Entre los pigmeos

A pesar de las grandes diferencias existentes en las relaciones entre los bantús y los pigmeos, que también se dan en la escuela, para los niños de ambos grupos estas desaparecen cuando coinciden en sus juegos

07 ago 2016 / 10:00 H.

De Elisabeth López y Andrés García, misioneros de Jaen en R.D. del CongoTestigos de un AMOR más grande.

Cada mañana la preciosa Neema (nombre que significa gracia en swahili) viene a despertar en nuestro oído y a zarandearlo para acoger la revelación de Dios. Con sus maravillosos ojos trasparentes se acerca a nosotros para pedirnos un plátano. Después, nos toma de la mano, se sienta a nuestra lado, lo pela y parece saborear, no solo su plátano, sino también con él, el cariño del encuentro. Durante el día, Neema nos acompaña a encontrar a sus muchos y guapísimos hermanos y sus incontables amigos nos salen alegremente al encuentro. Nos llevan a su campamento pigmeo ( uno de los 33 campamentos pigmeos de nuestra parroquia) y con ellos vamos también al pueblo.

Con ellos nace un lenguaje de complicidad, un lenguaje que solo dicta el corazón, que nos manifiesta la realidad de su cotidianeidad. Cuando los vemos jugar con otros niños, nos damos cuenta de la desigualdad de las relaciones entre los niños pigmeos y los niños bantú. Pero descubrimos también que todos ellos sueñan con poder soñar; todos ellos sueñan con ser besados, acariciados, abrazados, y sentirse aquello que son: especialmente especiales. En el campamento pigmeo, donde la hoja de las palmas es su cama y las estrellas su beso de buenas noches, Neema y sus amigos son libres, su escuela: la selva, su trabajo: jugar, volviendo juego y diversión incluso el trabajo. Nos da la impresión que su familia son los otros niños, con los que comparte los tubérculos que encuentran jugando y con los que se disputan los ratones a la brasa. La preciosa Neema y sus amigos buscan a sus padres al anochecer, cansados, para hacer la comida más fuerte del día y dormir.

Los niños bantú de su edad van a la escuela; Neema y alguno de sus amigos van también a veces con ellos, aunque cuando el campamento se desplaza para cazar, para recoger la miel, o los frutos de la selva de los que se alimentan, se ausentan durante semanas; también la desigualdad de relación con los maestros y niños bantú los desanima hasta que abandonan la escuela. Uno de los amigos de la preciosa Neema tiene un problema en las manos: sus dedos parecen engarrotarse poco a poco y tiene unas manchas en el pecho y en la espalda, lo llevamos al médico y le diagnosticaron lepra, así que, tenemos que seguirle para que durante un año tome su medicación. En otros campamentos hay más niños con lepra y tuberculosis y gracias a otros amigos estamos sensibilizando a los enfermeros para que los traten y al resto de la población para que los detecten y los ayuden a curarse. Con Neema vamos a veces al pueblo, donde habitan los bantú y enseguida nos damos cuenta que Neema y sus amigos tenían miedo, casi queriéndose esconder de las miradas y los comentarios de los bantú. Como un pájaro en el campo come el grano y regresa a su nido, así los niños pigmeos van al pueblo atraídos por un poco de sal o un caramelo o alguna variante en su dieta silvestre y vuelven rápido a su campamento, donde vuelven a ser ellos mismos.

Así, mirando la mágica mirada de la preciosa Neema y a sus amigos, hemos entendido que quizá, nuestra vocación ahora es acompañar a los niños pigmeos sin más pretensión que la de acompañar su crecimiento y el desarrollo del sueño y misión que el soplo de Dios ha dado en ellos. Nos sentimos felices ayudándoles a afirmar su identidad haciéndoles sentirse amados incondicionalmente, sentirse preciosos ante los ojos de Dios y los nuestros.

Para ello, queremos ayudarles a que se conozcan y se descubran más y mejor a sí mismos, a tomar conciencia de su diversidad, de su especialidad, de sus valores, hacer memoria de su historia; queremos ayudarles a sentirse orgullosos de su lengua y de su modo de vivir. Todo ello, para hacerles capaces de descubrir la obra de Dios en ellos, en su pueblo y de apreciar la obra de Dios en otros pueblos. Que vean desde la mirada de Dios. En el devenir de la historia de los pueblos, cada pueblo tiene su luz, su misión, su camino elegido por Dios para toda la humanidad.

Hogares sencillos

Las casas del pueblo pigmeo son muy pequeñitas, a base de hojas de palma y plátano con una pequeña estructura de ramas que se unen en el centro.

Educar en valores
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Los niños bantú, también se acercan diariamente a la misión donde Elisabeth y Andrés trabajan, es un pueblo mayoritario en la zona y con los que hay que cultivar los valores que permitan un futuro donde la convivencia tenga mas equidad.

La alegría de los pequeños
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Con sus grandes ojos los niños pigmeos se acercan todos los días a la misión donde especialmente llama la atención la presencia de Elisabeth y su gran capacidad para conectar con ellos y su mundo.

Esperanza en el futuro
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La sonrisa de un niño es suficiente motor para seguir trabajando por el futuro incierto de este pueblo pigmeo al que nuestros misioneros están acompañando desde el servicio y el Amor.