Roturadores

01 mar 2020 / 18:03 H.

De algunos años a esta parte la agricultura se ha desarrollado de una manera asombrosa, haciéndose desmontes considerables en terrenos del Común y particulares y reduciéndose a cultivo todo el monte nuevo...”.

El texto entrecomillado está extraído del “Diccionario Geográfico Estadístico Histórico de España y sus Posesiones de Ultramar”, escrito por Pascual Madoz entre los años 1.845-1.850. Se refiere al municipio de Martos, pero la situación descrita es extrapolable a cualquier otro pueblo o ciudad de Jaén. Fue en aquellos años cuando se inició una frenética expansión del cultivo del olivar en nuestra provincia que se extendió de oeste a este hasta alcanzar las sierras más orientales.

Las teorías de los Liberales habían prendido en la población de tal modo que se asumió con naturalidad que todas las tierras y montes públicos debían pasar a manos privadas y ponerse en cultivo. Tal fue así que cuando en 1.836 se pone en marcha la llamada “Desamortización de Mendizabal”, muchas tierras del Común y Montes de Propios de los Ayuntamientos, habían sido ya ocupados y roturados por miles de vecinos y de gentes llegadas de otros lugares. Fueron los llamados “roturadores arbitrarios”.

Gran parte de los que vivimos en los pueblos de esta provincia, sobre todo en las sierras, descendemos de aquellos aventureros que arrastrados por la miseria pero también por la ilusión, decidieron dejar el lugar que les había visto nacer y emprender la aventura. La esperanza de ser dueños de sus propias tierras les llenaba de fuerza y energía y no les dejaba dormir. Estas líneas extraídas del libro “Los Hornilleros”, de Juan Luis González Ripoll, son un reflejo del momento: “...dieron un decreto diciendo que todo aquél que quisiera ocupar los montes de realengo, a lo ancho y a lo largo del río principal y de sus afluentes, podía aposentarse donde quisiera y amojonar las tierras que escogiera para sacarlas de terreno nuevo y ponerlas en cultivo, y se les considerarían para siempre en propiedad, igual que si hubieran pagado por ellas...”. Esto no era así, pero la noticia corrió y atrajo a miles de “colonos” de Murcia, Almería, Albacete... a los que se toleraba “romper el monte” y poner las tierras en cultivo. De hecho hasta se les cobraba un canon que consideraban un derecho a la propiedad. Ocuparon las tierras más alejadas donde construyeron sus cortijadas.

Ellos son el origen de lo que hoy llamamos “olivar de montaña”. Con el tiempo, se dictaron sucesivos procesos de regularización, hasta bien entrado el siglo XX, y sus descendientes consiguieron la titularidad de las tierras y sus olivas, esas que hoy todos anuncian que están llamadas a desaparecer y a lo que los habitantes de los pueblos serranos nos hemos de oponer con fuerza. Abandonar estas tierras es borrar de un plumazo la historia, nacida hace dos siglos, de unos hombres y unas mujeres que acometieron un gesta que podríamos calificar de novelesca, casi titánica, con la que dieron vida a estas tierras y crearon un paisaje singular, único y de gran belleza. No podemos fallarles.