La otra España vaciada

El cortijo Marrón, situado a los pies del cerro de la Acamuña, entre Alcalá la Real y Castillo de Locubín, veteaba de blanco los verdes olivares y los montes de encinar entre viñedos y hazas de mieses

24 nov 2019 / 12:26 H.

Están de actualidad las publicaciones del abandono de aldeas y de núcleos rurales, formados por concentración de varias caserías, cortijos, alquerías o villares, refiriendo que constituye el origen de la España vaciada. También, las viviendas solitarias y dispersas del mundo rural vienen sufriendo este abandono y coadyuvan al desarrollo de este fenómeno, paisajístico, demográfico y poblacional. Y, no son solo los cortijos, chozas, casas de retama o cuevas, sino lugares de la industria agropecuaria como los batanes, molinos, presas o norias de agua que se emplearon en los campos; los lugares de actividades agrícolas como eras, descansaderos, entre otros.

El cortijo Marrun es un claro testimonio de la otra España vaciada, que veteaba de blanco los verdes olivares y los montes de encinar entre viñedos y hazas de mieses. Situado a los pies del cerro de la Acamuña, estaba rodeado de una parcela de suerte de repartimiento real entre los conquistadores de las tierras de frontera. Junto al cortijo, se desmontó el terreno cercano de monte bajo, se roturaron las tierras y convirtieron su suelo en haza de pan comer, incluso una era culminaba todas las labores cerealistas; luego se convirtieron en tierras de viñedo, generalmente torrontés, y en los majuelos, de albariño y de todos los vidueños. Sus primeros vecinos levantaron en estos predios, primero, una casa de retama y un chozón del guarda de la era y del viñedo; siglos después la cubrieron de teja, y, en tiempos de la Ilustración con Carlos III, lo ampliaron cuando plantaron los primeros olivos de la zona.

Este cortijo, incluso se convirtió, en tiempos del Catastro de la Ensenada, en una gran mansión solariega, con varios cuerpos dedicados a la vivienda, y al primer molino de aceite y zumaque del término de Alcalá la Real, a un cuarto de legua, en la Camuña, compuesta de caballeriza, cuarto y cámaras. El molino se componía de una muela, que molía con una bestia 16 horas, día y noche, y el de zumaque con otra muela movida por otra bestia y que rentaba mucho beneficio. En su entorno, se laboraba una finca de noventa fanegas en el sitio de la Camuña, que se distribuía en una parte de viña de diferentes calidades, similares proporciones de olivar, nuevas plantaciones de plantones de olivar que no fructificaban por pequeños, y el resto de tierra de cereal.

No es de extrañar que la importancia de este cortijo radicara en el personaje que le dio el nombre actual, pues anteriormente estaba ligado a la familia alcalaína de los Tapia, por su primer matrimonio. Cuando levantó el cortijo, eran los tiempos en los que muchos edificios religiosos de la ciudad y de la Mota comenzaron a desmontarse y se vieron obligados a trasladarlos a la ciudad llana y a los cortijos. Los escudos, las lápidas con epitafios, los molinos de piedra, las vasijas, la rejería y la madera noble sirvieron de material constructivo para cortijos. El vecino francés afincado en Alcalá Santiago Batmala, padre del alcalde republicano don Pablo Batmala, compró y administró la finca y el cortijo desde finales del siglo XIX.

Este cortijo jugó un papel estratégico durante la Guerra Civil, como puesto de vigilancia del frente, desarrollándose un intenso combate con motivo de un avance de las fuerzas de Queipo de Llano hacia el Castillo por 1936. En la actualidad, estaba en posesión del hijo de una de las sirvientes de los Batmala, fallecido, que lo apodaban Antonio el de Marrón. Y, mantenía huellas de su vivienda del siglo XIX, y sobre todo, la reutilización de elementos constructivos de la ciudad monumental de la Mota y de otros conventos desaparecidos. El escudo con la cruz de Caravaca estaba relacionado con la familia y respondía a la cruz patriarcal de doble brazo sobre leño. Sus huecos de fachada y enrejado reflejaban una tipología urbana junto con la puerta presidida por el escudo que suele aparecer en las casas de las familias de los hidalgos alcalaínos. Los dos cuerpos de la casa simulaban otro tipo de construcciones urbanas de uso residencial y rústico. La parte anterior, a modo de recibidor, que hacía las veces de patio de entrada, estaba presidida por una fuente y un estanque con ornamentos reutilizados de la Mota y de otros conventos desaparecidos. En concreto una lápida, encontrada por Juan Antonio Marín y Sebastián López, rota en dos partes, respondía a un epitafio de San Jerónimo con unos versículos de Ad Monachum rusticum y con las siguientes frases Dives, qui no indiget pane, satis potens , qui non cogitur servire. Ambitiosa non es fames·. Un texto que se empleaba en los círculos de las escuelas universitarias renacentistas para el aprendizaje del latín. Era un aviso ante la ambición y riqueza como norma de la vida y un canto a la austeridad. Desgraciadamente, el cortijo de Marroun ha sufrido otro tipo de ambición, no la moral, sino la crematística y, en pocos días, los herederos y los compradores de aquel símbolo de la Acamuña no lo han mantenido en pie, como sí se conservan otros. Ha sido víctima de la picota, de la otra España Vaciada. Con su historia, sus linajes, su testigo de la industria agropecuaria. Ahora, es mejor quitarse los impuestos de un IBI que mantuvo por muchos años un paisaje agrícola de la Sierra Sur. Y no es el único caso, sino que se multiplica en otros lugares serranos de Jaén. El latifundio del olivar contribuye a la riqueza, es mar de olivos, pero sufre los desgarros de transformar el campo verde de motas blancas ya no podrá cantarse, como lo hacía Machado.