Infancia sin paz

Más de tres millones de niños padecen la guerra en Siria. Pero esta situación no solo se padece allí. Seguimos embarcados en un mundo de guerras

02 oct 2016 / 11:27 H.

En el mundo hay muchas personas que no han conocido nunca la paz. Su vida se ha desarrollado solo en un entorno de guerra. Muchos niños están en esa situación. Lo hemos visto en nuestras televisiones cuando Omran mira a la cámara rescatado de los escombros de la que fuera la vivienda de su familia tras los bombardeos. Con el rostro ensangrentado y cubierto de polvo, Omran no conoce un solo día de paz. Su cara de inocencia no puede entender lo que está pasando a su alrededor. Con sus cinco años, solo conoce el desastre de la guerra, y como él más de tres millones de niños que nacieron antes de que estallara el conflicto de Siria. De estos, unos 151.000 nacieron ya siendo refugiados.

Pero esto no solo ocurre en Siria. En Colombia muchas personas han vivido más de 50 años en guerra. Una maravillosa tierra, de gentes amables y felices, cuyos ríos se llenan de sangre, donde los niños tratan de construir un recuerdo con historias en que las armas no sean las protagonistas.

La guerra siempre se ha contado desde la perspectiva de un adulto, sin que se le pregunte al niño o a la niña. Se piensa que los únicos afectados son los grandes y se olvida que los niños crean sus propias historias fantásticas para encontrar un lugar de escape de la realidad. Un ejemplo de ello lo podemos ver en la afamada película “La vida es bella”. En la realidad colombiana desde 1985 al 2012, más de 2.520.000 menores de edad fueron desplazados forzosamente y tuvieron que recurrir a vivir en la miseria o en el delito. Por eso, vemos con esperanza el actual acuerdo de paz en ese país. Tampoco han conocido la paz los niños palestinos o saharauis que viven privados de su tierra. Y muchos otros, alrededor del mundo, que son incluso reclutados como niños soldados o sometidos a abusos y explotación sexual en el entorno de un conflicto armado. Es difícil vivir entre bombas y entre escombros sin entender por qué tu vida no puede desarrollarse en un ambiente tranquilo y seguro. Es difícil no conocer otra realidad que la destrucción y la muerte. Menos cuando eres niño y no comprendes lo que ocurre.

Los niños son niños y todo lo reconducen a sus juegos y a sus fantasías. Lo que no entienden lo transforman en imaginativas historias. Pero esa infancia, que debería ser feliz, se transforma en una sucesión de extrañas sensaciones. Lo reflejaba muy bien mi admirado y querido Ángel González en su Ciudad Cero: Pero como tal niño,/la guerra , para mí, era tan sólo:/suspensión de las clases escolares,/Isabelita en bragas en el sótano,/ cementerios de coches, pisos/abandonados, hambre indefinible,/sangre descubierta/en la tierra o las losas de la calle,/un terror que duraba/lo que el frágil rumor de los cristales/después de la explosión/... ¿ Una guerra diferente? Quizás. Pero que marca la vida de ese niño para siempre.

A veces las guerras duran toda una vida y esos niños, cuando crecen y son padres, continúan viviendo esa realidad y ven cómo la viven sus hijos. Sin esperanza. Sin futuro. Por eso uno se pregunta si las guerras son inevitables. Si no podemos hacer algo para pararlas. La creación de las Naciones Unidas y la promulgación de la Declaración Universal de Derechos Humanos fue un intento loable para buscar un marco general y fomentar la resolución pacífica de los conflictos. Pero todo quedo en un intento. Seguimos embarcados en un mundo de guerras, algunas que se hacen eternas.

Y en esas guerras todos sufrimos. Sobre todo esos niños que miran con ojos perdidos sin comprender lo que sucede a su alrededor. ¿Permitiremos que esos niños crezcan sin conocer nunca la paz? Desde luego nosotros no.