Hace 50 años De la Peña Flamenca de Jaén. Autorretrato

Allá por los años 70 bullía el arte por doquier, la provincia de Jaén era toda una sinfonía en partitura de anhelos, y el flamenco, en casi todos los aspectos

15 mar 2020 / 11:13 H.

JUAN ANTONIO IBÁÑEZ. PERIODISTA Y FLAMENCÓLOGO

En el texto de una conferencia ofrecida en su día, un 7 de mayo por cierto, y en la sede de la Peña Flamenca de Jaén, titulada “Autorretrato flamenco, la otra mirada de Candil”, en su inicio advertía a los lectores que no venía a disertar, a dar una conferencia, sólo a recordar y compartir una etapa, unos aficionados y unos amigos, que hicieron posible que Jaén fuera acogida y reconocida en los ámbitos flamencos de todo el orbe jondo. Como introducción al artículo, situaba mí atención en una época de luces y sombras donde el futuro nos aventuraba a predecir un mañana de ilusionantes realidad.

Y continuaba el escrito explicando: En los años 70, en Jaén, en esta tierra de olivos, sabia, entera, profundamente verdadera y sincera, es de todos conocido que, al calor de la amistad, nace un empeño por situar al flamenco en su justa dimensión. Habrá que preguntarse, ¿cómo era aquella llama primera de una convivencia artística difícil de olvidar y, ciertamente, al menos para mí, muy difícil de reproducir y condensar durante unos minutos? Digamos en principio que eran otros tiempos para el mundo del arte en general, y también del flamenco que había salido de la penuria errática de posguerra. Y no voy a hacer un retrato detallado de la España de los 70; sí, desde luego, reseñar, en boceto de emociones que deposito en este recinto de tan significado sentido para mí, algunos trazos de la época.

Hay que decir que corría por Europa un aire nuevo de libertad. El mayo francés impregnaba, en buena medida, toda manifestación artística. Y el flamenco, no lo olvidemos, nació queriendo libertad. Libertad de un pueblo o de varios pueblos que, unidos, reclamaban su voz. Voz que al ser tan rica y verdadera se hizo arte. Y hay que situarse en el escenario de los hechos. Para unos supone la nostalgia. Para los jóvenes, el conocimiento del ayer. Para todos, la historia. Es acudir a la memoria y con la memoria caminar más seguro. Pues bien, en aquellos años bullía el arte por doquier. Jaén era toda una sinfonía en partitura de anhelos. Y el flamenco, en casi todos los actos. Premios, distinciones y allí estaba Rafael Romero, El Gallina, para recibir el preciado galardón. Corría ya el año 1971 y los poetas del grupo el Olivo concedían sus olivos de oro. Uno para Rafael Romero “cantaor de flamenco —se lee en el programa— nacido en Andújar. Su nombre figura hoy en varias antologías de cantaores flamencos y tiene grabados numerosos discos”. Fernando Quiñones, el amigo Fernando, llegaba a la radio con su gozo gaditano —inenarrable su vocabulario— y me decía “Juan A. ya tenemos 25.000 pesetas para hacer la semana cultural Avances”. Y acudían poetas, músicos y, claro, flamencos. Pepe el de la Matrona insigne patriarca nos ofrecía su teoría-lección del cante. Al cantaor le fue impuesta la insignia de la Peña Flamenca jiennense.

Así pues, de forma definitiva, se produce la incorporación a la geografía cantaora andaluza de una provincia, Jaén, con elementos más que suficientes como para sentir, en su paisaje y en sus gentes, la verdad nacida y autentificada en este Sur nuestro. Jaén se siente receptora a cuanto proviene de otras zonas enmarcadas, ya hace tiempo, en una labor investigativa y de pureza. Todo aquel que acudía para cruzar el espejo de nuestras vivencias, ya se quedaba en nosotros. Hablo de Fernando Quiñones, José Manuel Caballero Bonal, la familia Mairena, Los Perrate, Enrique Morente, Tía Anica La Piriñaca, José Menese las espléndidas embajadas jerezanas. También, Fernanda y Bernarda. La Perrata, El Lebrijano.

Y se anima la actividad flamenca; no solo en la capital, también en otros puntos de la provincia. Surgen peñas y grupos de aficionados en preocupante actitud por sintonizar con los ecos y las voces que empapan, con su decir, aquellos añejos y expresivos escenarios de nuestra vida pasada. Y en este contexto, primavera de 1978, nace la Revista Candil. En 1980, la Revista es galardonada con el premio de Divulgación de la Cátedra de Flamencología de Jerez. La publicación se consolida. Un nutrido grupo de colaboradores entre escritores e ilustradores: pintores y escultores, la sustentan. Y he aquí que pintura, escritura y flamenco se hicieron cómplices para sacar a la luz las más hermosas e inéditas secuencias del cante, el toque y baile.

Múltiples eran, han sido, las actividades de la Peña. San Lucas, la feria, brillaba en nuestra caseta y los artistas que la llenaban. Y llegó el momento de enaltecer la figura de Pepe Polluelas. Su festival, que se repite anualmente, lo testimonian. El veterano Pregón navideño, La Semana de Estudios Flamencos, etc.

50 años de historia y compromiso con el Flamenco. Podría haber seguido con el relato. No era necesario. Solo he querido recordar y traer a mi mirada un retablo; hecho primero de intenciones, luego de realidades. De aquel ayer al hoy, han pasado cincuenta años de un tiempo de largo recorrido en el que los componentes de sus juntas directivas, socios y colaboradores en general, desde la dignidad y buen hacer, han trabajado en pro del arte flamenco. Termino.

Sean como final, los versos de Fernando Quiñones que escribiera y recitara en nuestra primitiva sede, un día de fiesta y honores, cuando los duendes y su compás vinieron a visitarnos.

Cuando ya no haya más,

cuando ya no haya más
que americanos

y Bancos, cuando todo

hasta un tercio de Soleá

se compre, ya a esta
Peña Flamenca de Jaén

no habrá quien la derribe

puesto que ahora y aquí

la comulgamos, la tenemos,

la dejamos aquí entre todos

clavada a este papel

entre la luz locuaz y eterna

de la guitarra y las voces.