Vivir en un pueblo

06 sep 2020 / 18:07 H.

Hace año y medio un buen amigo americano, John Hartnett, presidente de una empresa dedicada a “acelerar” empresas de alta tecnología para la agricultura, me invitó a cenar con unos amigos a su casa en un pueblecito llamado “Los Gatos” en la costa oeste de los Estados Unidos, aprovechando que había ido a un Congreso de Innovación en la agricultura en la Universidad de Santa Clara.

Los Gatos —que mantiene el nombre en español por los Jesuitas que allí vivieron, y que le cuesta pronunciar tanto a los americanos— es un pueblecito de unos 20,000 habitantes —que en realidad está diseminado— y rodeado de bosques y reservas por todos sus lados. Un lugar muy pequeño, repleto de naturaleza, lagos y bastante tranquilo. Un enclave paradisiaco donde que descubrí que vivían algunos de los personajes más influyentes de nuestra era, como por ejemplo el CEO de Nefrita, la compañía de cine en streaming de las que más ha subido en la bolsa de Nueva York en la pandemia, y que disfrutaba aquella tarde de un partido de fútbol de su hijo en el campo público que tenia el pueblo. Todo eran pinos y zonas verdes y casas que parecían integradas en plena naturaleza. Un bar de pueblo, muy sencillo y familiar nos acogió para cenar. Mi amigo y su familia me explicaban la calidad de vida que tenían en Los Gatos.

Y, además, cómo en apenas un radio de 40 kilómetros se habían establecido más de 20 compañías de alta tecnología porque allí encontraban la calidad de vida para sus empleados (Hewlett Packard, Oracle, Apple, etcétera). Y en apenas 100 kilómetros había la mayor zona de innovación que hay en el mundo , el Silicon Valley.

Calidad de vida e infraestructuras tecnológicas —fibra óptica de alta capacidad, movilidad no contaminante, educación de primer nivel para los niños, buen acceso a los servicios sanitarios, calidad del aire, del agua, actividades deportivas, culturales, club de relación social...—. Era un sitio ideal para vivir. Era como volver a las esencias, pero además con la ayuda de la tecnología, la creatividad , la innovación y con buenos servicios . Ahora que nos enfrentamos a la conquista de la “nueva normalidad”, expresión preocupante donde las haya, quizás pase por el regreso a lo esencial, el retorno a aquellos valores inmutables, a los que tanto tiempo llevamos dando la espalda, en aras de una modernidad mal entendida y peor administrada.

La covid y la vuelta a las esencias. En la Quinta Regla de la Primera Semana de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, el fundador de la Compañía de Jesús dice: “En tiempo de desolación nunca hacer mudanza”. Claro que el bueno de Ignacio nunca conoció una desolación parecida a la que la covid supone para una sociedad planetaria, que arrogante y temeraria llevaba décadas en una huida desenfrenada hacia adelante, abandonando, cuando no despreciando, aquellos valores estructurales, que nos permiten afianzar y consolidar cualquier avance. La pandemia nos está demostrando la fragilidad de nuestra arrogancia y hasta que punto la altanería con la que transitábamos por el siglo XXI, tiene los pies de barro. La covid está poniendo boca abajo nuestros modelos sociales, económicos, laborales, o educativos, hasta el punto de que la historia de la Humanidad se podrá estudiar antes del coronavirus y después del coronavirus, porque no parece que quepan muchas dudas, de que nada volverá a ser igual. Ha sido un Cisne Negro, está siéndolo para la humanidad entera, y desde luego para las sociedades occidentales tal y como las conocemos.

Es cierto que nuestras sociedades han vivido grandes turbulencias históricas, siempre tratando de cambiar todo para que nada cambie, sin embargo el desafío actual nos obliga a la voladura del axioma de Lampedussa, porque o nuestra sociedad cambia, y lo hace profundamente, o se enfrenta a un futuro muy incierto. La inteligencia combinada con la habilidad manual, la creatividad y la cooperación, han generado progresivamente una poderosa tecnología y una cultura protectora, que han resultado decisivas para el dominio humano del planeta. El hombre ha sido un animal esencialmente creativo y esa relatividad al combinar los tres factores anteriores, le ha dado gradualmente un poder sin igual en el planeta que vivimos.

El problema es que desde hace demasiado tiempo hemos cultivado e incentivado un modelo de crecimiento humano cuantitativo y depredador, creyendo que ese patrón no tenía vuelta atrás. Lo cierto es que hasta ahora las sucesivas macro crisis bélicas o económicas, parecían dar la razón a ese modelo; sin embargo, este virus nos está demostrando hasta que punto estábamos equivocados. Y parece ser la antesala de otro desastre que se está consumando: El Cambio Climático. Es muy probable que solo superemos esta pandemia aumentando nuestra humanidad y nuestra cultura, mejorando la inteligencia, la moral, la sabiduría y sobre todo recuperando y extremando el respeto y cuidado de la naturaleza de la que procedemos y dependemos. La victoria en esta pelea no se conseguirá con la depredación y si por la convivencia; la tecnología y la economía, que han sido las herramientas de la primera, deben serlo también de la segunda y para ello, es imprescindible que acertemos a combinar ambas, con un regreso a los valores esenciales que esta crisis está aflorando en entornos no tan urbanos y en actividades relacionadas con la producción de bienes tangibles, olvidados y claves, como los alimentarios.

La pandemia que enferma nuestra salud y ataca nuestra economía, está aflorando otra serie de tensiones, originadas en los desequilibrios económicos, el desarraigo y la confrontación entre valores tradicionales y modernos. Quizás este salto en el vacío que estamos experimentando, sea la oportunidad de replantearnos nuestro modelo de vida buscando la sencillez, la sostenibilidad y la inteligencia. Un modelo en el que la sanidad y la educación públicas y de calidad, el decoro en el cuidado de nuestros mayores, la dignidad de sus pensiones y el cuidado exquisito del medio ambiente, deben ser los pilares fundamentales de nuestras actuaciones. Con nuestro actual bagaje de conocimiento y tecnología, quizás el mayor avance que podamos emprender sea una combinación de ambos, con esos valores esenciales, donde la humanidad se ha refugiado en tiempos de tribulación y desconcierto. No se trata de un regreso al pasado, sino de combinar todo nuestro bagaje tecnológico, de investigación y de innovación, con esos valores que nos permitan una convivencia justa, a fin de alcanzar un beneficio global como sociedad.

De la ciudad a lo rural. Antes de la covid estábamos viviendo un curioso fenómeno, consistente en el éxodo de las ciudades a los pueblos los fines de semana y puentes, prueba de la bondad que supone vivir en el pueblo y la hartura de vivir en las ciudades, mientras que de forma inexorable, esos mismos pueblos se vacían, poniendo al borde de la desaparición una forma de vida, a la que ahora parece que giramos la mirada con una cierta envidia.

Ya deberíamos haber aprendido, el riesgo tan alto que se asume nuestra sociedad en su apuesta por sectores que no son productivos. El mundo rural permite invertir en productos o servicios perdurables y con menos riesgo. Supone más trabajo a más largo plazo pero también más seguro. Se trata, en suma, de volver a una economía de valores.

Volver al pueblo se está comenzando a plantear para mucha gente como una opción ya muy interesante. La vida rural se comienza a hacer atractiva. La crisis económica que se asoma ya por nuestra ventana y está a punto de derribar nuestra puerta nos trae también la necesidad de volver a lo básico; a lo esencial, a los pilares sobre los que se fundó la humanidad. Vuelven la agricultura y el cuidado de la naturaleza como un activo. Vuelve el trueque como actividad comercial. Vuelve la solidaridad vecinal. Y ahora con cambios que tienen que ver con la conexión de todos y cada uno de los vecinos, con el uso de los móviles, de las plataformas. La videollamada del hijo, del amigo, del familiar desde la otra parte del mundo. La formación en el móvil, en la tableta.. todo eso enriquece lo básico.

Posiblemente la covid nos haya situado ante el escenario de reconducir la actual desconexión medio rural-medio urbano y de reconciliarnos con nuestro entorno y con nuestras raíces, aterrizando en medidas concretas que nos permitan actuar desde lo local y lo cotidiano; eso pasa por luchar por la defensa de la tierra, la defensa de nuestro medio rural desde el medio urbano, pasa por la soberanía alimentaria, por apostar por una producción local, justa y sana, que mantenga firme la red que nos conecta con nuestros orígenes. De este modo, se generarían cambios automáticos en nuestros modos de vida y consumo, que nos harían más felices al tiempo que serían generadoras de estabilidad en nuestro medio rural.

Y volver a tus esencias significa que te empoderas, que coges las riendas de tu vida nuevamente, que vuelves a encontrar la luz y el propósito que te mueve. Todos los meses de Septiembre o los primeros de año hacemos un ejercicio de volver a nuestras esencias, de retomar nuestras vidas con los que consideramos mejor , o más anhelamos. Ahora mucha gente se plantea que volver a sus esencias significa volver a su pueblo. Volver a aquello que le hace sentirse seguro ante la incertidumbre: Allí encuentra recuerdos, alimentos, bienestar, solidaridad, amistades que dejó, afectos que hicieron mella, lugares de aprendizaje y formación. Lugares que nos traen olores, sabores, sonidos, caras, arrugas, árboles... agua, luz, sombras.

Si no somos capaces de entender este trascendental momento, perderemos el tren definitivo, el tren que todavía nos genera un halo de esperanza ... Si lo perdemos, el futuro se nos irá complicando aún más, porque como decía Gabriel García Márquez, “No tenemos otro mundo al que podernos mudar”.

España tiene muchos pueblos como el pueblo de Los Gatos en Estados Unidos. Quizás falte infraestructura tecnológica. Me consta que las autoridades trabajan para mejorarlo. Pero Jaén que es la provincia con más superficie de espacios naturales de España es una joya como paraíso natural. ¡Su esencia es tan reconocible para todos nosotros! Volver a las esencias del espacio rural de Jaén es una tentación enorme para mucha gente. Y es una oferta nada despreciable para los que reconocen a Jaén cuanto que la visitan.