Torredonjimeno es mi vida

28 jun 2020 / 14:15 H.

Es cierto que la vida se vive. Pero, ¿Se vive lo mismo en una gran ciudad que en “tu” pueblo? Pues va a ser que no. He tenido la suerte, por mi profesión y porque me ha gustado mucho viajar, de conocer ciudades de toda España y de gran parte de Europa. Esa ansiedad por conocer otras ciudades, ¿por qué está latente en nuestro cerebro? Moverse de aquí para allá nos enriquece cultural, artística e históricamente... Pero cuando empiezas un viaje, siempre tiene un fin, momento en el que volvemos a nuestro origen, nuestros edificios, nuestras coordenadas geográficas, nuestras esquinas donde quedábamos con nuestros amigos: “en la escalera del parque, a tal hora”; “en los futbolines de Ramón, sobre las 12:00”; “en la puerta del matiné sobre las tres y cuarto (la sesión empezaba los domingos a las tres y media y eso de las 15:30 quedaba muy cursi)...

La localización geográfica en nuestro entorno, en el entorno de un pueblo, es muy relevante. Tiene una carga de vivencias de aquellos abuelos que pisaban las uvas, sus uvas; que llevaban su aceituna a las fábricas que molturaban, y siguen haciéndolo; abuelos que, con su reata de mulos por las calles, acercaban los haces de trigo y cebada a las eras, situadas en el ruedo. Topicazo, pero bendito sea: Vid, Olivo y Cereales. La Geografía, la Historia, esas Ciencias Sociales, tan estudiadas y tan maltrechas. Para mí, la localización geográfica, el estado de conformidad y seguridad que nos insufla el aire que respiramos, el aire de Las Quebradas, del Calvario, del Parque Municipal, de Las Celadas o del entorno del Molino del Cubo... esa ubicación tan local, es mucho más relevante de lo que parece. De ahí que siempre que emprendemos un viaje a conocer grandes ciudades como Florencia, nos podamos acordar de nuestras calles en Semana Santa; en París, te puedes sentir embaucado, hasta con el síndrome de Stendhal, pero echando de menos el recorrido de nuestros bares preferidos, sus tapas, sus cafés...no digamos nada si el viaje te lleva a Estambul... allí, por razones obvias, nos acordaremos de ese “resó” de Luisa, tan cargado de café y anís jiennense, pero suavizado con la hierba luisa...

Nuestra mente, la de verdad, el disco duro más potente del mundo, tiene creada, de manera intrínseca, una tarea sublime y que sabe ponderar la calidad de lo que hemos tenido, tenemos y queremos seguir teniendo. Nuestro ámbito geográfico, nuestro-mi pueblo, se circunscribe dentro de una bola, no tan grande como la del mundo, pero sí con mucho más valor, con más peso específico en un entorno de perímetro amplio que nos sitúa, desde la entrada por la carretera de Córdoba, visualizando la Torre de Alcázar enfilada con la de Benzalá, el cruce de “Valeriano”, Fuencubierta y la Ermita de Consolación. Este deleite te cambia el estado interior, aparece el enamoramiento, ese de las mariposas en la barriga. La memoria almacenada sigue, a lo largo de los siglos, y cuando vienes de Martos, miles de olivos verdes te orientan, te sitúan por dónde y hacia dónde vamos; eso sí, siempre con la Peña de referencia. Suspiramos cuando vemos “Bernal” y la otra Ermita, la de San Cosme y San Damián.

Por último, el valor que te marca mucho más, esa memoria histórica que perdura a la de las máquinas, entrando a nuestro pueblo, a tu pueblo, al pueblo, es la ruta viniendo de norte-oeste. Nuestros padres, de siempre decían que a su vuelta de Francia había dos referentes claves que ya te conectabas con “los tuyos”. Pasando la frontera, a lo largo de esos campos de Castilla, para ellos (y, por ende, para mí también) la referencia era el Toro, como símbolo de Iberia, de belleza animal y natural, entremezclando esas dehesas con esos campos de Antonio Machado, dejando ver cereales, viñedos y olivos. La otra referencia de identidad que sí que ponía en valor al pueblo de Torredonjimeno, era la fábrica de cemento. Ellos, nosotros..., pero no nuestros hijos nos identificábamos con este complejo, parte de nuestro ADN y de nuestro DNI. En contraposición, viendo la fábrica nos acordábamos que había pasado otro año sin Feria de San Pedro. Conclusión, he sido, soy y seré pueblerino, de “mi pueblo” y, mucho más en época de pandemia: Torredonjimeno es mi vida.