La Clemencia desafía a la lluvia y conquista a toda La Magdalena, aquí el resumen
El agua hace acto de presencia y obliga a la cofradía a refugiarse en la Catedral

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La Magdalena estalla cada Martes Santo como lo hace la flor más hermosa al despertar la primavera. Es tradición que se cumple y fe que se siente, puesto que hablar de este barrio es hablar de una cofradía que vertebra su identidad. Vecinos y vecinas que, día tras día, encuentran en su templo parroquial mucho más que un lugar de culto: el epicentro del raudal devocional que da sentido a un pueblo que se hace cofradía. La Clemencia vivió este Martes Santo una jornada marcada por los contrastes, por esa mezcla de gozo y una puesta a prueba del alma de los cofrades, informa Juanjo Armijo.
A la hora señalada, el reloj se hizo lento, casi eterno, y la cruz de guía aguardaba bajo el dintel. Fue entonces cuando el gobernador de la hermandad, con la serenidad que exige el momento, anunció el aplazamiento de una hora en la salida procesional. Silencio. Espera. Oración. Un barrio que no se movía, que respiraba al ritmo de la Clemencia.
Pasado el tiempo prudente, el hermano mayor, Jesús Juárez, comunicó la decisión: la cofradía saldría a la calle. Y con ella, el corazón de todo un barrio porque esta hermandad no sólo camina, se desborda. La calle se hizo templo y los sones se elevaron al cielo. Tres formaciones musicales acompañaban el cortejo.
La meteorología, caprichosa como pocas veces, quiso poner a prueba la entereza de la hermandad cuando, en el momento de acceder a Carrera Oficial, la lluvia hizo acto de presencia. Los fabrícanos, con la rapidez de quien sabe lo que está en juego, protegieron con plásticos a los tres pasos evitando que el agua alcanzara a las tallas. Los pasos buscaron refugio en la Santa Iglesia Catedral, en un paréntesis de fe y espera. Pero la lluvia persistió.
Fue entonces cuando, ya con el tiempo amainado, la cofradía decidió regresar a su templo. Lo hizo en silencio. Sin música. Sin el bullicio que marca la ida, pero con la hondura de un recogimiento que a todos llevó a la oración. Y de esta forma, la cofradía fue transcurriendo por calle Maestra para ir adentrándose a su barrio que le esperaba con los brazos abiertos. Y es que hay días en los que la procesión no se mide en metros recorridos, sino en la forma de sobreponerse a la adversidad. En la dignidad con la que se acepta lo que no se puede cambiar porque lo importante, no es cuánto se anda, sino cómo se camina. Y La Magdalena camina con fe. Siempre.