Los riesgos de la ruta

Once integrantes del Club de Montaña Aznaitín aprovecharon las últimas nevadas para hacer la ruta al Pico Gilillo, en Cazorla, que no pudieron culminar por la peligrosidad, el riesgo de resbalar y la falta de crampones

12 mar 2016 / 20:34 H.

Conocedores de las nieves recién caídas en la cercana sierra de Cazorla y aprovechando una ventana de buen tiempo, un grupo de once miembros del Club de Montaña Aznaitín decidieron, en el puente de Andalucía, disfrutar de la montaña, la naturaleza y el espectáculo del manto blanco. “Barajamos distintas opciones y nos decidimos por esta ruta, ya que pensamos era la más asequible para realizar con nuestros vehículos —turismos normales— y por que aunque al Gilillo existen distintas formas de hollar su cumbre, esta en concreto era relativamente fácil y corta”, relata Rafael Muñoz, uno de los montañeros.

La mañana comenzó un poco accidentada ya que había placas de hielo antes de la llegada a Riogazas, lugar donde tenían pensado aparcar los coches e iniciar la ruta. Ante la adversidad, pusieron las cadenas y dieron la vuelta un par de kilómetros para dejarlos aparcados en lugar seguro. “Había que andar un poco más pero, solventado este inconveniente, se veía que la mañana prometía”, reconoce. Conforme iniciaron la subida por el sendero bien señalizado, la nieve apareció y el camino desaparecía de la vista. “Hay que tirar de GPS cuando esto sucede, para no perderse y llevar el track guardado como precaución, aunque conozcamos la zona”. La mañana era fría pero no en extremo. Sin embargo, conocedores de lo que puede pasar, llevaron en sus mochilas ropa de abrigo para utilizar el sistema de capas para abrigarse y la ropa de calidad transpirable, unos buenos guantes, gorro y botas goretex. “Son la diferencia de disfrutar un buen día o pasar un calvario”, bromea el montañero Rafael Muñoz. Conforme fueron ascendiendo, la acumulación de nieve crecía y absolutamente todo se tornaba de color blanco, árboles, piedras, todo. “La sensación es indescriptible, te quedas absorto en cada detalle, en cada forma y prácticamente no avanzas sin parar de fotografiar”.

En la parte más alta la progresión, la ruta se tornó más complicada ya que empezaba la “nieve inglesa”. Esa es la forma de llamarla cuando hay más de medio metro de espesor y te llega a las ingles. “En estos casos, siempre, los que están más acostumbrados abren huella ya que es un trabajo a veces extenuante. Una vez cerca de la cumbre, a sus pies decidimos no realizar el tramo final, de unos cuarenta metros de altura, ya que conllevaba cierto peligro de resbalo y no todos llevábamos crampones, así que optamos dejarlo para otra ocasión”, reconoce.

Comieron al lado de una caseta ruinosa, rápido porque el frío se hacía intenso conforme la tarde se hacia notar. La vuelta, por el mismo sitio. “Aunque salgo con cierta frecuencia a la montaña y he realizado ya varias rutas en similares condiciones, la nieve siempre atrae y sorprende gratamente”, concluye.