Insectos

    15 dic 2019 / 11:45 H.

    Mi padre, durante los años que estuvo trabajando por la llanura y por los pueblos destruidos, recuerda con miedo las visitas del inspector. Cuando este llegaba, él se escondía detrás de su ropa y apretaba los ojos intentando hacerse daño con los párpados, cuestión esta que ya le habían asegurado que era imposible; después los abría muy lentamente hasta conseguir unas rendijas por las que filtraba la figura del inspector pensando que podía evitar su presencia a voluntad. Y le invadía este miedo a pesar de que él tenía escasa responsabilidad en el trabajo porque era simplemente buscador. Su labor era recoger y encontrar entre las ruinas aquello que le ordenara su jefe. Este, el primer día que se presentó, le dijo: céntrese en buscar cucarachas. Y aunque no estaban descritas las técnicas para la captura, mi padre desarrolló en poco tiempo las habilidades tanto a mano, esperando pacientemente durante la noche ante una miga de pan, como con trampas inventadas por él. La metodología del trabajo que estaban realizando consistía en atrapar cucarachas, dejarlas sin comida y que unas a otras se fueran devorando hasta que sobrevivían diez. Luego juntaban a los diez grupos de diez cucarachas sobrevivientes y quedaba un grupo campeón de diez. Cuando llegó el inspector escuchó a su jefe decirle con voz serena: si ustedes quieren algo que predomine sobre la destrucción, eso son las cucarachas. A lo que el inspector contestó con insolencia: usted ha infravalorado a las ratas. De nuevo el jefe respondió: las cucarachas llevan en la tierra trescientos noventa y cinco millones de años, las ratas únicamente veintitrés. El inspector esperando rebatirle dijo con satisfacción: el hombre dos millones y medio y se ha hecho el dueño. Y el jefe le respondió: el dueño a su manera. Y comenzó una serie de razonamientos anatomofisiológicos sobre las cucarachas que hicieron irrebatibles sus conclusiones. El inspector le ordenó recoger la oficina de trabajo, lo montó en el mismo coche que él y partieron con un destino incierto. El jefe se despidió de mi padre con un abrazo al tiempo que deslizaba en uno de sus bolsillos la caja con las diez cucarachas que habían sobrevivido a todas las selecciones. Días después llevaron a mi padre a una estación de ferrocarril en donde las vías del tren estaban oxidadas demostrando que no se usaban. Cada día esperaban más personas como él a que apareciera un tren y sus problemas quedaran solucionados. Día a día pensaba que es lo que tenía que hacer con las diez cucarachas. Sigue en la creencia de que ha podido contar la historia porque no las soltó en aquella estación. También es cierto que nunca ha abierto la caja para saber lo que ha pasado con las diez cucarachas aunque en ocasiones cree escuchar el ruido de sus patas.