“Lo que más me gusta es poder ayudar”

Miguel Montaraz trabaja desde joven en el cementerio y asesora a los familiares

    28 jun 2020 / 14:15 H.

    Castellar se encuentra ubicado en una de las cimas de la Sierra del Oro, comarca de El Condado, noroeste de la provincia de Jaén. A setecientos cuarenta y nueve metros sobre el nivel del mar se alza la Colegiata de Santiago, del siglo XVII. En uno de los callejones contiguos al monumento está el Bar Luis. Su propietario, Juan Luis Moreno Berzosa tiene 26 años y, después de varios años formándose, dentro y fuera del país, decidió volver a Castellar y continuar un negocio familiar de varias generaciones. “Me bajé a Santisteban de Puerto a estudiar Bachillerato porque aquí no hay, en el instituto se llega hasta cuarto de la ESO. Luego me fui al Puente del Obispo a estudiar hostelería, el curso de Maitre. Vivía en Úbeda e iba en autobús todos los días. Ahí me dieron la beca Leonardo Da Vinci y me fui a Dublín donde hice prácticas durante un verano como camarero. En el segundo año de estudios me fui a Valencia también durante el verano porque en la escuela te dan un dinero para que te busques tú la vida. Después de eso me fui a Mijas Costa a estudiar Sumillería y allí también eché el verano de prácticas en Marbella, trabajando en un restaurante de Estrella Michelín. Me volví aquí al pueblo y luego me fui una temporada a Madrid a trabajar en otro restaurante, pero el ambiente de Madrid no me gustaba, mucho ajetreo”, comenta.

    Sin embargo, no le convenció los términos en los que trabajaba y decidió regresar a casa, al negocio familiar y labrarse un futuro en el que fuese su propio jefe y dueño de su destino. “Ahora el bar lo estoy llevando yo desde hace un año y pico porque mi padre está de baja. Con mi madre, mi tía y mi hermana lo llevamos adelante. Ahora estoy contento de estar aquí, tranquilo. Ahora en verano se trabaja más, pero estoy contento. Desde ayer está viniendo bastante gente por aquí, se prevé que va a haber más jaleo que en otros veranos. De momento pienso quedarme aquí, ya tenemos el negocio montado y va bien, ¿a dónde voy a ir ahora?”, explica el joven que tiene claro que su futuro se encuentra en su pueblo.

    Y es que, a pesar de viajar y estar en diferentes partes del mundo a lo largo de los últimos años y haber aprendido en diferentes rincones, una vez tuvo la oportunidad de establecerse decidió que como en casa ni existe ningún otro sitio. Y allí, su objetivo es seguir creciendo y vivir su sueño con tranquilidad y felicidad mientras sigue con el negocio de la familia.

    Santisteban del Puerto es la capital de la comarca de El Condado. Tiene cuatro mil cuatrocientos setenta y dos habitantes, una población que desde los años cuarenta ha descendido casi a la mitad. Miguel Montaraz Martínez, de veintiocho años, se quedo en el pueblo por un oficio que no muchos estarían dispuestos a ejercer. “Yo me salí de la escuela cuando tenía 16 años, al acabar la ESO porque no quería estudiar y ya siempre he vivido aquí. Empecé a trabajar en el cementerio enterrando a la gente, arreglaba las tumbas, ponía inscripciones, y yo les prestaba esos servicios a las funerarias, de manera particular. Mi padre también trabajaba en el cementerio y cuando él lo dejó, yo quería seguir trabajando allí. Y así estuve unos dos años”, comenta.

    Como él reconoce, no es un trabajo fácil ni sencillo y, desde luego, no todo el mundo está dispuesto a hacerlo en según que condiciones. “Después ya empecé a trabajar con la Funeraria Antonio y Daganzo. A veces es un trabajo desagradable porque yo he visto cosas muy graves y cosas naturales. Mi primer trabajo con ellos fue muy duro, tuvimos un aviso de un chico al que le había aplastado una Manitou. Nunca se me va a olvidar. Y aquí estoy, trabajando las veinticuatro horas, que en cualquier momento me llaman y me tengo que ir a donde sea. La empresa no solo presta servicios aquí, también en Bailén, en Castellar, en Vilches, en La Carolina. Mi trabajo consiste en prepararlos y arreglarlos, y, sobretodo, ayudar a la familia con los papeles. Lo que más me gusta es eso, ayudar a las personas”, reconoce.

    Un sentimiento noble y en el que deja claro que su vocación es la de poder guiar, la de conseguir que en momentos complicados las familias tengan asesoramiento y ayuda. “Son momentos muy duros en los que mucha gente se siente muy perdida y no saben ni qué hacer con sus vidas. Hay quien tiene la sangre más fría y sabe qué pasos dar pero hay otros que se quedan totalmente vacías, destrozadas. Y eso es lo que más me anima, cuando pienso que estoy ayudando a gente que lo necesita. Porque recogerlos es la parte más dura. Aún así, aquí se vive muy tranquilo y muy a gusto. La calidad de vida que tenemos no la tienen en una ciudad. Y además me gusta mucho el campo, yo no podría dejar mis olivas e irme así, de repente. Aunque deberían cuidar más a la gente joven para que no se vaya, invirtiendo y dando facilidades”, sostiene el joven.