Karim, el niño capaz de tocar un instrumento sin estudios musicales

El joven de Andújar convierte el autismo en oportunidad y consigue cumplir su sueño de conocer a Lola Índigo

16 ago 2025 / 19:02 H.
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Karim Ait El Aadraoui Valero no es un niño como los demás. ¿Alguien es capaz de armar un puzzle de 100 piezas con 4 años? ¿Y de interpretar una partitura en diez minutos y tocar un instrumento sin haber recibido nunca clases de música? Él sí lo es. Cuando las habilidades sobrepasan cualquier estándar, la gente corriente habla de necesidades especiales cuando, en realidad, lo que tienen delante es un niño extraordinario.

Así es Karim, nacido en Andújar hace 14 años y con la peculiaridad de tener Trastorno del Espectro Autista (TEA). Su madre, Saray Valero, cuenta que el camino de su hijo ni fue ni es fácil. “Con dos años empecé a darme cuenta. Yo trabajaba en la guardería, pero no en su clase, y mi compañera me contaba que cuando a Karim le quitaban un juguete, se quedaba sentado y no hacía nada. Lo normal en estos casos es que el niño llore o vaya a por el que se lo ha quitado para que se lo devuelva, pero Karim no tenía reacción”, relata.

Ahí fue cuando Saray comenzó a llevar a su hijo al pediatra. “A su hijo no le pasa nada”, le decía, al mismo tiempo que le explicó que hay niños que no reaccionan como comúnmente lo hace el resto, pero las señales fueron a más.

“Cuando tú le hablas o le cantas una canción a un niño, te suele mirar embobado... Mi hijo, sin embargo, me miraba durante tres segundos y dirigía la vista a la pared, a la lámpara... Ellos perciben cosas alrededor que los demás somos incapaces de ver. Karim, con tres años, no sabía quién era mamá, papá, ni nada”, recuerda Saray.

El diagnóstico llegó cuando el niño cumplió su sexta primavera. Los médicos le hicieron todas las pruebas que se practican en casos como el suyo, como la de hiperactividad, que quedó descartada: “Él no podía estar sentado cinco horas y atento a cosas que no entendía. Los profesores decían que era muy nervioso, pero lo que ocurre es que Karim necesita cambiar de tareas y que éstas le llamen la atención”. Por poner un ejemplo, Saray cuenta que el niño no jugaba con la plastilina más de media hora porque se cansaba. “Cuando en Preescolar le enseñaban las vocales o aprendían a escribir, a él le daban un puzzle de cien piezas, y que un niño de cuatro años consiga completarlo no es, ni de lejos, algo muy habitual”, apunta.

Saray reconoce que lo pasó muy mal. Este es su testimonio: “En el cole me decían que no, que Karim era muy nervioso, que se levantaba, que mejor me lo llevara a un colegio de alumnos con necesidades especiales. Fui a dos centros con niños más afectados que el mío, pero una logopeda me dijo que no, que mi hijo tenía que quedarse en la clase donde estaba porque aprendía por repetición y tenía muy buenos compañeros. Luché, me dijeron que Karim no podía pasar a Primaria si no sabía leer, que tendría que repetir, y fui a ver a un médico que lo observó, y evaluó la forma en la que se relacionaba con los niños durante el recreo. Él no juega con nadie, pero juega con todos. Da una vuelta por el patio, saluda a uno, luego a otro... El médico me dijo que no le preocupaba que Karim aprendiera a leer con diez años, con once o que no aprendiera nunca, que le motivaba más que, con cinco años, no supiera casi hablar pero conociera los veinticinco nombres y apellidos de sus compañeros de clase. ‘Es mejor que esté con ellos y pase de curso’, dictaminó el médico con base en que las relaciones sociales son muy importantes”.

Finalmente, y aunque Karim logró adaptarse a cada curso al que avanzaba, su madre lo matriculó en otro centro. “Ha dado un cambio muy grande”, reconoce. Ahora está en un instituto, concretamente en un aula TEA con niños como él.

“Hace poco, me llamó la directora para preguntarme si Karim había recibido clases de música alguna vez. Le dije que no, pero que siempre le había gustado y que era el primero en aprenderse las coreografías de los bailes de fin de curso. Entonces, me contó que estaban en clase de música, que hizo una partitura en diez minutos y la tocó con un instrumento. Yo me quedé...”, confiesa Saray con emoción.

No hay tiempo que perder ni talento que desaprovechar. “Me mandaron al Conservatorio Profesional de Música (CPM) Juan de Castro, en Andújar, que cuenta con cuatro plazas para niños con discapacidad en el marco del programa ‘Música Integra’. Le hicieron una prueba con una caja china y en septiembre empieza”, cuenta orgullosa.

Está claro que la música hace milagros y Karim nunca fue ajeno a los gustos de su madre: “A mí me gusta mucho bailar, en mi casa siempre se escucha música y él me imita mucho. Sigo a Lola Índigo, a Shakira...”. Karim elevó el gusto de su madre hasta tal punto que se sabe canciones de Lola Índigo que ella ni siquiera conoce. Recientemente, lo llevaron a un concierto de la artista en Sevilla y ella accedió a conocerlo en persona, pues, tal y como le reconoció al niño, había visto muchos vídeos suyos en redes sociales.

Los pequeños como Karim no suelen reaccionar bien a los fuegos artificiales, sonidos especialmente elevados y grandes aglomeraciones. De hecho, no suelen gustarle, pero todo pareció borrarse mágicamente el día del concierto de Lola Índigo en el Estadio La Cartuja: “Estuvo todo el rato de pie, cantaba todas las canciones, no se asustaba de nada... Su cara era de felicidad, aplaudía y movía las manos, y eso significa que está muy, muy contento”. Al final del espectáculo, pudo conocer a la cantante y conversar unos segundos con ella, un ejemplo más de que las barreras no son obstáculos, sino metas, y de que los sueños pueden cumplirse si se desean con la fuerza necesaria.

Jaén