La tenencia de la tierra en el desarrollo agrario

19 ene 2020 / 11:58 H.

Siguiendo a los fisiócratas franceses —economistas del Setecientos que defendían que la agricultura era la única fuente generadora de riquezas—, los ilustrados españoles del siglo XVIII abogaron por rentabilizar el campo colonizando y repoblando zonas factibles de ser cultivadas y que estaban siendo desaprovechadas. Ilustrados como el conde de Peñaflorida, Olavide o Campomanes, se apoyaron en aquellas recetas de la fisiocracia para programar la primera Reforma Agraria en España. Campomanes, como ministro de Hacienda de Carlos III, abogó por una desamortización civil y eclesiástica de manos muertas de la Iglesia, bienes comunales y mayorazgos; el proyecto buscaba eliminar la estructura de la propiedad de la tierra y acabar con la sociedad estamental facilitando el crecimiento de la agricultura y el aumento demográfico; la colonización de Sierra Morena fue un aspecto de la reforma agraria y política acometida por aquella administración ilustrada. En el “Fuero de las Nuevas Poblaciones” se recogía parte del ideario reformador de Pablo de Olavide, en donde se concretarían las acciones a emprender en relación con la instauración de esa nueva sociedad que se fundamentaba en el reparto de tierras improductivas entre labradores foráneos, y más detalles interesantes que no nos caben en el espacio de este preliminar. Así nacieron las primeras ayudas, por parte de la Administración, para facilitar el acceso a la propiedad de la tierra

El reparto de la propiedad en Andalucía tiene sus orígenes en la Reconquista y en sus consecuentes repartimientos de dominios a los conquistadores de Castilla. La concentración de grandes extensiones en pocas manos se ha mantenido, en esencia, hasta nuestros días como una de las principales características estructurales del mundo agrario del régimen antiguo medieval, siendo poco alterada por acontecimientos históricos llamados a hacerlo, como fueran las distintas desamortizaciones liberales, la frustrada Reforma Agraria de la II República o la también fallida de la época Escuredo, en nuestra última etapa democrática. Aún así, el latifundismo es un elemento de la estructura agraria andaluza, que se muestra en grados variables a lo largo de la geografía regional y que, además, convive con un minifundismo también potente y heterogéneo. El distinto equilibrio entre ambos, en la parte oriental y occidental de la región, se suele explicar por la más tardía Reconquista del Reino de Granada y la permanencia ulterior de comunidades moriscas.

En cualquier caso, se puede hablar de una estructura de la propiedad agraria en Andalucía, aunque se aprecien significativas diferencias entre llanuras y montañas, regadíos y secanos o entre Andalucía occidental y oriental. El 94% de las explotaciones agrarias andaluzas tienen menos de 50 hectáreas, aunque no llegan a abarcar ni la cuarta parte de la superficie agraria. El profesor Domínguez Ortiz hablaba de esta Andalucía invertebrada; esa invertebracion se ha venido conservando, desde el antiguo régimen, de forma diferente en el sector agrario: la nobleza señorial se asentó sobre las campiñas y valle del Guadalquivir, hasta su desembocadura en Sanlúcar de Barrameda, incluyendo los olivares de la antiguas campiñas de Jaén, los naranjales de Córdoba y Sevilla, los viñedos de Jerez y los arrozales de Cádiz, donde aún permanecen grandes latifundios detentados por los restos de aquella nobleza medieval, condados, marquesados y señoríos, como los conocidos del ducado de Alba y Medina Sidonia, o El Infantado, la finca de los Humosos, actualmente finca cooperativa en manos de los agricultores de Marinaleda, uno de los pocos éxitos de la “reforma Agraria Escuredo” de los años 80; o la finca otrora del famoso ganadero conde de La Maza —actualmente en venta—, de más de mil hectáreas de dehesas, olivares y cereales.

Y en la otra Andalucía, la Oriental, la Iglesia de la Reconquista —como pudo ser el Obispado de Jaén—, que ocupó de forma más significativa, y un poco por doquier, las tierras de las vegas granadinas, los viñedos, olivares y tierras de pastos de los montes y sierras de Jaén, y las —entonces— desérticas tierras de Almería, y hoy prósperos “cultivos de hortalizas bajo plásticos”, la Alpujarra granadina y las tropicales desde Motril y Almuñécar, hasta el valle del Guadalhorce, en Málaga, y las llanuras de cereales y vegas y olivares de la comarca de la céntrica Antequera; como, sin duda, también lo fueron los nobles conquistadores que arrebataron tierras, y creencias, a los musulmanes derrotados por Fernando III, llamado el Santo, y después por los Reyes Católicos, su hijo Carlos V y su nieto Felipe II que acabó definitivamente con los moricos —musulmanes reconvertidos— de la Alpujarra Granadina y las sierras de Jaén. Como botón de muestra, nos quedan nuestros antiguos marquesados y señoríos de Jódar, Huelma, La Guardia o Cazalla, hoy sólo recordados por las marcas de excelentes aceites de las coo- perativas de sus respectivas zonas. Aunque es cierto que no sólo las desamortizaciones liberales de los siglos XVIII y XIX, muy importantes en nuestra zona oriental, contribuyeron a esta dicotomía de las dos Andalucías agrarias, latifundista y minifundista, occidental y oriental —que aún permanece—, sino que también la legislación hereditaria andaluza de los siglos siguientes contribuyó poderosamente a su división infinitesimal, y las crisis cíclicas del olivar y los viñedos hicieron el resto del trabajo divisorio de aquellos latifundios medievales en los minifundios de hoy, generalizados en nuestra provincia y en la Andalucía del Este, salvo algunos casos de nuevas radicaciones de inversores exteriores del sector inmobiliario, en sus años gloriosos, como lo fueron en el proyecto “Tierras de Almería” o algún otro singular en la provincia de Jaén, del que hablaremos específicamente, algún día. La seguridad del paro agrario, en sus últimos treinta años en Andalucía, también ha facilitado el acceso a la pequeña propiedad agraria de muchos, y antiguos, braceros.

Así pues, aquella “pirámide capitalista”, diseñada por Marx y Engels, se ha quedado un poco aplastada, reconvertida en un cilindro, o mejor una campana de Gaus, con la aparición y desarrollo de una gran clase media, detentadora de esas tenencias de propiedad, en el Registro de la Propiedad, en aparcerías o en empresas de servicios agrícolas. En fin, pese a quien pese, que se haya quedado anticuado en las viejas políticas y concepciones sociales, se ha modificado la antigua división social marxista que nos partía en dos grandes clases sociales, obrera y capitalista, la de las personas que poseen propiedad privada, que son dueñas de los medios de producción (tierras, fábricas, ...) y la de aquellas personas que sólo disponen de la fuerza de su trabajo para sobrevivir; y que la segunda, la trabajadora —la base de la pirámide— cada vez iba a ser mayor y más empobrecida, frente al pináculo de la pirámide, con un núcleo cada vez más reducido capitalista. Lo que ha resultado ser una previsión economicista errónea, ya que la aparición de la clase media ha reventado la famosa pirámide, o más bien, la ha reconvertido en una orza panzuda, en donde esa clase media propietaria, pequeña y mediana propietaria, de servicios, industrial, comerciante —los famosos autónomos— y también, desde luego, agraria, ocupa casi toda la columna, en su centro; y en donde también, sin duda, siguen existiendo los riquísimos mundiales de la “Lista Forbes” en su corona final, aunque también los nuevos obreros que han conformando la base piramidal, o columna, ocupada por los inmigrantes subsaharianos

El acceso a la propiedad de la tierra se revela como indicador de las graves deficiencias estructurales del sistema agrario andaluz; así como las ayudas comunitarias a los jóvenes agricultores es sólo un tímido acercamiento para resolver esta deficiencia; como también deberían ser las Ayudas a la Modernización Agrícola y la Adquisición de Maquinaria Agrícola. Pero ya aventuraba el marxismo que aquella clase dirigente poseía no sólo la propiedad, sino los medios de producción; o sea, que en eso estamos de acuerdo los de las clases medias agrícolas... que no es suficiente llegar a tener, entre treinta y cincuenta hectáreas de olivar, en propiedad, sino que además es preciso disponer de los medios adecuados de producción, de explotación; y medios financieros de inversión y financiación a bajo interés, y una justa comercialización. Diría, incluso, que sólo tener acceso a la propiedad de la tierra, sin acceso a los medios de producción, financiación, precio justo y comercialización, es insuficiente; sin ellos, no cerraremos el perfecto círculo del emprendimiento y renovación y creación de empleo, generado por esta gran clase media agraria contemporánea. ¿Oído, administraciones?

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Notas sobre la pintora Carmen Bermúdez Melero