Viaje de Martínez Montañés

La ciudad de Sevilla acoge, hasta el próximo 15 de marzo, una exposición única e irrepetible de algunas de las obras del alcalaíno, considero por algunos tratadistas como “maestro de maestros”

05 ene 2020 / 12:01 H.

Hasta el 15 de marzo del recién nacido 2020, puede contemplarse la muestra única e irrepetible de la mayoría de las obras maestras del alcalaíno Juan Martínez Montañés (Alcalá la Real, 1568- Sevilla, 1649). Un jiennense, considerado por muchos tratadistas del arte “maestro de los maestros”, tal como titulan la exposición hispalense de modo que, en el campo de la escultura fue uno de los que mejor define la transición del Renacimiento al Barroco gracias a la influencia de su maestro, también alcalaíno, el imaginero Pablo de Rojas. En la figura del Lisipo Español, se consigue la capacidad de levantar un territorio artístico personal, poniendo toda la intensidad de creatividad personal al servicio de la fe y de la belleza. En el Museo de Bellas Artes, las salas quinta y la reservada para las exposiciones temporales ambientan, gracias a su anterior uso de templo conventual, las 44 esculturas y relieves del genial artista, coadyuvadas con una exquisita ubicación para ser contempladas y una iluminación muy sugerente. Completa la exposición hasta 58 obras, pertenecientes a su contexto artístico de la Sevilla del Dios de la Madera, con las obras de Valera, Pacheco, Gaspar Núñez, Herrera y otros.

Se echa de menos una introducción documental y biográfica de su etapa de la infancia y aprendizaje en tierras alcalaínas y, granadinas, con su maestro Pablo de Rojas, donde aprendió los modelos iconográficos de los santos, Virgen, Niños Jesús, Jesús Nazareno, y Crucificados. Así lo manifestaba, en su tiempo, el propio Pacheco refiriéndose al Crucificado de marfil para el conde de Monteagudo, esculpido en 1580, que luego sublimará Montañés con sus obras sevillanas de este modelo iconográfico. Toda la exposición se encuentra centrada en su etapa sevillana, donde han aparecido la mayoría de las obras descubiertas o atribuidas, entre los cuadros majestuosos de Roelas, Herrera, Zurbarán y Murillo que cuelgan de las paredes del extinto templo. Muy bien distribuida para el conocimiento y estudio de la obra montañesina, la exposición se inicia con una sección, que coincide con los pies y el cuerpo del antiguo templo conventual, donde se exponen los primeros retablos o conjuntos más notables de San Isidoro del Campo y San Leandro, así como algunos encargos privados. De tierras de Santiponce, proceden varias imágenes del retablo mayor del monasterio cartujano, los sepulcros de sus fundadores y las pequeñas figuras del retablo de la capilla eucarística del Reservado; del retablo de San Leandro, recoge el programa iconográfico de la exaltación de la genealogía de san Juan Bautista y Jesucristo mediante las imágenes de su principales miembros, y los relieves de la escenas de San Juan en el desierto y el Bautismo de Jesús sin olvidar la presencia de varios ángeles atlantes y la cabeza degollada de San Juan Bautista, en la doble versión del escultor alcalaíno y de Gaspar Núñez; del convento franciscano de Santa Clara, los santos Juanes y San Francisco, restaurados contrastan y resplandecen frente a la exposición alcalaína. En el segundo tramo, correspondiente al crucero y presbiterio, destacan las muestras más importantes de su excelente producción artística desde su primera obra localizada tras el examen de maestro de escultura y arquitectura, cual fue el majestuoso San Cristóbal, en el que se puede contemplar desde diversos ángulos el perfecto estudio de fuerzas y equilibrios que lo acercan a los genios universales con la figura del santo y el Niño Jesús. En un contexto introductorio con cuadros que incitan a la devoción por parte de las manos pintoras de Pacheco y Varela y el retrato montañesino de Francisco Varela, atribuyéndole el falso origen sevillano, desde Santa Catalina a Santa Teresa, pasando por san Agustín y lo santos jesuitas san Ignacio y san Francisco de Borja, se encuentra un rincón devocional que refrenda su huella en la imaginería de los grandes santos, patronos de órdenes religiosas y exponentes de la mística del siglo XVII. La figura de San Jerónimo, partiendo del barro cocido de Torrigiano, se complementan con las que fueron fruto de su gubia en Santiponce y Llerena, donde impresionan y anuncian otros modelos iconográficos como el de Santo Domingo de Silos, recogiendo el ambiente ascético del Siglo de Oro.

En la sala reservada para exposiciones temporales, abundan sus aportaciones más importantes dentro de la iconografía sevillana con el Niño Jesús del Sagrario de la Catedral de Sevilla, la serie de la Inmaculada Concepción haciéndose eco de ese momento de este dogma mariano trasplantado al intimismo del creyente moderno. Y, sobre todo, destacan las imágenes de los Crucificados, bellamente complementados con obras de su entorno para una mejor comprensión del tratamiento peculiar montañesino. Como en la exposición alcalaína se echa en falta la presencia de una imagen nazarena, así como alguna muestra de su producción para tierras americanas, que complementarían esta excelente exposición del ilustre imaginero alcalaíno. No obstante, la presencia del Cristo de la Clemencia y la Cieguecita, resaltan en un contexto enriquecido con la presencia de los Crucificados de los Desamparados y de Santa Clara. Y la Inmaculadas del san Andrés, san Julián, Pedroso y Santa Clara.

La gran labor de conservación y restauración de muchas obras, entre ellas de las expuestas el año anterior en Alcalá la Real, han enriquecido la exposición y es aliciente para su visita, ya que significan un excelente punto de partida para el estudio de su obra, sobre todo las de las imágenes del monasterio de Santa Clara, ya que permiten contemplar la extraordinaria calidad y belleza del maestro alcalaíno. Además, el acercamiento al espectador que se percibe en tablas de retablos, como los recién restaurados de la iglesia de la Anunciación resalta en la expresión pictórica que le aportaron entre otros su paisano Gaspar de Regis, el pintor Francisco de Pacheco y Baltasar Quintero, firma recién descubierta n el retablo del monasterio de San Leandro.

En esta muestra no se ha olvidado la producción no religiosa con lo que se complementa a la exposición alcalaína como las figuras de Guzmán el Bueno y María Alonso Coronel, ni el san Juan Evangelista del museo de Valladolid, ni la etapa trágica con algunos elementos del retablo de la iglesia jerezana de San Miguel por la presencia de las imágenes de San Pedro y San Pablo y varios ángeles, que recogen momentos importantes y etapas que influyeron en la vida de Montañés como la peste sevillana de los años cuarenta del siglo XVIII. La Virgen de Cinta de la catedral de Huelva, San Bruno de la Cartuja de Sevilla, y otras obras atribuidas como las de la iglesia de la Magdalena no podían faltar a la cita museística, así como las del propio museo de Bellas Artes de Sevilla, procedentes de colecciones de otros conventos. Tampoco están ausentes Alonso Cano ni Juan de Mesa, el maestro abrió la senda de muchos artistas, de las que se hace eco esta exposición. Una muestra que como pretenden los organizadores. Las cotas alcanzadas por el artista lo convierten en maestro de maestros, cuyo principal discípulo fue Juan de Mesa. Esta exposición constituye una oportunidad única de profundizar en su vida y su obra en la génesis del Barroco en Sevilla.