En la cueva del jabalí

Adentrarse en el interior de la tierra produce una atracción difícil de explicar, mucho más si se trata de esta zona, situada en Pontones, con unas características que la hacen singular

17 nov 2019 / 14:03 H.

El penetrar al interior de la tierra siempre provoca una atracción inexplicable. Posee un potente atractivo incomprensible que nos incita a conocer los secretos del inframundo. En este caso visitamos la extraordinaria Cueva del Jabalí, en Pontones. Posee una entrada, que si bien es estrecha, permite su entrada a pie, agachándonos un poquito. Consta de una primera sala amplia y relativamente cómoda para caminar. Eso sí, es necesario llevar iluminación suficiente (no sirve el móvil). Hay que ir con suma precaución pues el suelo está lleno de irregularidades, piedras y barro, lo que dificulta el caminar y complica el avance. A esto sumamos el que la cueva tenga distintos niveles. Posee varias salas escalonadas por lo que no es recomendable avanzar más allá de la primera pues las siguientes tienen un gran desnivel para acceder a ellas, junto a la humedad reinante y lo resbaladizo del terreno, podría provocar un accidente. En esta primera sala ya se pueden apreciar las numerosas estalactitas y estalagmitas, junto a grandes columnas y pétreas cascadas, que la hacen singular y única.

Para visitarla, partimos desde el mismo casco urbano del Pontones en el puente que cruza el cauce del Segura y remontamos la carretera que va en dirección a Santiago de la Espada. A pocos metros nos encontramos con la señalización del trazado del sendero de gran recorrido GR 7, que en principio lo tomamos hasta llegar al cauce del Arroyo de los Covachos de la Cañá. Éste, lo vamos remontando, abandonando el GR y siguiendo el trazado de una antigua vía pecuaria. Llegamos a la Tiná de Eloy, una antigua construcción para guardar ganado situada muy cerca de la actual carretera y de lo que en su día fue un vertedero; hoy clausurado y convertido en un mirador sobre Pontones y el cañón del río Segura.

Seguimos remontando el curso del arroyo entre pinares, choperas y nogales, dejando a nuestra derecha Cerro Quemado y a nuestra izquierda las Hoyas de Pan Duro. Un terreno áspero y desabrido con poca vegetación, espinos y majoletos, muchas piedras y grandes corrales. Entre ellos, caminos que respetaban las antiguas zonas de cultivo de cereal, del que con tanto esfuerzo se obtenía el pan y que bautiza con el topónimo de “Pan Duro” todo este agreste paraje.

Este enclave singular, posee también una fauna singular, que abarca desde pequeños escarabajos adaptados a esta penumbra, a un pequeño ciempiés blanco y ciego, perfectamente adaptado a este mundo cavernoso y que es un endemismo exclusivo de este lugar el Ceratosphys jabaliensis y numerosos murciélagos (se parecían en el suelo sus abundantes deyecciones). Destaca, entre ellos, el murciélago de herradura grande Rhinolophus ferrumequinum. Seamos escrupulosamente cuidadosos con este paraje y extremadamente respetuosos con su fauna y sus formaciones calcáreas. Para disfrutar un poco más de esta visita, podéis recrearos en el artículo y vídeo publicado el 24 de abril de 2018 por nuestro director Juan Espejo, dedicado a esta Cueva.