope, este fenómeno, causado por la colisión de una pequeña borrasca muy concentrada con un frente mediterráneo, habría cambiado la cara albaceteña por la cruz jiennense en solo 28,6 kilómetros.

Es la distancia que separa dicho embalse del nacimiento del río Trujala, o del río Orcera, en la Sierra de Segura. También a 27,9 kilómetros de Siles, a la altura del río Guadalimar. Según el experto, de haber sido así, la confluencia de las escorrentías de dichos afluentes podría haber arrasado los municipios de Orcera, la Puerta de Segura o Puente de Génave. De hecho, estos núcleos urbanos están declarados como “Áreas con riesgo potencial significativo de inundación” por el Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico. No sería la primera vez. Aunque con menos virulencia (cayeron 82 litros por metro cuadrado por los 150 de Letur), las lluvias ya dejaron fotografías para el olvido en La Puerta de Segura y en Puente de Génave. Un 22 de mayo, en el año 2007, las precipitaciones sobre el río Guadalimar causaron una crecida que obligó a desalojar a 150 vecinos, anegando casas, garajes y establecimientos, dejando imágenes muy similares a las vistas en los últimos días.

Esta vez se ha quedado a unos pocos kilómetros, pero ante la pregunta de si se hubiera podido hacer algo para evitar la destrucción en caso de haber caído a este lado de la Sierra, la respuesta del experto es muy clara: El desastre habría sido inevitable. Es por ello que Lope pone en valor algunas medidas preventivas como la desviación de los cauces, como ya se hizo en el río Turia, en Valencia, tras la riada de 1957. Sin embargo, se trata de intervenciones muy caras que deberían afectar a varias poblaciones, por lo que no ve probable que se lleven a cabo en un corto-medio plazo. Ante tanta incógnita, quizá cabe una última: ¿Están haciendo ahora los políticos jiennenses las preguntas adecuadas?

La desdicha de Letur, a tan solo 28,6 kilómetros de ser jiennense

Rescatado al pie de la riada, hoy es testigo de la desgracia

<i>Un edificio con serios daños estructurales. A la derecha, la casa de Antonio Rodríguez.</i>
Un edificio con serios daños estructurales. A la derecha, la casa de Antonio Rodríguez.

Era un día como cualquier otro. Antonio Rodríguez amaneció el 29 de octubre junto a su mujer en su casa, situada en plena calle Moreras, que da acceso al casco antiguo de Letur. La riada sobrevino a la hora de comer. Tanto “Pitoño” —como se le conoce en el pueblo— como su mujer, conscientes de la situación, subieron hasta el tercer piso. La incertidumbre, sin embargo, les carcomía. “Teníamos mucho miedo porque no sabíamos cuando iba a acabar”, relata, “si terminaría pronto aquello o si vendría más”. “¿Se hundirá mi casa?” se preguntaba mientras, por la ventana, observaba los estragos causados en edificios contiguos. “Estábamos en el tercer piso y hasta allí el agua no llegaba, pero no sabíamos lo que estaba pasando abajo”, explicaba.

“Vi cómo se llevaba el coche de mi vecina, cómo se caía el muro de su casa”, recuerda Pitoño, visiblemente emocionado. Se trataba del hogar de la pareja fallecida, Jonathan Muñoz y Mónica Martínez: “Lo vi todo y sabía que estaban dentro”. “Nosotros nos salvamos”, recuerda, aunque al ser preguntado por cómo pudieron salir, se le termina quebrando la voz: “Lo siento, no quiero recordarlo más”. Solo indica que fueron rescatados por los equipos de emergencia, los mismos que, a día de hoy, “no dicen nada” sobre el estado de su hogar. Aún está esperando a que le comuniquen en qué condiciones ha quedado su edificio, alertado de que el contiguo está visiblemente dañado. La pesadilla aún no ha terminado.

Un legado perdido entre escombros

<i>Estado de la casa de Manuel Gabella tras el paso de la riada.</i>
Estado de la casa de Manuel Gabella tras el paso de la riada.

Vive desde hace años en Hellín, un municipio manchego a 50 kilómetros de Letur, su pueblo natal. Aquí es donde se encuentra la casa donde se crió, el hogar de sus padres, heredado hace apenas un año, después de que su madre falleciera. Desde entonces, tanto Manuel Gabella como su hijo pasan temporadas en el pueblo, donde conservan familia y amistades, así como numerosas pertenencias familiares. Todo ello está ahora en el aire. Afortunadamente, Gabella no estaba en Letur cuando aquel fatídico 29 de octubre la riada arrasó las calles donde creció. No vio la riada, pero sí ha sufrido las consecuencias. La casa de sus padres, que se encuentra en la parte baja del casco antiguo, a la ribera del Arroyo de Letur, resistió el cauce a duras penas, manteniéndose la mayor parte en pie. Ahora, tan solo puede ver su estado desde el Mirador de San Sebastián, desde donde se visualiza en altura el centro del municipio, mientras espera los pocos turnos que Protección Civil organiza para visitar los hogares.

“Tenemos un tiempo muy limitado para bajar a buscar pertenencias, pero es normal, no puedes dejar a la gente campar a sus anchas con los edificios en ese estado”, indica, mostrando esperanza en que la casa de sus padres haya resistido el temporal: “El edificio de al lado tiene un boquete enorme, pero espero que el mío no esté tan mal”. “No sabemos si tendremos que quedarnos sin nuestras casas un mes, un año... o toda la vida”, indica con resignación. Aun así, se muestra agradecido tanto por el trabajo de las administraciones, ya que “no han dejado de trabajar ni un día, ni una noche”, pero advierte: “Hasta ahora se están portando bien, el final no sabemos cómo será”.

José Montoya: “Vino de golpe, se llevaba todo lo que encontraba a su paso”

La desdicha de Letur, a tan solo 28,6 kilómetros de ser jiennense

José Montoya vivió en primera persona cómo el Arroyo de Letur desbordaba hasta comerse el casco antiguo del municipio. Tal y como relata a Diario JAÉN, eran alrededor de las 13:45 horas, aproximadamente, cuando “vino de golpe, no se esperaba”. “Se llevaba todo lo que encontraba a su paso”, cuenta, recordando que en Letur “no llovió demasiado, todo vino de arriba”. Cordobés de nacimiento, su mujer es oriunda de este pueblo albaceteño, y hace 20 años que vive aquí. La felicidad experimentada en el pasado contrasta con el ambiente de la última semana. “Todos estamos amargados, muy tristes”, explica, ahondando en la dificultad con la que lidian no solo las familias de los fallecidos, sino aquellos que “lo han podido perder todo, pero todavía no lo saben porque no les dicen nada”.

Y es que la entrada al casco antiguo, donde se realizan las labores de limpieza y demolición de los edificios más afectados, está cortada por las autoridades. “La gente está muy enfadada porque casi no les dejan entrar a sus casas a coger sus cosas”. Sobre las labores de limpieza y reconstrucción, José Montoya no se cree el plazo de cuatro años dado por las autoridades. “Lo veo imposible”, opina, recordando la plazoleta, ahora inexistente, o la piscina natural, destruida por completo. “Son promesas difíciles de cumplir”, concluye.

María Dolores Moreno: “Lo que hay en frente de mi casa... Me negaba a mirar”

La desdicha de Letur, a tan solo 28,6 kilómetros de ser jiennense

Sobre las 14:30 horas, el ruido de las excavadoras y el motor de los camiones cesa durante unos minutos. Es el descanso de unos operarios que trabajan día a día para retirar los escombros del centro de Letur. Sin embargo, aquí ya nunca se para del todo, y es el momento en el que Protección Civil y Bomberos aprovechan para, en pequeños grupos organizados, acompañar a los vecinos afectados para que puedan recoger algunas pertenencias de sus maltrechos hogares. A la vuelta, una mujer sube abrazada a un marco. Es María Dolores Moreno, y la mujer de la vieja fotografía no es otra que su madre. “La tenía en la mesita de noche, yo vivo sola y he cogido los enseres que me han permitido”, explicaba. Por suerte, indica que “la estructura parece que está bien”, y que tras la visita dejó las ventanas abiertas “para que corra el aire se seque todo lo que se tenga que secar”, pero “afortunadamente no parece haber muchos daños materiales”. No todos han corrido la misma suerte. “Lo que hay en frente de mi casa... Me negaba a mirar”, recuerda con la voz quebrada: “He cerrado las persianas porque no quería ver más destrozos, no quería ver... Me niego”. Agradeciendo la solidaridad demostrada en todo el país, solo tiene una petición: “Que no sea la DANA, el terremoto de Lorca o el volcán de la Palma lo único que nos una”.

Diario JAÉN


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