La cuenta atrás

22 mar 2020 / 12:11 H.

En la mesita de noche, “Mao II”, de Don DeLillo, para darle a la mente un descanso entre letras. Cuesta centrarse y transcurridas las primeras veinte páginas todavía no cojo ni el punto ni el hilo. Paciencia. Si la cosa se complica, el último número de “Jot Down” siempre guarda “música para camaleones”, que uno tiene sus vicios. Los ojos intentan cerrarse, pero la cabeza va un poco más revolucionada que de costumbre, quizá no ayude engancharse a estas alturas a “La Peste”, de Alberto Rodríguez, pero son coincidencias extrañas de estos días oscuros, sucios, como la serie. Un par de vueltas más y quizá encuentre la postura para conciliar el sueño. El silencio reinante es tan incómodo de día como de noche, uno está acostumbrado a un cierto bullicio y hasta los pájaros por la mañana suenan distinto y al arrullo de esa paloma, ¿era así de desagradable? Manda huevos que ahora vaya a echar de menos el ruido del bar desde que cierra hasta que vuelve abrir. Con todo su ciclo vital de repartidores, pitillos de empleados descontentos (como debe ser), risas cerveceras, recogida de mesas y, por la noche, esos gritos de hermandad, de felicidad plena y, al fondo acústico ambiental, esa motocicleta con su escape abierto. ¡Qué tiempos aquellos!

Tengo suerte, tengo licencia para andar por la ciudad y provincia como pollo sin cabeza. Eso ayuda a sobrellevar este confinamiento mental y de costumbres. Al estar en la calle, por este viejo oficio de juntar letras, las horas pasan más rápido pero, al mismo tiempo, te contagias de un estado de tristeza que se mide por metros de distancia en la cola del pan. Semblantes serios entre los que nos cruzamos por una ciudad apagada, un mínimo de cortesía para ir tirando. Con el personal que curra tengo un alto grado de empatía, sea policía, soldado, periodista, repartidor o tendero. Acostumbrado a universos distópicos de libros, series y otros mundos paralelos, este ha quedado fetén. Vaya por delante mi enhorabuena al creador, director y guionista. Todo muy creíble, un miedo que se inocula en cada conversación y en esos mensajes apocalípticos de whatsapp a los que nos encadenamos. Mi reina Diana y yo reservamos los de humor, en concreto, los de perros, para última hora de la noche para y el día con una sonrisa.

Los partes familiares son diarios, ya los eran antes, aunque “Los Serrano” necesitan besos, apretones y otros achuchones como energía para ir tirando. Habrá que esperar a saldar todas las deudas de honor pendientes y llenar las baterías cuando pase esta dichosa cuarentena. Apuntados quedan, hermana, padre, madre y espíritu santo. Lo peor es no poder comer con los zagales, asistir a sus duelos dialécticos, batallas de gallos en toda regla, con la amenaza del pescozón flotando en el aire y una risa delatora entre dientes. David, el mayor, ya es capaz de medir y templar con mano izquierda, pero Nacho emerge para marcar territorio. Apuntada queda también la comida, “en un restaurante de los buenos, papá”, para celebrar el Día del Padre que se quedó en breve conexión por el móvil. Sobran los motivos para estar preocupados, pero el día que escribo esto lo empecé poniendo una silla de niño en el coche. Sí, a estas alturas de la temporada, luzco canas con brillo e intento hacer bueno el cante sabinesco: “A mis cuarenta y pocos tacos/Ya ves tú/Igual sigo de flaco/Igual de calavera/Igual que antes de loco por cantar/Por cantar el blues/De lo que pasa en mi escalera”. Lo dicho, que la cuenta atrás ha comenzado y cuando esta cuarentena y sus circunstancias me ponen de los nervios, miro y toco una oronda y hermosa barriga y, con el lógico temor, mezclado con esperanza, ilusión, temor, ilusión y esperanza; y vuelta a empezar, acabo el día. Este se cierra, de momento, en la Redacción a las doce de la noche. Y ahora empiezan unas rutinas nocturnas que no sé si contarles... Va por Andrés.