La Belle Epoque

Corrían los tiempos en los que los ambientes rurales se pasaban de los salones de bodas, casinos y entidades recreativas al fenómeno social de la diversión colectiva en las discotecas

27 ago 2017 / 11:04 H.

No hubo mejor nombre para nombrar a una discoteca. La Belle Epoque. Corrían los tiempos, en los que ambientes rurales se pasaban de los salones de bodas, casinos y entidades recreativas al fenómeno social de la diversión colectiva, en este caso en los nuevos locales de las discotecas. Como es lógico, comenzó la moda por las capitales de provincia y grandes ciudades y se extendió al resto de las poblaciones. Nació al socaire de las nuevas marcas discográficas que hacía su agosto con las canciones de verano, invierno y, si cabe el registro, de la canción año. Aconteció en los años comprendidos entre el final del franquismo y la transición. Sustituían un modo de divertirse, en parte controlado por el suprego establecido en sociedad de la posguerra en torno a los pilares tradicionales, para abrirse a nuevas formas y aventuras de relaciones grupales, En aquellos antros oscuros, con la estridencia de la música de máximo voltaje y los focos movibles y repartiendo ráfagas de rayos, el individuo podía diluirse en una masa coral y danzante, que tan solo dejaba resquicios de la soledad para los cubículos de los asientos que rodeaban la pista. A veces se han adentrado los artistas al costumbrismo más variopinto, singular y rural con la composición de obras en los más diversos campos del arte. Pero el fenómeno discotequero creó escuela e historia del ocio. Abrió horizontes a las parejas y a las personas solitarias, hizo compartir eventos que sobrepasaban a los entornos de las fiestas populares o familiares. Nació una nueva industria de servicios que tendió a romper los moldes del monótono salón de baile. Curiosamente, por estos primeros días de agosto tuvo lugar la presentación del libro local, pero con una dimensión de un fenómeno generalista “Memorias de la Belle” de Rafael García Medina. Si Camilo José Cela levantara la cabeza, con esta obra se encontraría con este fenómeno de expansión de la nueva libertad de los primeros años de la transición democrática dentro de la columna humana de una discoteca alcalaína, símbolo de las relaciones humanas imbuidas por la líbido y el thanatos, Por eso, es un fiel reflejo de los primeros pasos que en muchas ciudades y, sobre todo, en el mundo rural se dio en la libertad sexual, el mundo de la droga, el consumismo, el fenómeno de masas y la idiosincrasia de la nuevas diversiones. Sin olvidar, un lirismo introductorio y descriptivo que embauca al lector desde el comienzo de la obra, e incita a su tensión lectora hasta consumir el final de este paseo enmarcado con los estaciones del año en medio de las modas, olores, costumbres, modus vivendi y de pensamiento que invadieron pueblos como Alcalá la Real. Y todo tamizado por una redacción que deja asomar una socarrona ironía y muestras de un sano humor para paliar las rarezas de este mundo especial de la noche alcalaína.Su autor, Rafael García Medina, una persona autodidacta que se ha adentrado en los diversos campos del arte: desde la poesía hasta la pintura pasando por la música coral y la investigación local. Su intuición poética le movió a recoger en verso el alma de muchos rincones de la ciudad de la Mota, como lo ha hecho presente en varias poblaciones locales y en sus dotes de pregonero. También, inauguró un tema inaudito como fue la investigación del mundo de las campanas de las iglesias del municipio de laSierra Sur, a los que dedicó trabajo y años. Esta nueva aventura lo introdujo en la literatura vital, porque Rafael no escribe una novela de ficción, en la que los personajes son recreados. Son de carne y hueso, prototipos del mundo de la noche y del alterne, de la soledad y de la sublimación. Tampoco, son unas memorias idealizadas de un tiempo, que lo marcó como persona, a pesar de estar imbuido en el mundo de la noche lorquiana. Pues hay pasajes de escenas exóticas y singulares como las de una práctica de espiritismo, que sólo pueden ser relatadas si se ha estado presente desde el mirador de una barra del bar en una noche insólita y solitaria. Por eso, García Medina, no busca caricaturizar ni deformar a los numeroso actantes de su periplo literario, sino que los desnuda estéticamente con su ágil pluma. Rafael vivió y traspasó el umbral del diario de su armario en un relato reflexivo. Pues, describió descarnadamente a través de su testimonio personal el mundo del ocio nocturno, donde se agrupaban las pasiones humanas con todos sus vicios y defectos que comenzaron a expandirse por estos tiempos. El embrujo especial del autor de la Belle Epoque convierte en atractivo y en un libro de lectura de verano una obra local, símbolo de un periodo en el que comenzaban a nacer los aires de libertad. Muchas historias pueden nacer del mundo discotequero, lo importante es dar el primer paso. No era un lugar de encuentro pueblerino, sino que, a veces, se convertía en antro cosmopolita de pareceres y personas. Y esto ha hecho Rafael García.