A contrarreloj para evitar el derrumbe en la calle Vicario

El Ayuntamiento espera que en una semana se pueda abrir la zona

15 mar 2018 / 08:57 H.

Digno de una película de terror, el interior de la casa que amenaza con venirse abajo en la calle Vicario está lleno de chismes, muebles buenos venidos a menos, una moto de juguete de bebé llena de polvo, ropa, platos, lamparas que cuelgan sin dar luz... “Es enorme, tiene, por lo menos, veinte habitaciones”, explica un vecino que tuvo la oportunidad de entrar. Y es cierto, como pudo comprobar este periódico. Lo que le faltaba al inmueble, para imponer respeto, son los agujeros que hacen los obreros contratados por el Ayuntamiento para evitar que avance la ruina que se cierne sobre el inmueble desde que, el pasado 28 de febrero, el tejado y parte de la pared salió volando y, milagrosamente, cayó en la vía pública, una arteria de metro y medio de ancho, sin causar heridos. La intervención consiste en ir demoliendo hacia dentro y de arriba abajo. Es decir, se descargan las plantas para que no pesen y los escombros caen en la habitación más grande del piso inferior. El concejal de Mantenimiento Urbano, Juan José Jódar, reconoce que es un riesgo para la integridad de las personas pasar por allí y pide encarecidamente que nadie lo haga. La Policía Local está apostada allí, precisamente, para evitarlo. El edil, encargado de asegurar el inmueble, por orden de la Gerencia de Urbanismo, confía en que, en una semana, la zona quede expedita para los peatones.

La que más suerte tuvo cuando ocurrió este accidente, que se veía venir como explican los que viven en el barrio de San Juan, es Laila Roldán Akki, una joven embarazada y que está de alquiler justo enfrente de la desvencijada casona de la calle Vicario. Es la principal afectada por esta situación y, desde hace 48 horas, las mismas que lleva una máquina “empotrada” en la puerta de su hogar, busca soluciones desesperadamente. “Alguien de la obra llamó al alcalde (Javier Márquez) y se supone que mañana (por hoy) me dirán si hay otra casa disponible que me proporcione el Ayuntamiento. Lo que he hecho estos dos días es que, cuando llegan los trabajadores por la mañana me voy y hago tiempo hasta las siete de la tarde, cuando retiran la grúa y puedo entrar a mi casa. Estoy preocupada porque la vivienda de enfrente tiene riesgo de caerse, si no es ahora, más adelante”, relata. Por el momento, confía en que le den una respuesta satisfactoria los responsables municipales y guarda para más adelante la opción de coger su colchón y plantarse en la sede del Gobierno local, en la Plaza de Santa María, para que alguien de la Administración local le diga, finalmente, donde puede dormir tranquila. Francisco Castro, presidente de Torre del Concejo, la asociación que tiene su ámbito de influencia en esta parte del casco antiguo, quiere echarle una mano, aunque lamenta que el caso de Laila no sea extraordinario. Con lo ocurrido con esta última casa aflora, a su juicio, el acuciante problema de infravivienda que hay en el casco antiguo. “En la calle Vicario hay cuatro casas en la misma situación de abandono y ruina, solo hay que hacer cálculos para hacerse una idea de las que existen en total”, reflexiona. Y eso por no hablar de los solares. En la vecina Plaza de Rosales, que está mucho más cuidada, hay inmuebles con problemas de humedades, como la propia sede del colectivo vecinal, y las filtraciones están a la orden del día en otras calles como Elvín, donde se iba a construir un observatorio y también una almazara escaparate en la parcela que la corona, de titularidad municipal, sin que haya cuajado proyecto alguno. Lo máximo a lo que aspiran ya los residentes es que, por lo menos, se limpien los solares para evitar la proliferación de roedores, la acumulación de agua cuando llueve y el peligro de incendio, cuando la maleza se seca. El cabreo, no obstante, vuelve a extenderse en esta parte del casco urbano, que iguala su gran encanto a su deterioro, y el presidente de la otra asociación del barrio, Juan Carlos Cruz, ya planteó la posibilidad de organizar movilizaciones e, incluso, cortar la Carretera de Circunvalación, para, de esta forma, lograr que, de una vez por todas, alguien haga algo por salvar el lugar donde vive.