50 años sin el Cervantes: “Éramos princesas en el palacio”

La memoria intacta de dos de las cuatro hermanas que vivieron en el Teatro

26 mar 2023 / 12:41 H.
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No eligieron el lugar en el que les tocó nacer y tampoco fueron ellas las que tomaron la decisión de abandonar un edificio histórico que acabó con la fisonomía de un rincón representativo de la capital y derribó una gran parte de la memoria de Jaén. Juana y Enriqueta López Carrascosa son dos de las cuatro hermanas que tuvieron el privilegio de vivir en el recordado Teatro Cervantes. Hoy, cincuenta años después de aquella dolorosa demolición, relatan cómo fue su infancia y su juventud entre aquellas grandiosas paredes. “Nos sentíamos princesas en el palacio”, dice una. La otra asiente con la cabeza.

Su padre, Enrique López López, cogió el testigo del abuelo Félix como conserje de uno de los espacios culturales con la platea más grande de España. Diseñado por el arquitecto malagueño Manuel Rivera, fue construido en 1906 en tiempo récord. Se inauguró el 26 de septiembre de 1907 con la representación de “Sancho Ortiz de las Roelas”, de Lope de Vega, y “El viejo celoso”, de Miguel de Cervantes. Era una esquina modernista con una decoración ilustrada por ventanales, arcos y molduras coronadas por una impresionante bóveda que regalaba una estampa única a una gran manzana. Tres plantas, distribuidas entre los palcos, el anfiteatro y general, terminaban en un techo cubierto por una magistral pintura y un telón de terciopelo de auténtico lujo. Datos técnicos: 436 butacas, 136 asientos de palco, 218 de anfiteatro y 350 de general, un aforo de 790 plazas para una población, entonces, de 28.308 habitantes de la capital de una provincia poblada por 524.526 jiennenses. Lo mejor de la época pasó por el Teatro Cervantes, no había cartel nacional que no pisara Jaén.

<i>En el centro, Félix López, el primer conserje que tuvo el Teatro Cervantes, quien cedió el testigo a su hijo Enrique, el niño que hay de pie a la izquierda de la fotografía / Álbum familiar.</i>
En el centro, Félix López, el primer conserje que tuvo el Teatro Cervantes, quien cedió el testigo a su hijo Enrique, el niño que hay de pie a la izquierda de la fotografía / Álbum familiar.

Juani y Queti, como son conocidas las protagonistas de esta historia, recuerdan aquellos maravillosos años en los que crecieron en la última planta de tan singular edificio junto con sus padres, Isabel Carrascosa y Enrique López, y sus dos hermanas, Felisa —Lili— y Rosario, la gran cantaora Chari López, tristemente fallecida. “El teatro era una joya, pero pasó lo que pasa en Jaén, que se quitan las cosas y nadie protesta”, señalan casi al unísono. Nunca olvidarán aquel día que salieron los seis de aquella elegante casa prácticamente con lo puesto. “Mi padre no quería que nos lleváramos nada de allí, porque no era de nuestra propiedad, así que dejamos un baúl lleno de argumentos, esos folletos en blanco negro y en color que daban con información de los artistas. La verdad es que yo cogí unos cuantos y los guardo con mucho cariño”, relata Queti. Algunos se muestran en este reportaje, documentos para la historia que se salvaron de los escombros. “Mi madre lo único que dijo es que este era nuestro destierro”, subraya Juani. La mirada lo decía todo. Se emocionan al echar la vista atrás, un tiempo en el que fueron felices y, en cierto modo, diferentes a las niñas de aquella época. Eso sí, la última planta estaba llena de gente siempre, compañeras del colegio que no se querían perder las funciones y aquella onza de chocolate, con pan incluido, que Isabel preparaba para la merienda.

<i>Enrique López muestra el telón repleto de publicidad / Álbum familiar.</i>
Enrique López muestra el telón repleto de publicidad / Álbum familiar.

“Nosotras estábamos acostumbradas a vivir entre artistas como Lola Flores o Manolo Caracol. Recuerdo que, cuando vino la primera vez, me senté en la puerta de los camerinos para conocerla. Como éramos chicas nos dejaban entrar en todos lados, a veces nos escondíamos para ver ciertas cosas, porque existía la censura”, explica Queti. Cuando terminaba el teatro había cine y el padre las mandaba fuera de allí porque había escenas que no se podían ver. Cortaban aquellas en las que apenas asomaba un beso, una caricia, porque la amenaza de sanción pesaba sobre los hombros de quien osara sacar los pies del tiesto. “Recuerdo que Luis Aguilé trajo un espectáculo que era como una playa en la que salían unas artistas en bañador, y eso fue un escándalo. Cuando terminó, llamaron a mi padre para que se personara el artista y allí estaba esperándolo la Policía con la multa”, sonríe Queti.

La hermana, que es la mayor de todas, con 85 años tiene intacto el recuerdo del interior de un espacio escénico con todo detalle. Terciopelo granate eran las butacas y había una puerta privada para el palco del gobernador. Su padre, cada noche, revisaba con una linterna hasta el último rincón. Había gente que intentaba ver el espectáculo sin gastarse un céntimo y, a la hora de salir, no sabían cómo hacerlo. Otros se quedaban dormidos... De todo, como en botica. Los Ases Líricos, Mochi, Carlos Larrañaga, Amparo Rivelles, Paco Rabal, Antonio Machín... Estaban al día de la cultura, obras de teatro, conciertos, ópera y, por su puesto, películas. Hubo una ocasión, en los tiempos de Cantinflas, en los que se presentó un mexicano al que lo único que le faltaba era el sombrero. También acogía el Teatro Cervantes las fiestas de final de curso escolar. “Regalaban una tableta de chocolate y yo me colaba en la cola para llevarme una”, ironiza Queti López. Travesuras de niñas, de esas que nunca se olvidan, como los regalos que les dejaban los feriantes de la tómbola en señal de agradecimiento. Su padre les prestaba espacio para guardar las canastas que exponían en la Plaza de la Constitución y, antes de irse, dejaban una muñeca para cada una de sus hijas.

<i>El Teatro Cervantes derrumbado / Archivo Diario JAÉN.</i>
El Teatro Cervantes derrumbado / Archivo Diario JAÉN.

Allí, en el Teatro Cervantes, nació una estrella, la gran Rosario López, una embajadora de Jaén a la que el profesor de piano echó de clase porque sabía tocar casi como él. Por cierto, también hicieron de actrices en alguna que otra escena en la que reclamaban la presencia de menores. Siempre estaban las puertas abiertas. Sólo se bajaba el telón del Jueves Santo hasta el Domingo de Resurrección, un ir y venir de gente con largas colas como se aprecia en las fotografías. “Yo no me acuerdo por qué lo tiraron, no estaba arruinado, cierro los ojos y lo veo todo perfectamente”. Juani no puede evitar emocionarse. El mismo año que se produjo la demolición, donó un riñón a su hermana Chari. “He visto llorar a mi padre dos veces en toda mi vida, una cuando trasplantaron a mi hermana y otra cuando nos tiraron el teatro”, añade. Se trasladaron a vivir a Peñamefécit y estuvieron muchos años sin poder pasar por aquel rincón. Les queda el recuerdo, las vivencias y un chascarrillo que pasará de generación en generación. En el Cervantes no pagaban luz ni agua y, cuando se mudaron, el lema de su padre era: “Niña, apaga, que no estamos en el teatro”. Todavía lo dicen. Imposible derribar la memoria.

Jaén